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Huellas y recuerdos de los preuniversitarios en el campo

Muchos de los actuales jóvenes cubanos solo conocen de los preuniversitarios en el campo de oídas o de testimonios de alguien de su familia o entorno. Sin embargo, las huellas en la sociedad cubana y los cubanos que allí estuvieron tardarán décadas en desaparecer.


Este artículo es de hace 9 años

Muchos de los actuales jóvenes cubanos solo conocen de esta creación cubana de oídas o de testimonios de alguien de su familia o entorno. Lo que durante mucho tiempo era la única opción posible para muchos jóvenes que querían cursar estudios pre-universitarios, desapareció en el año 2009. Problemas económicos y de recursos para mantenerlos fueron los argumentos que, sin demasiado énfasis, se dieron al cierre de los preuniversitarios en el campo. Sin embargo, las huellas en la sociedad cubana y los cubanos que allí estuvieron tardarán décadas en desaparecer.

Nacidos con el aparente propósito de proveer de una formación integral a las nuevas generaciones de cubanos, a través de la conjugación de estudio y trabajo, estos centros 'educativos' terminaron siendo mucho más que eso. La postura con respecto a este asunto suele ser pasional y extrema: hay quienes, esgrimiendo su lista de buenas razones, las considera lo mejor de sus años de juventud y quienes, esgrimiendo las suyas, hubiera preferido no tener nunca que pisar sus pasillos. Para algunos fueron las oportunidades ideales para perderse del ambiente familiar y (des)hacer lejos de la vista de los padres y mentores, para otros fueron, en cambio, años robados y separaciones impuestas que los sacaron de un ambiente familiar de armonía del cual no querían y/o no estaban preparados para dejar.

Más de una discusión he tenido con personas de mi generación por mi tendencia a colocarme más en el segundo grupo que en el primero y cuanto más tiempo pasa, más envejezco, más experiencias de vida acumulo y más percibo la realidad cubana más me reafirmo en mi postura de que tales engendros tuvieron para la sociedad cubana más consecuencias negativas que positivas.

La adolescencia es una etapa de muchos cambios, es un período donde se pueden asentar buenos o malos rasgos dependiendo, entre otras cosas, de la existencia de buenos o malos patrones, de buenos o malos consejos, de buenos o malos ambientes. Sacar a unos adolescentes, casi niños, de sus casas y de sus padres, desarraigarlos del apego familiar, desestructurar de manera tan violenta la familia cubana es algo que estoy seguro ha incidido no sólo en el comportamiento de muchas generaciones de cubanos sino hasta en los índices tan altos de emigración. Dejarlos lidiar solos con sus sentimientos, con sus deseos, con la satisfacción de sus necesidades más elementales (alimenticias, sexuales, de salud, afectivas) fue un comportamiento lo menos irresponsable.

Hablemos de las precarias condiciones e infraestrutura de las últimas décadas, las aulas de informática, los laboratorios de ciencias, las bibliotecas que pretendían ser espacios perfectos para el aprendizaje, que probablemente en sus comienzos tenían el equipamiento y material mejores posibles pero que terminaron siendo museos de piezas y aparatos muchas veces inservibles y guarida de desahagos nocturnos. Hablemos de la pésima calidad de los alimentos y lo poco de las raciones.

Hablemos de las arbitrariedades e injusticias que cometían muchos de los profesores y directivos de estos centros educativos, no hablemos de la casi militar figura del 'vida interna', especie de carcelero todo lo ve, todo lo sabe, todo lo reprime. Hablemos de la falta de ética de muchos profesores que hacían de su estatus de poder un escudo perfecto para infundir miedo y obtener algún que otro placer sexual. Hablemos de la promiscuidad que sufrieron muchas chic@s porque no, no todas querían pasearse desnud@s por los albergues, ni querían dormir con una pareja en la litera de al lado.

Hablemos del sufrimiento, acoso y hasta violencia que sufrieron muchos chicos “diferentes'”: 'las niñas de su casa' que no tenían novio ni querían tenerlo, los chicos afeminados y las chicas no tan esperadamente femeninas, las delgadas y las gordas, las de pechos demasiado pequeños o demasiado grandes, los chicos de cuerpo no tan desarrollado ni fornido, los que preferían estar leyendo un libro en lugar de bailando en el pasillo central o 'apretando' en el aéreo. De igual manera que estos antros tenían sus líderes, pautadores de tendencias y emanadores de juicios de valores, también tenían sus víctimas que debían soportar el escarnio, la burla de sus compañeros, la lucha interna por quererse, aceptarse junto con lograr un hueco en la jungla que los rechazaba.

Hablemos del sufrimiento de quienes tenían pocos recursos. En un contexto donde la aceptación es casi más importante que dormir o alimentarse, ser el que menos tiene es algo que se magnifica y que lacera las personalidades en formación. Ser el que peor comida recibía los domingos de visita, ser el que peores zapatos, medias, mochila o ropa de deporte usaba hizo mella en más de un chico que no entendía su mala suerte de no estar en el lado de los privilegiados y en más de un padre que quizás padeció sus reproches y reprimendas.

Hablemos de que la supuesta ventaja que era la formación en los hábitos de trabajo terminó siendo casi una tapadera para obtención de mano de obra gratis, pues las normas a cumplir no eran educativas sino abusivas, más propias de empleados de la agricultura que de estudiantes de grado medio: largos surcos por escardar, numerosos sacos de papas por llenar y jornadas diarias de mañanas íntegras dedicadas exclusivamente a labores agrícolas.

Hablemos de la decisión impuesta, de la imposibilidad de escoger otro camino si se querían superar los estudios secundarios; o se tenía que estar francamente enfermo o se tenía que disfrutar de unos privilegios para pocos reservados, si se quería entrar en alguno de los pocos preuniversitarios externos que había. Hablemos de los hijos que se fueron siendo unos de casa y regresaron siendo otros, hablemos del cisma que se abrió entre progenitores e hijos que pasaron de conocerse, compartir vivencias y contarse experiencias a ser extraños lidiando bajo el mismo techo.

¿Qué tuvieron cosas buenas? ¿los amigos, las relaciones para toda la vida, las horas de ocio y diversión, las fuertes alianzas que la necesidad y las vivencias comunes crean? Sí, y seguramente podrán incluirse algunas más, pero no puedo dejar de pensar que podían haberse tenido en otros contextos sin que fuera necesario pagar precios tan altos.

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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.

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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.

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