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Eduquemos a nuestros hijos en el trato de los adultos mayores

El envejecimiento poblacional es indiscutiblemente un logro políticas de salud pública y del desarrollo socioeconómico; pero a no dudarlo el incremento de las personas de la tercera edad constituye un reto para la sociedad porque se trata de envejecer pero manteniendo una adecuada calidad de vida.


Este artículo es de hace 8 años

El envejecimiento poblacional es indiscutiblemente un logro políticas de salud pública y del desarrollo socioeconómico; pero a no dudarlo el incremento de las personas de la tercera edad constituye un reto para la sociedad porque se trata de envejecer pero manteniendo una adecuada calidad de vida.

Haremos un análisis de la provincia de Camagüey, Cuba. Ahí la cifra de los mayores de 60 años de edad supera los 140 795 —el 18,5 % de su población—, y casi 170 de estos son centenarios. La esperanza de vida al nacer es de 78,5 años; en las mujeres, de 78,45; mientras en los hombres, de 76,52

Para convivir con una población envejecida hay que prepararse. Estas acciones deben ser tomada tanto por las autoridades sanitarias, el Estado, la familia, y el propio adulto mayor, pues es vital que él cuide de sí mismo.

Aquel que envejece ve afectada su calidad de vida por razones obvias, con el consabido aumento de los costos en la asistencia de salud, y si esta persona se cuida, luego de una buena orientación y educación a ella y a su familia, su existencia transcurrirá con mejor calidad.

Camagüey es una ciudad con tradición cultural, pero como todo el país con dificultades en el transporte, y con calles enrevesadas y limitadas al tránsito de transporte público.

¿Cómo un anciano puede trasladarse hacia el teatro, a una galería de arte? No le queda otro remedio que hacerlo a pie. ¿Y cuántas veces podrá complacerse a sí mismo si sus condiciones físicas son limitadas y frágiles, aun cuando su cerebro funcione a toda máquina?

Y solo me detengo a pensar en el lado bueno del asunto, porque harina de otro costal son las salidas a hospitales o turnos con el médico, acciones que traen aparejados vacíos enormes a los bolsillos al acudir a transportes que tienen un costo mayor (taxis o bicitaxis).

Pero aún hay muchos otros desafíos. En cualquier hogar cubano cohabitan hasta tres o cuatro generaciones. Los niños que nacen y crecen entre abuelos, quienes se ponen a su altura, los protegen y son hasta sus cómplices de travesuras, viven un amor que solo ellos saben explicar; y los ancianos, por su parte, no sufren tanto aquello de nido vacío cuando sus hijos escogen pareja y emprenden su propia familia.

Entonces, los abuelos se encargan de los nietos y otras labores. Al llegar estos últimos a la adolescencia y juventud comienza su etapa de despegue y una suerte de cadena que en ocasiones no funciona adecuadamente.

La generación intermedia continúa su vida laboral y sus hijos defienden el espacio entre sus coetáneos. Esas dos generaciones entran y salen de casa, y no pocas veces, ni siquiera saludan a "los abuelos". La vida tiene una velocidad increíble y ellos se van olvidando de los que en su momento fueron los puntales de la casa y van entregando el mando a sus continuadores.

La actitud ante los ancianos se siente, se aprende y claro debe ser enseñada.

Amar no es brindar casa, comida y ropa limpia. Una frase cariñosa tiene mucho más valor que un plato de comida. Sentarse a oir cuentos, quizás ya conocidos, y prestarles atención es muy importante, los hace sentirse aún parte de la familia. Es triste crear una familia con esfuerzo y cariño, soñar con el futuro de los hijos y nietos, y finalmente sentirse olvidado por los conviventes. Y entonces se genera la depresión del adulto mayor.

Cuánta decepción podrá sentir y tolerar una persona lúcida, a veces con demasiados años encima, al verse rodeado y solo a la vez.

Ninguno de los médicos especialistas: geriatra, psicólogo, psiquiatra. Ni instituciones: casa de abuelos, hogar de ancianos, tampoco no hay tratamiento capaz de sustituir lo que la familia puede ofrecerle.

Es que el sentimiento de soledad con compañía lastima más que si no la tuviera.

Si acompañamos a nuestros ancianos, si los hacemos sentir importantes y si también los atendemos adecuadamente, estamos sembrando conductas ante nuestros hijos, el ejemplo vivido nos asegurará un mejor futuro a nosotros mismos. Pues en poco tiempo seremos nosotros los que ocupemos el espacio de los ancianos de hoy.

Si brindamos un mal ejemplo mañana podremos ser víctima de lo que enseñamos, de ese devastador sentimiento de soledad con compañía.

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