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El Cristo de Casablanca

Desde hace más de medio siglo se empina esta estauta esculpida por las manos de una cubana, Jilma Madera, autora de otras piezas emblemáticas, como el Martí del Turquino.


Este artículo es de hace 16 años

Sobre el horizonte de la Ciudad de La Habana, en la colina de Casablanca, el Cristo nos contempla.

Desde hace más de medio siglo se empina esta estauta esculpida por las manos de una cubana, Jilma Madera, autora de otras piezas emblemáticas, como el Martí del Turquino.

JILMA MADERA fue una artista simpática y locuaz, estudió en la Academia de San Alejandro de ahí partió a Nueva York, México y Europa siempre ávida de conocimientos y en busca de la experimentación

Numerosas fueron las exposiciones en las que participó y los reconocimientos por su maestría, en el Salón de Escultura del Círculo de Bellas Artes, en la II Exposición de Arte Hispanoamericano de La Habana, 1954, en Salones Nacionales; en galerías de Madrid, Tampa, Nueva York, entre otros.

Por parques de poblados habaneros, como los de Gûines, Managua, Bejucal, se encuentra la huella de esta mujer, siempre tras la figura de Martí, aunque siempre será el bronce, sobre la cordillera de la Sierra Maestra, el más querido pues le permitió conocer a la hija del doctor Manuel Sánchez Silveira, Celia, y vivir el entusiasmo de los dos.

Así junto a Celia Sánchez Jilma Madera llevó su Martí hasta el punto más alto de la montaña.

EL CRISTO DE CASABLANCA

Se realizó una convocatoria para realizar la obra y Jilma presentó su boceto que fue el seleccionado. Así se trasladó a Carrara, Italia, pues la obra se talló allí debido a que el mármol de esta región austral es de los mejores del mundo".

Como artista sumamente celosa quiso darle al Cristo la austeridad, el amor y la fuerza que lo colocaron al lado de los pobres de la tierra, como dijera Martí.

Fue en la navidad, el 25 de diciembre de 1958, cuando fue develada la estatua del Cristo.
Con sus 15 metros de altura y un pedestal de 3, el Cristo de La Habana, es desde la mestiza expresión de su rostro y de sus formas, uno de los símbolos de La Habana, el registro de noches y días sobre el mar es canto entre el amor y la fe, la fe y la vida.

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