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Hemingway en el escenario de “El viejo y el mar”

La más fiel manifestación de que Hemingway fue un hombre amado entre quienes lo conocieron en Cojimar, es una humilde glorieta que guarda un busto colocado en su honor por voluntad popular.


Este artículo es de hace 15 años
Es en el año 1938, cuando el prestigioso escritor norteamericano Ernest Hemingway visita La Habana por primera vez. Justo ahí comenzó a parecerle esta ciudad un sitio ideal para vivir.

Primero se hospedó en el hotel “Ambos Mundos”, al que convirtió prácticamente en su primera morada habanera. Allí escribiría su novela “Por quién doblan las campanas”.

Con el paso del tiempo y sus pasos por la capital cubana, encontró la finca Vigía junto al poblado citadino de San Francisco de Paula, y quedó tan encantado con aquel campestre paraje tan próximo a la urbe, que decidió comprarla y establecerse en la residencia construida allí el pasado siglo por un arquitecto catalán. En este paraje pasó los últimos 22 años de su vida cubana. Hoy, aquella mansión se ha convertido en un singular museo, donde pueden revivirse momentos inolvidables de su existencia.

Su huella ha quedado plasmada en muchos otros sitios de la isla, como Cayo Paraíso, en la costa norte de Pinar del Río; La Bodeguita del Medio y El Floridita, o en un poblado de pescadores que lleva por nombre Cojímar.

Allí anclaba su legendario yate “El Pilar”, con el que se adentraba frecuentemente en la corriente del golfo a la captura de sus trofeos marinos.

Por las calles de esta localidad periférica de la capital cubana se veía a menudo a Hemingway conversando con sus pobladores, quienes tanto le admiraban por dar a conocer al mundo este pobladito, al hacerlo escenario de una de sus novelas más famosas, “El viejo y el mar”, donde pueden encontrarse frases que hacen referencia a esta villa, como: “...en el bar de Cojímar, construido al borde de las rocas que dominaban el puerto...” o “...a través de la terraza abierta, miró el mar, de un azul profundo y con crestas blancas, entrecruzado por las barcas pesqueras que curricaneaban en busca de dorados”.

Tanto le agradecían los cojimeros que le soportaban, incluso, sus esporádicas crisis de mal ánimo. “El Papa”, le decían cariñosamente quienes le acompañaban en su preferido restaurante “La Terraza”, de esta localidad al este de La Habana.

La más fiel manifestación de que Hemingway fue un hombre amado entre quienes lo conocieron allí, es una humilde glorieta que guarda un busto colocado en su honor por voluntad popular.

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