10 cosas que cambian en los cubanos cuando emigran

Sin embargo esos rasgos tan cubanos, que muchos creían haber perdido, se han simplemente silenciado, en espera de poder volver a manifestarse en la tierra donde se pide sal, se escucha la música ajena y se guarda hasta un trozo de esparadrapo porque nunca se sabe cuándo va a necesitarse.


Este artículo es de hace 9 años

¿Eres cubano y vives fuera de Cuba? ¿Sientes que cuando vas a la Isla hay cosas que ya no haces ni disfrutas como antes? ¿Te dicen que has cambiado, que estás hecho un gallego, italiano, suizo, alemán o un.... del lugar donde vives? ¿Te ocurre, además, que algunos hábitos que al principio encontrabas raros del país de acogida, de pronto te gustan y forman parte de tus rutinas? ¿Eres un poquito menos cubano y más de....?

Emigrar siempre supone un proceso de pérdida y de ganancias, no sólo en lo material y afectivo sino en lo identitario, lo que nos define y lo que compartimos. Adaptarse, integrarse, sentirse a gusto en la tierra de acogida, o como quieran llamarle, implica en muchos casos acallar algo de lo que nos diferenciaba y apropiarnos de lo que caracteriza al otro, seguir siendo nosotros y ser también un poco más ellos.

Si la tierra escogida es latinoamericana, los muchos rasgos compartidos hacen de la adaptación e inserción en la sociedad un proceso más fluido con numerosos puntos compartidos, pero si, por el contrario, se escoge un país del hemisferio norte, de Europa por ejemplo, las diferencias de idiosincrasia y los hábitos de sus diferentes sociedades ganan un mayor protagonismo.

Los cubanos, cuando emigramos hacemos nuestras algunas costumbres ajenas pero también perdemos algunas propias. He aquí algunas de esos rasgos o hábitos que teníamos en la isla que perdemos o mitigamos cuando marchamos a vivir a otro sitio:

1. Un cubano no avisa para hacer una visita. No lo hace porque muchas veces no tiene los medios para conseguir comunicarse -teléfono fijo en la casa del visitado ni celular por parte de alguno de ellos-. Un cubano aterriza en tu casa, a cualquier hora del día, porque le hacía camino, porque te echaba de menos, porque te debía una hacía mucho tiempo. Da igual la hora. Si estás de sobremesa se suma al cafecito, si estás comiendo te acepta la invitación, si estás haciendo una siesta te interrumpe. Un cubano que se va a vivir a otro país, de esos donde aparecer en casa del otro sin avisar está mal visto, termina haciendo suyo el hábito y reprochando por incívicas las conductas de antaño de aparecer en la casa del otro sin más aviso que el toque en la puerta o la llamada al timbre.

2. Un cubano aprovecha y recicla todo. En cuántas casas de Cuba si abrimos las gavetas no nos encontramos tuercas, alambres, pedazos de plástico, botones, trozos de tela, de madera, medicinas en potecitos de helado, agua en botellas de refresco y así, atesorada, cualquier cosa o porción de ella que pueda valer para un remiendo, un arreglo o un segundo uso. En Cuba nos duele botar las cosas porque sabemos lo que cuesta conseguirlas y porque sabemos que no ya reponerlas, sino a veces repararlas, puede convertirse en una titánica labor.

Cuando un cubano se marcha a vivir a un país 'rico', de esos de este mundo nuestro donde hay un primero y un tercer mundo, pierde ese sano hábito de reutilizar las cosas porque las sociedades a donde marcha no suelen hacerlo, porque se favorece más la sustitución que el arreglo y porque él asume que darles a las cosas más usos de los 'normales' es un indicio de pobreza y carencia.

Sin embargo, esta costumbre en realidad no se pierde del todo sino que muta. Se conserva el hábito de no desahacerse de las cosas por esos 'porsiacasos' que no suelen llegar y se desarrolla una especie de síndrome de Diógenes, que convierte las casas -trasteros, cuartos de desahogos, cavas, cuarto de los regueros, despensas o como le llamen- en campos minados donde ni los ratones entran.

3. En Cuba la comida cuanto más grasienta más sabrosa: Un buen plato de potajes, un buen tamal lleva grasa de cerdo y masitas. Un buen asado cubano no es magro ni bajo en calorías. Para muchos cubanos un plato recién usado sin restos de grasa habla de una mala comida. Al marcharse de Cuba, sin embargo, descubre el mundo de las calorías, los alimentos transgénicos y modificados, los azúcares y las grasas mono o poliinsaturadas, empieza a sacar cuentas y a sentir que la comida grasienta deja de ser apetitosa para convertirse en no sana.

4. En Cuba con menos de 25º estamos en invierno: Al emigrar las nociones de frío y calor cambian -es inevitable. Si en Cuba con 24 grados sacábamos cuanto trapo caliente tuviéramos en el escaparate y nos sintiéramos en el más gélido de los inviernos, al mudarte a un país de esos con cuatro estaciones del año bien definidas, terminas quitándote ropas hasta en el parque de la ciudad y aprovechando los rayos y el calor de unos 19º grados. Con 24 grados ya hablas casi de calor insoportable y con 10 sientes que el día está fresquito. Esto nos lleva al siguiente punto.

5. En Cuba se va a la playa a disfrutar del sol. Ni protectores -no los hay o son muy caros y no hay conciencia real de su necesidad- ni cuidado ante las horas más fuertes. En Cuba te fríes al sol, te acuestas en la arena y a disfrutar de él. Fuera de Cuba la relación con el sol en la playa cambia. Dejas de disfrutar el sol para 'exponerte a él', dejas de freírte la piel y pasas a 'protegerla'. Te empevesas de protector -cuanto más alto el factor mejor- verificas las horas en que el sol castiga más y las evitas, te parapetas tras gafas para las radiaciones UVA, sombrillas, ropas y mucha mucha hidratación y a disfrutar del día de playa bajo la sombrilla o de los cortos baños en el mar.

6. Los cubanos son expertos en hacer colas: Un cubano memoriza el color de la ropa o el rasgo más notorio de la fisonomía de la persona que va delante en una cola y hasta de dos más. Todo eso y más controla el cubano cuando hace una cola. Al marchar se pierden estas habilidades porque ni las colas son tan largas, ni se tarda tanto tiempo en los lugares de servicios y en muchas ocasiones hay sistemas de numeración que organizan la atención según llegada.

7. Un cubano sabe arreglar todo en casa: O al menos lo intenta. Antes que llamar a alguien para que solucione el problema, se aventura a hacerlo o le pide ayuda a un vecino o familiar. Al emigrar, en ocasiones por temas de garantías o de seguros pero muchas por simple pérdida de habilidad o cambio de rutinas, terminamos llamando a un técnico para que nos cobre por decirnos que la llave pierde agua por una simple zapatilla, nos abra un hueco, repare o pinte una pared. Un cubano, que sabe y necesitaba saber de todo, termina pidiendo presupuestos y pagando servicios.

8. Un cubano no deja de fumar por no tener fosforera: Dejemos de lado el hecho de que en Cuba no haya prohibiciones para fumar en lugares públicos y en muchos otros países sí. Hablemos de que en Cuba 'pedir fuego' no se asume como una invasión a la intimidad ni al espacio privado. Un fumador siempre te presta su fosforera o te cede su cigarro para que puedas encender el tuyo. En el extranjero aunque no es una práctica del todo desterrada sí es muy poco frecuente y no tan bien vista, por lo que un cubano fumador sabe que o carga su fosforera consigo o probablemente deberá reprimirse los deseos de echar una calada hasta regresar a casa.

9. En Cuba se pide prestado: la ropa para una ocasión especial, un libro, un utensilio de cocina, una herramienta, la bicicleta para hacer un mandado o la plancha. Cuando un cubano emigra, muchas veces, se aleja de sus personas más cercanas y de más confianza, además, deja de estar en una sociedad o en barrios donde solo uno puede tener la plancha, solo dos la bicicleta con la que todos hacen los recados, solo una afortunada una batidora, y pasa a vivir en un lugar donde, aun pese a las diferencias, las calidades y las marcas, cualquier persona que trabaje puede tener lo que necesite para vivir. Desaparece la necesidad de usar lo de los demás, desaparece el hábito y se hacen propios los sentimientos de no ver bien pedir o dar prestado -a menos que siga teniendo a cubanos en su círculo más cercano. Cada quien tiene y usa lo suyo y un cubano termina sintiéndose vergonzoso para pedir algo prestado o violentado si alguien solicita algo suyo.

10. Los cubanos hablamos alto. A veces el propio ruido ambiental nos obliga a ello, pues hay que competir con el pito del autobús, el ruido de un carro que no tiene tubo de escape, la música del puesto de la esquina o el vecino reggeatonero, pero a veces, hay que reconocerlo, en el más sepulcral de los silencios alguien te cuenta su vida a viva voz.

Luego, cuando marchan a vivir a otro sitio, pierden decibelios y se vuelven susurrantes y alguno que otro se escandaliza cuando va de visita y el bullicio de siempre vuelve a taladrarle los oídos.

Estos cambios, estas supuestas pérdidas en favor de otras ganancias, son inevitables y, en cierta medida positivas, pero muchos confiesan que sienten haber llegado a casa cuando alguien le grita desde los bajos que le eche agua a la sopa que hay más bocas pa'comer y muchos descubren, también, que esos rasgos tan cubanos que creían haber perdido estaban simplemente silenciados, en espera de poder volver a manifestarse en la tierra donde se pide sal, se escucha la música ajena y se guarda hasta un trozo de esparadrapo porque nunca se sabe cuándo va a necesitarse.

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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.

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Marlén González

Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.