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Cuba: Lo que siente el que se queda…

Los cubanos emigramos en cuerpo, pero nunca en alma. Nuestra alma se queda en nuestra tierra, cobijada en el corazón de los seres queridos que dejamos detrás. De los que desde el punto justo en que tomamos la decisión de irnos, nos extrañan y esperan.


Este artículo es de hace 8 años

Los cubanos emigramos en cuerpo, pero nunca en alma. Nuestra alma se queda en nuestra tierra, cobijada en el corazón de los seres queridos que dejamos detrás. De los que desde el punto justo en que tomamos la decisión de irnos, nos extrañan y esperan.

Yo me fui de Cuba hace ya 20 años. Mi alma se quedó en el corazón de mi abuela, que me crió con todo su amor y paciencia y me convirtió en la persona que soy hoy. Por eso para mí, regresar a casa, es literalmente, regresar el alma a mi cuerpo.

Vivir lejos de la tierra de uno duele. Haberla tenido que dejar crea resentimientos que se expresan de tantas formas viviendo en el extranjero. A veces, los mecanismos de defensas y las cosas que nos decimos para sobrevivir fuera de nuestro mundo, lejos de nuestra gente, no nos dejan ver que vivimos con esos resentimientos sembrados en lo más profundo de nuestros pechos. Y aunque yo personalmente no lo he logrado, muchos cubanos consiguen olvidar y finalmente adaptarse a vivir lejos.

Independiente de todo eso, lo cierto es que fue nuestra decisión irnos. Y como todas las decisiones vienen con pros y con contras, aprendemos el arte de vivir con ambos lados de la moneda. En el exilio, vivimos una vida nueva, diferente y muchas veces intensa. Decidimos irnos por alcanzar metas y objetivos de vida que creímos nunca podríamos alcanzar en nuestra tierra. Pasan los años y no todas las metas ni los objetivos se cumplen. A veces se cumplen metas y objetivos con los que nunca ni siquiera soñamos. Se nos pasa la vida luchando, creciendo, recordando, olvidando. El tiempo pasa volando, sin tiempo para extrañar nuestra tierra, nuestra gente. Y a veces, cuando los extrañamos, nos vamos a un rincón y con la melancolía que muy pocos en nuestras vidas comprenden, lloramos.

Nuestro dolor es cierto, pero al menos irnos fue nuestra decisión.Y como no hay peor tristeza que la que traen las decisiones que uno no tomó, siempre me pregunto qué siente el que se queda?

Que habrá sentido mi abuela por los pasados 20 años, después de haber dedicado su vida a criarme, y yo de pronto, decidí irme de Cuba e irme a vivir a otro lugar de este planeta. Abuela se quedó en la misma casa, con la misma gente, con las mismas carencias, extrañando a su nieta. Se quedó con la ansiedad del que ama y no puede hacer nada para tener a esa persona que ama cerca.

Es como una especie de pérdida como la que trae un accidente, o la muerte. Tengo una amiga en Miami que luego de irse más nunca más volvió a su patria. Su madre la llora como quien llora a una hija muerta mientras agradece el saberla viva.

“Es una tristeza agridulce” Me comentó la madre de mi amiga, que al verme en la Habana me abrazó y lloró en mis brazos como si hubiese visto en mi, la hija de ella.

La realidad es que no todo el que se va regresa. Hay cubanos que o no tienen medios para comprar un pasaje de regreso, o el país donde vive (como es el caso de mi amiga) le ha puesto trabas para regresar a Cuba sin perder el empleo, simplemente Cuba no acepta que una persona regrese a Cuba por un largo tiempo. En el caso de los médicos que se van en misión y se quedan fuera, en 8 no pueden regresar a ver a su tierra. Para toda esa gente, hay seres queridos en Cuba que lloran las lágrimas agridulces que llora la madre de mi amiga en Miami. Esa es simplemente, la triste realidad del que se queda.

Maribel, la madre de un médico Cubano

Cuando un amigo y un gran médico cubano,que fue enviado en misión a Venezuela, tomó la gran decisión de quedarse fuera, él sabía que Cuba lo castigaría a no poder regresar a su patria por 8 años. El dejaba detrás a Maribel, su madre , muy enferma. Siendo médico, él entendía que 8 años era demasiado tiempo, y que de quedarse, existía un chance real de que no volvería a verla. La decisión de abandonar a su patria y dejar a su madre en Cuba lo torturó hasta el cansancio. Finalmente, por razones que comparten todos los cubanos que toman esa misma decisión, en esas mismas circunstancias, mi amigo médico decidió hacerlo.

Maribel, que lo había criado con toda la ternura y paciencia que ofrece una madre, que lo había visto crecer, y que de niño común lo vio hacerse un gran médico, no tuvo de otra que llorar y a la vez entender que su hijo quería emprender una nueva vida, en un mundo donde se abriría paso y ayudaría otros pueblo, otras gentes.

Su hijo emigró en cuerpo, pero su alma quedó donde su madre. Estando en misión, las metas se realizaban, y hasta conoció un gran amor que le llenaba los vacíos que dejaba el no poder estar con su madre durante los años de convalecencia.

Maribel, desde su lecho, vivía esperando noticias de su hijo, como avecilla que espera su alpiste entre sus rejas. Las noticias de Venezuela le alegraba la vida. Las cartas y llamadas de su hijo la hacían llorar de esas lágrimas agridulces que lloran las madres cubanas cuando los hijos se le van de su lado. Para Maribel, un poco mas agrias que dulces, pues su enfermedad le robaba lo poco sano que quedaba dentro de ella. Las esperanzas de volver a ver a su hijo se desvanecían por día, mas a prisa que lo que se desvanecía su cuerpo.

Un día, estando en Venezuela, la noticia le llegó a su hijo que su madre casi ya moriría.A Maribel, según los expertos médicos, le quedaban pocos días. Ya no comía, ni hablaba con nadie.

Un sistema de ayuda humanitaria propició un permiso urgente para que su hijo viajara a Cuba a verla. Por los días que duraron los trámites, Maribel se aferró con todas sus fuerzas a la vida. Ella quería volver a ver a su hijo antes de su partida.

La llegada de su hijo le cambió la vida a Maribel. El fuerte abrazo que se dieron le devolvió al hijo el alma al cuerpo y a Maribel le devolvió la vida. Al tenerlo, ella sonrió como hace mucho ya no lo hacía. Los dolores pasaron a un segundo plano y la felicidad del momento llenó sus vacíos de fuerzas. De tantas fuerzas, que a final de la visita de su hijo, ya no parecía que Maribel moriría. Los médicos lo denominaron ‘un milagro’. Maribel lo denominó, la mayor alegría que le pudo haber dado la vida. Según ella, la tristeza mata y a veces el antídoto de ese veneno, no es una medicina, ni una operación, es simplemente es que la vida te de una gran alegría.

Pero tristemente, llego el día en que el gran médico castigado por haberse quedado fuera de Cuba tuviera que irse de la isla. Ese día, Maribel lloró las mismas lágrimas que ya había llorado cuando él se había ido por primera vez a Venezuela.
La despedida fue un abrazo inmenso, como el que quiere que ese abrazo dure para el resto de los días porque sabe lo que va a sentir justo después que se acabe el abrazo. Ese abrazo lo cambió todo. Ese abrazo le dió a Maribel las fuerzas para quedarse viva y seguir esperando que los 8 anos pasen y que su hijo pueda regresar a verla.

Desde entonces, ella espera. Se trazó nuevas metas para que el tiempo pase a la velocidad que el tiempo le pasa a el allá afuera. Ella espera, con el fuerte motivo de querer volver a abrazar a su hijo. Ella espera, como esperan tantas madres, padres, hermanos, tíos y familias en la isla. Como espera Cuba entera.

Lo que tortura al que se queda…

Los que nos fuimos a veces no sabemos que el dolor de vivir en el exilio no se compara con la agonía que sufren los que se quedan. No sabemos que si regresar a la isla nos devuelve el alma, al que nos espera en Cuba, le devuelve la vida.

Los que nos fuimos creemos que lo más triste de vivir fuera de Cuba es perder a un ser querido estando lejos. Los que se quedan creen que lo más triste del mundo es no poder tenernos allí durante sus últimas horas de vida.

Nadie le devolverá a mi abuela los pasados 20 años sin su nieta querida, ni a la madre de mi amiga los años que pasó sin ver a su hija, ni a Maribel los 8 años de castigo, que fueron quizás más castigo para ella que para su propio hijo.

Por eso todos los cubanos vivimos añorando que algún milagro suceda para que tales separaciones se acaben. Dicen que antes nadie se iba de Cuba. Hoy por hoy un sinfín de cubanos se van, dejando un sinfín de cubanos en la isla añorando que sus seres queridos regresen.

Y sin ahondar en política – porque la política crea barreras y el amor crea puentes – es justo decir que todos los cubanos añoramos que un milagro cree ese puente. Un puente que evite que los cubanos, al salir de Cuba, entretengan la dura decisión de no regresar a su tierra. Un puente que permita a todos los cubanos viajar libremente, donde no existan castigos para regresar a la patria de uno, un puente donde la política no cree barreras.

Un puente entre el mundo y Cuba entera.

Por Jocy Medina

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