Impresionante, deprimente, increíble. Este reportaje sobre la funeraria de Manzanillo (provincia Granma) ―difundido por Cubanet― demuestra que morirse en Manzanillo es un viaje directo al infierno, y no para los fallecidos, sino para los familiares o amigos, que al dolor de la pérdida de sus seres queridos deben sumar las infrahumanas condiciones en que deben velar a sus muertos.
La muerte es lo suficientemente triste, fea y dolorosa en sí misma, como para encima no tener la posibilidad de vivir ese momento con un poco de dignidad, con un mínimo de respeto hacia los muertos y hacia los vivos.
Ojalá las autoridades municipales, provinciales (y de la instancia a la que deba llegar para que se resuelva de una vez) tomen pronto cartas en el asunto, porque lo que revelan estas imágenes es insostenible e inmerecido. ¿Tanto cuesta realmente dotar de un mínimo de dignidad la funeraria de Manzanillo? ¿Un año llevan en esas condiciones?
Si, tal como aseveran los entrevistados, a los problemas materiales se suma la incorrecta ubicación ―es evidente que la muerte invita al recogimiento y al silencio― tal vez lo más apropiado sería encontrar un nuevo lugar para que los manzanilleros vayan a velar a sus muertos como merecen.
Si el tremendismo y el humor negro de un filme como "Guantanamera" movía en 1995 los cimientos del horror cotidiano asociado a la muerte en la Isla, está visto que más de 20 años después, lo que allí se criticaba (y todavía más), sigue siendo plato diario de la mesa de los cubanos.
Este reportaje invita a una conclusión apresurada, pero tampoco tan disparatada: en Cuba ni morirse es fácil.
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