| 18/11/2008 - 7:33am (GMT-4)
Representar a una
generación es mucho peso para un escritor, por eso siempre que tiene la
oportunidad, Wendy Guerra le aclara a quien quiera escuchar que no es
ninguna de las dos Juanas: ni La Loca ni la de Arco, que no es una
heroína ni la están persiguiendo. Por ahora lo que quiere es ganar la
batalla literaria: ir a las Olimpíadas, no a las Paraolimpíadas. ''Estoy
hablando de mí, no del pueblo de Cuba ni de toda una generación'', dice
Guerra en uno de los cafés de Bal Harbour, cerca del hotel donde se
aloja para asistir a la Feria Internacional del Libro de Miami, en la
que se presenta hoy junto a un grupo de los 39 jóvenes escritores
latinoamericanos que se reunieron el año pasado en el programa Bogotá
Capital Mundial del Libro. Si aquellos críticos de la isla que se
ensañaron con la escritora cubana, acusándola de frívola después de
leer sus poemas de juventud, la vieran conceder una entrevista en el
centro comercial más elegante de Miami, entre tantas boutiques, reafirmarían sus prejuicios. ''Lo
frívolo no está en mi sombrero sino en los que miran mi sombrero'',
responde Guerra como lo hizo entonces. ``Si hablaran conmigo cinco
minutos se darían cuenta de que hay más dolor que glamour''. Con la publicación en el 2006 en España de Todos se van,
novela con tintes autobiográficos en forma de diario que recibió el
Primer Premio de Novela Bruguera, Guerra, de 37 años, ha recibido un
espaldarazo del mundo editorial. Nombres importantes de la literatura
iberoamericana como Eduardo Mendoza, escritor y académico de la Lengua
que en calidad de jurado único le otorgó el Premio Bruguera, o el
novelista mexicano Jorge Volpi, han alabado la frescura de su estilo,
los cambios de géneros y registros, la polifonía que ha conseguido en
sus dos primeras novelas. Este año, con la misma editorial, Guerra acaba de publicar Nunca fui Primera Dama,
que se enfoca en la figura de una periodista radial inspirada en su
madre, Albis Torres, pintora y poetisa que reunió a su alrededor a
varias generaciones de artistas cubanos. Para apoyar la investigación de fondo para su próxima novela, Posar desnuda en La Habana. Diario Apócrifo de Anais Nin,
Guerra ha recibido tres becas: una en Estados Unidos, una en Francia y
otra en Barcelona, la que le permite ahora residir en esa ciudad. Sin
embargo, pese a estos logros en el extranjero, las novelas de Guerra no
han sido publicadas en Cuba, donde se encuentra su hogar, junto a su
esposo desde hace 15 años, el pianista Hernán López-Nussa. ''En
Cuba mis novelas se leen en fotocopias. La gente se las prestan y las
fotocopian. Interesan porque la literatura y el cine han venido a
sustituir otros espacios de información'', informa Guerra. Para
la escritora, toda la atención que está recibiendo, el éxito de sus
novelas, especialmente en Francia, debería estarle pasando a su madre.
Albis Torres fue miembro de la primera generación de estudiantes de la
Escuela Nacional de Arte (ENA) en la década de los años 60, y a su vez
centro hacia el que gravitaron tanto los intelectuales aceptados como
los marginados por la cultura oficial; sin embargo nunca pudo publicar
su poesía. ''En un mundo en el que constantemente se
despedía a los amigos, mi mamá siempre encontraba alguien que
sustituyera al que se iba'', recuerda Guerra, que en Todos se van recoge muchas pérdidas de personas queridas a las que tuvo que decir adiós porque se iban del país. Casi
al mismo tiempo que aprendió a escribir, Guerra empezó a llenar sus
diarios impulsada por su madre. 'Ella era muy exigente; decía: `Con lo
que mi hija ignora se puede escribir una enciclopedia' '', recuerda
Guerra, que creció entre una cúpula de libros y arte que su mamá le
construyó como refugio y entretenimiento. Guerra tuvo la
posibilidad de consultar muchos de los volúmenes ''forrados'' que
conformaban parte de la biblioteca de su madre, aquéllos escritos por
autores que habían caído en desgracia y cuyas carátulas tenían que
esconderse. ''Cuando mi mamá estaba perdiendo la memoria empezó a
decir cosas muy fuertes de personas que estuvieron prohibidas en Cuba y
después pasaron a ser casi obligatorias'', cuenta Guerra del momento en
que su madre enferma de Alzheimer hasta su fallecimiento en el 2004. ''No
creía en las coyunturas políticas, sólo en los seres humanos y en el
arte'', recuerda Guerra, que de lo que su madre ''le dejó'' atesora
especialmente la postura de eterna aprendiz. ''Tengo un mundo
fantástico que va desde la literatura infantil rusa de los años 70
hasta unos zapatos Chanel o unas botas cañeras, desde un cuadro de
Waldo Saavedra o un pedazo de espejo roto de Humberto Castro hasta un
videoclip de Ernesto Fundora'', reconoce Guerra, que no desdeña ninguno
porque hay que ``ser equilibrado en los gustos y conceptos''. Guerra
acredita a la revolución de la plástica cubana como inspiradora de su
estilo literario. ''Ellos fueron la vanguardia. Dentro de la plástica a
nadie le importa los elementos con que se arma una obra, sean efímeros
o eternos'', comenta. Como escritora ha seguido estas tendencias, incluyendo fragmentos de canciones. En Todos se van aparecen Muchacha (Ojos de papel), de Luis Alberto Spinetta, o Eclipse de mar,
de Joaquín Sabina y Luis Eduardo Aute; varios temas de Carlos Varela e
incluso instrucciones de cómo manipular una granada de mano, que
formaban parte del currículo de una materia obligatoria para todos los
universitarios cubanos: cátedra militar. Estas ''interrupciones''
sirven para poner en contexto tanto los intereses como las experiencias
de la generación de los ''nietos de la revolución'', porque si Guerra
incluye a los amigos de su madre, también da un lugar importante a los
suyos. Se considera parte de una Cuba ''más abierta al mundo,
interesada en escribir una obra muy posmoderna''. Esto la acerca a
otros escritores en Latinoamérica que están escribiendo este tipo de
''literatura ensamblada''. Parte de ese grupo de creadores fueron
invitados al encuentro del año pasado en Bogotá. De Cuba asistieron Ena
Lucía Portela, Ronaldo Menéndez y Karla Suárez; de Perú, Santiago
Roncagliolo, de Argentina, Andrés Neuman y el dominiconorteamericano
Junot Díaz. Estos últimos compartirán con Guerra en la cita de hoy en
la Feria de Miami. Por ahora Guerra se concentra en una profunda
investigación historiográfica para la novela de Anais Nin, que
transcurre entre 1923-1924, intervalo en que la escritora francesa pasó
un año sin escribir en su diario y fue a Cuba, la isla de sus padres,
para casarse con su primer esposo, Hugh Parker Guiler. Cuando
termine la beca regresará a Cuba, donde ''vive como ama de casa,
escribe y lee porque no hay nada más que hacer''. Sigue deseando que
sus novelas se publiquen en su país, como sí ha ocurrido con los
poemarios Platea a oscuras, (Premio 13 de marzo de la Universidad de La Habana, 1987), y Cabeza rapada (Premio Pinos Nuevos, 1996). Anhela escribir una novela donde la política no aparezca, como Buenos días, tristeza,
de Franc¸oise Sagan, confiesa. Por ahora sigue llevando el arte hasta
las últimas consecuencias. Celia Sánchez, la colaboradora más cercana
de Fidel Castro en la Sierra Maestra y en las dos primeras décadas de
la revolución, es un personaje de Nunca fui Primera Dama. ``Celia
es mucha gente, muchísimas mujeres que creyeron, que estuvieron detrás
de muchas figuras masculinas ayudando en lo que fuera. Es la simbología
de eso. No podemos exigir que la revolución no pasó''.... Y habla en
pasado.• Fuente: Nuevo Herald