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26/05/2008 - 5:59pm (GMT-4)
El Ballet de Camagüey, la segunda compañía cubana de danza clásica,
ha hecho escala en su sede habitual capitalina del Gran Teatro de La
Habana para presentar un programa protagonizado por sus más jóvenes
figuras.
Ha sido interesante asistir al debut en roles protagonistas de los
jovencísimos corifeos Dainelis Muñoz y Rainier Díaz, que no escatiman
energía y gracia sobre el escenario, independientemente de que aún no
lo han dado todo en cuanto a limpieza y sosiego. Es un placer comprobar
el talento de Yulia Herrera, quien interpretó aquí hace algún tiempo la
Swanilda de Coppelia, en los personajes de demicaracter; o el
crecimiento de Ledián Soto como partenaire y solista.
Pero nos quedamos con las ganas de disfrutar de figuras más
establecidas y experimentadas, como Liuba Corzo o Siuchién Ávila, que
hubieran aportado más rigor técnico y estilístico al programa.
Los solistas parecen bastante cómodos en los dos estilos (desde el
neoclásico de algunas obras de coreógrafos locales hasta los aires
mucho más académicos y tradicionales de La fille mal gardee), pero el
cuerpo de baile flaquea cuando se le exige homogeneidad y prestancia,
como en El Vals, un divertimento de Armando Lluvero con música del
célebre Straus, cuyo principal mérito está precisamente, en lo
chispeante de su coda.
Coreográficamente hablando ha sido un programa balanceado, pero no
contundente. Cuando el tiempo se hace alas, de Osvaldo Beiro, que
regresa al eterno tema de la mujer ave, tiene momentos de inspirada
visualidad (particularmente en el trabajo con las líneas) y notable
fluidez. Pero la obra se resiente por cierta cacofonía en sus recursos
expresivos (demasiado socorrido el aleteo) y sobre todo por una
partitura que no alcanza el lirismo que el movimiento pretende.
A Fatum, de José Antonio Chávez, le falta contención en la técnica y
diafanidad en la dramaturgia. El diálogo entre un personaje “de carne y
hueso” y otro de evidente simbolismo exigía una mayor diferenciación
entre caracteres. La coreografía apuesta por un despliegue técnico no
siempre bien sustentado por el impulso dramático. Demasiado
previsibles, por ejemplo, esos fouettés de la apoteosis. Demasiado
efectista (y peligroso) el salto final al vacío. Hay que reconocer, sin
embargo, la suficiencia técnica y la energía de las intérpretes, aunque
la caracterización resultara algo plana.
Fuente: CubaSi
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