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La marea urbana de Santiago de Cuba

El concepto de ciudad mirador se vende, como atractivo, tanto por instituciones estatales como negocios privados. Pululan los restaurantes, terrazas, cafeterías y cuartos de alquiler con la promesa de ser “miradores”, incluso, hay algunos que han sido incorporados a sus nombres.


Este artículo es de hace 7 años

Hay que caminar por las calles de Santiago de Cuba para conocer el sabor y espíritu de la bien llamada Capital del Caribe. Aunque parece una verdad obvia, y quizás lo sea, es la única manera de descubrir y tocar con manos y pies las maravillas –y también las vergüenzas– de una urbe que a sus 500 años se empeña en renovarse y dotarse de nuevos y singulares atractivos.

Sin saber de dónde han salido muchos de sus epítetos, la suroriental urbe se ha ganado unos cuantos calificativos: capital cubana de la música, ciudad más caribeña, capital de la historia, la tierra indómita, la tierra caliente…

Los entendidos en la arquitectura y urbanismo se empeñan en llamarla ciudad paisaje, ondulante, escalonada, laberíntica, caribeña, marinera y mirador… verdades nunca antes mejor dichas y que, sin embargo, permanecen muchas de ellas escondidas al transeúnte y de la mirada aguzada, ya sea por la comodidad de la cotidianidad o lo extenuante que puede ser llegar a los puntos más altos de la antigua villa española, sitios desde donde se observan, en todo esplendor, esas singularidades que la hacen única e irrepetible.

Desde arriba Santiago de Cuba no esconde su belleza y tampoco su rostro menos agraciado: aún se observan, como huellas en tierra reseca, las marcas indelebles del huracán Sandy, los tradicionales techos rojos de tejas francesas y criollas, esos mismos que tantos han inspirado a bardos y pintores, poco a poco ceden espacio a la adoración al gris y frío hormigón.

Con una visión pueril la urbe parece enorme, confinada entre el mar y un anillo de montañas, como telón de fondo de una enorme marea urbana que parece subir y bajar por momentos en enormes pendientes, incluso se descubre también la tenue bruma de smog que envuelve el ajetreo y que muchos desconocen de su existencia.

Así se mueve la urbe, o mejor, sus habitantes, en un sinfín y perpetuo subir y bajar de lomas que se hace eterno entre el día y la noche y que, sin embargo, esconde la belleza de unos paisajes que son, simplemente, seductores.

La ciudad, observada desde los puntos más altos, se abre de una manera más íntima, acaricia y satisface la mirada curiosa y ofrece sus recovecos más recónditos y profundos, también los secretos más resguardados, se devela como un relieve abrupto, zigzagueante, serpenteante, caprichoso, irreverente y escurridizo, como un suave manto que adopta la forma de la superficie donde es arrojado.

Así es esta urbe, con sus lomas, calles empinadas y escalonadas, con arterias desorganizadas y maravillosas que atraviesan todas sus zonas, hasta donde se pierde el asfalto y comienza la tierra, las casas de madera y niños descalzos que juegan con desenfado.

Una visión cenital devela los tesoros y misterios celosamente resguardados en la vida de los santiagueros: los patios desorganizados, las azoteas que reclaman plantas enredaderas para sofocar el calor, los techos de zinc que afanosamente tratan de repeler el sol y las miradas indiscretas, los tanques con agua que plagan cualquier espacio en una eterna batalla contra los problemas de la sequía, paredes de bloques y ladrillos sin terminar, jacuzzis disfrazadas, los árboles frondosos, verdes, demasiado frondosos… y claro, también a los conciudadanos, que protegidos por sus muros y cercas, no perciben la privacidad quebrantada cuando son observados desde arriba.

Numerosos son sus miradores, algunos integrados al paisaje urbano, sobresaliendo por sus varios metros de altura, otros más pequeños, pero posicionados en lugares claves como piezas de ajedrez en una estrategia visual. También los hay naturales, caprichosas elevaciones adoptadas por los conciudadanos como atractivos parajes.

A los primeros pertenecen los 18 plantas y 12 plantas, edificios con esa cantidad de pisos que se encuentran esparcidos en varios puntos urbanos, también el Hotel Meliá Santiago, además del recién abierto mirador de la catedral de Santiago de Cuba, con una visión muy íntima al parque más importante y que es, a su vez, el mismo corazón de la urbe.

Naturales son la zona Caballo Blanco, en la barriada de Chicharrones, el mirador de Boniato o de la comunidad 30 de Noviembre, pero también la Gran Piedra, en el Parque Baconao, y cuanta caprichosa loma ofrece, además del suspiro de tener que bajarla o subirla, impresionantes visuales de la ciudad, de su discurrir hasta el mar.

El concepto de ciudad mirador se vende, como atractivo, tanto por instituciones estatales como negocios privados. Pululan los restaurantes, terrazas, cafeterías y cuartos de alquiler con la promesa de ser “miradores”, incluso, hay algunos que han sido incorporados a sus nombres.

También hay barrios marginales, que en medio de sus cotidianidades absorbentes, poseen algunas de las más hermosas visuales citadinas.

El Hotel Meliá Santiago adorna su edificación con uno de los sitios más exclusivos, tanto en productos, clientela como en palco para ver la urbe.

Si Santiago de Cuba, al nivel del mar, es capaz de seducir, desde la altura enamora, pero no un amor cualquiera, sino uno de arrebato, maduro, donde atrae lo lindo, pero también se le coge cariño a lo feo.

Creo no errar cuando aseguro que la urbe, esa misma que se precia de ser cultural, histórica y caribeña, y que es hija dilecta del mar y las montañas, es además una de las más sui géneris a vista de águila.

Fotos del autor.

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José Roberto Loo Vázquez

Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.

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Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.