Preguntado de otro modo: ¿qué efecto real logró la “actualización del modelo económico” que anunció el Raúl Castro en 2014, a modo de continuidad de las reformas migratorias instauradas en la isla el año anterior?
Fue precisamente en 2014 cuando el gobierno cubano anunció un nuevo panorama para los negocios privados, estimulando el “cuentapropismo” con rebajas en algunas patentes y ampliando las categorías de trabajo por cuenta propia hasta actividades no reconocidas legalmente con anterioridad.
Marino Murillo, bautizado por la prensa extranjera como “El zar de las reformas económicas en Cuba” tuvo una inusual presencia mediática en espacios televisivos y radiales cubanos, explicando lo mismo cuántas mesas podría tener ahora una paladar, hasta cuántos empleados podría contratar un arrendador en divisas.
El entusiasmo corría como pólvora.
Cuatro años después, la realidad ha mostrado una cara más deprimente de lo que se anunció como un paso notable en la búsqueda del desarrollo económico del país. Basta preguntarles a jóvenes, profesionales, a estudiantes o trabajadores por cuenta propia.
El pesimismo se ha generalizado entre una población laboralmente activa a la que el peso de burocracias, abusos de poder y restricciones han vuelto a poner ante la realidad del sistema cubano: crear riquezas, solvencia económica, sigue siendo poco menos que un delito.
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