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Mujeres, por apertura en santería cubana

La santería es muy popular en Cuba. Traída por los esclavos africanos a fines del siglo XVIII, algunos calculan que alrededor del 60% de los cubanos practica el culto yoruba.

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Este artículo es de hace 15 años

María Cuesta, la primera mujer sacerdotisa de la santería cubana, tuvo que pellizcarse cuando la admitieron en una religión dominada por hombres durante siglos. Ocho años después de su ordenación, Cuba tiene actualmente 17 "ìyáonifás", pero las sacerdotisas siguen enfrentando prejuicios de género para ejercer el culto yoruba de origen africano. Las santeras cubanas tienen aún cerradas las puertas, por ejemplo, de importantes ceremonias como las predicciones del año o los ritos de iniciación. "Parece que las mujeres nacieron para cocinar y para fregar", dice Cuesta, de 38 años, mientras hace un ritual de purificación con hierbas, música de tambores y el sacrificio de un cabrito. "Cuando uno entra en la religión dice: 'si fuera hombre, sería babalawo (sacerdote)'", explicó. La santería es muy popular en Cuba. Traída por los esclavos africanos a fines del siglo XVIII, algunos calculan que alrededor del 60% de los cubanos practica el culto yoruba. Pero por más predestinadas que estuvieran, hasta el 2000 las mujeres no podían aspirar al sacerdocio. La ceremonia de iniciación de Cuesta fue ese año, duró siete días y fue secreta. "Las experiencias al principio fueron bastante amargas", recuerda. "Lo que decían era: si las mujeres se hacen babalawos ¿quién pela los pollos?", dijo Cuesta, que dejó de bailar en el cabaret del legendario Hotel Riviera de La Habana para dedicarse al culto a tiempo completo. Batallas callejeras Hasta la ordenación de Cuesta, las mujeres cubanas podían aspirar, como máximo, a ser "apeterbí de Ifá", una especie de madrina que ayuda al babalawo. La reforma llegó cuando Víctor Betancourt, un babalawo de 54 años, desempolvó viejas libretas de antiguos sacerdotes según las cuales las mujeres también pueden ser sacerdotisas. "La historia popular confirma que sí llegaron mujeres iniciadas (a Cuba), pero bajo su condición de esclavas domésticas no pudieron manifestarse como tal", dijo Betancourt, en su templo a medio construir en el barrio La Cuevita de la periferia de La Habana. Su templo "Ifá ìranlówo", con más de 200 creyentes, es hasta ahora el único que consagra mujeres. De las 18 mujeres iniciadas, dos son niñas de seis y nueve años. Betancourt, que admite ser un "reformista", fue duramente atacado después que se filtraron fotos y videos de la primera ceremonia de iniciación pública de mujeres en el 2004. "Fue una situación bastante crítica (...) Hubo batallas callejeras, provocaciones callejeras. Tuvo que intervenir la autoridad", dijo. En el 2007, la Asociación Cultural Yoruba, ligada al gobernante Partido Comunista, emitió un comunicado advirtiendo que las iniciaciones de mujeres ocurrían "bajo características rituales bien diferentes" a las tradiciones de Nigeria. Hoy la situación es diferente, dice Betancourt, y los que no están convencidos al menos lo "toleran". Ni Betancourt ni las "ìyáonifá" que él apadrina cuestionan la resistencia de otros templos, que todavía se niegan a que ellas participen en ciertas ceremonias. Lo aceptan por respeto, dicen. ¡Orula, abre el camino! Betancourt dijo que la apertura religiosa en 1992, cuando Cuba quitó de su Constitución la definición de Estado "ateo" y hasta permitió la entrada de un babalawo al Parlamento, fue un espaldarazo para rescatar viejas tradiciones que no habían pasado por la vía oral por temor a represalias. Es común encontrar en las calles de Cuba a personas vistiendo de blanco de los pies a la cabeza, que, en señal de iniciación en la religión yoruba, portan collares y pulseras de vivos colores aludiendo al santo que veneran. "Esta permisión que hubo en este país hace muy poco permitió que se pudieran poner las cosas en su lugar e incorporar a la mujer dentro del sacerdocio en el que siempre estuvo", dijo Betancourt. Ahora, agregó, la meta es impedir las prácticas "mercantiles" de algunas casas templos, donde algunos extranjeros pagan hasta 2,500 dólares por un rito de iniciación. Betancourt explicó que en su templo las consagraciones no tienen precio y la gente ayuda como puede. Pero Aimeé Ibáñez, "ìyáonifá" desde hace ya tres años, espera un milagro para dejar su trabajo en una farmacia y dedicarse por entero a la religión. "Si Orula me abre el camino, lo dejo todo y me incorporo a este mundo", dijo la mujer de 32 años. Fuente: CNNExpansion.com

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