
Comienza un día cualquiera en cualquier lugar de Cuba, las ciudades y las personas van desperezándose para entrar en las rutinas; de pronto, algo detiene el curso normal y corta el aire, alguien nos dice que el hijo de, el hermano de, o el vecino, que justo ayer mismo saludamos por la calle, se ha marchado de madrugada en una balsa a Estados Unidos. La escena es tristemente una vieja conocida de todos los cubanos.
La vida continúa, pero un miedo sordo, un terror compartido y una zozobra se apoderan de los vecinos, amigos y familiares. Se persigue cualquier información posible, se contacta a los amigos o parientes que los recibirían en Estados Unidos, se empiezan a atar cabos y a conjeturar si estaba distante en las últimas semanas, si se ausentaba mucho quizás preparando la embarcación, si es o no justificada su marcha, si es una buena o mala decisión con respecto a sus familiares, se habla y solo se habla de eso. Radio Martí se sintoniza más que de costumbre, se revisan las listas que en Internet se publican, en espera de algún dato, algún nombre que quite el peso y devuelva el aliento a la familia.
Algunos correrán la mejor suerte y arribarán a las costas americanas, otros serán interceptados por los guardacostas norteamericanos y devueltos, varios volverán a intentarlo persiguiendo el éxito, pero, lamentablemente, muchos quedarán en el camino de conseguir un sueño.
Todos los años cientos de cubanos se lanzan al mar en busca de una tierra que les permita construir un mejor futuro. En una especie de locura-cuerda o irónica paradoja, muchos se arriesgan a perder la vida para tener vida. Construyen con sus manos barcazas más o menos improvisadas -incluidos chevrolets con ruedas y hélices incorporadas, buikcs del 59 o contenedores de basura-, cargan lo mínimo que puedan necesitar para la travesía, se encomiendan a sus santos, sus credos y se aferran a sus ilusiones, para tener la fortaleza física y mental necesarias y la buena fortuna de conseguir arribar a tierra estadounidense y acogerse al estatus y posibilidades que la ley de pies secos brinda.
Todos los años, también, cientos de cubanos dejan sus vidas en el mar. Para muchos estos 'naufragios' serán datos, fotos que durante días acapararán las portadas, llamadas a declaraciones públicas y defensas de posturas encontradas, bazas para hacer política en uno u otro sentido, números, estadísticas apilables como libros; pero para muchos cubanos serán los familiares que nunca más volvieron, trozos de historia incompleta y desordenada, caras, voces, expresiones, sueños, deseos, nombres propios, cuerpos sacados violentamente del presente y del futuro, vidas y vivencias truncadas. Cuba tiene heridas y las familias, vacíos.
Llenemos los vacíos con recuerdos, sustituyamos los silencios con oraciones, mantengámoslos en nuestros pensamientos, hagámoslos compañeros eternos de nuestros días, pidamos por que Yemayá, Señora de Regla, madre de la vida, dueña de las aguas y los mares los tenga en su seno y pidamos para que estas tragedias y estas ausencias con nombres terminen.
Algunos datos: Los éxodos masivos de cubanos
1965. Apertura del puerto de Camarioca: unos 2.979 salieron por el puerto de Camarioca durante el período (septiembre-noviembre) que estuvo abierto oficialmente por el gobierno de Cuba, para que los cubanos que lo quisieran fueran sacados por sus familiares. Otros 2.104 fueron rescatados por embarcaciones enviadas por el propio gobierno de los Estados Unidos.
1980. Éxodo del Mariel (15 de abril al 31 de octubre): 125 mil cubanos abandonaron la Isla en embarcaciones salidas de los Estados Unidos.
1994. La crisis de los balseros. Después de la tragedia del Remolcador 13 de marzo Fidel anunció la retirada de los guardacostas cubanos de las costas, lo que trajo consigo un aumento de las embarcaciones con cubanos que se lanzaban por mar a encontrar el sueño americano. Terminó con la orden del entonces presidente Bill Clinton de intercepción de las balsas y envío de los cubanos a Guantánamo. Finalmente cerca de 33 mil cubanos fueron admitidos en los Estados Unidos.
2015. Desde noviembre de 2015, cuando Nicaragua les cerró el paso a los migrantes cubanos, se acumularon en suelo costarricense cerca de 8 mil cubanos que querían continuar rumbo a Estados Unidos. Otros más de mil lo hicieron en Panamá. La situación, que desembocó en la actual crisis migratoria de los cubanos en Centroamérica ha sido bautizada por muchos como 'el cuarto éxodo'.
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