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El Primer Automóvil que rodó en Cuba.

El primer automóvil que llegó ya rodó por las calles de Cuba, lo hizo en diciembre de 1898, de la mano de José Muñoz, quien había pasado los años de la guerra hispano-cubana en París, donde había presenciado el auge del nuevo medio de transporte y creyó hacer un buen negocio con la venta de estos artefactos a su regreso a la isla.


Este artículo es de hace 16 años

El primer automóvil que llegó ya rodó por las calles de Cuba, lo hizo en diciembre de 1898, de la mano de José Muñoz, quien había pasado los años de la guerra hispano-cubana en París, donde había presenciado el auge del nuevo medio de transporte y creyó hacer un buen negocio con la venta de estos artefactos a su regreso a la isla.

Aquel, como todos en sus primeros años, emitía un modestísimo ruido de herrajes mal ensamblados y un explosivo “taf taf”. Aquel primer ejemplar hacía unos 12 kilómetros por hora y había costado poco más de seis mil francos, alrededor de mil pesos. Pertenecía a una de las primeras marcas lanzadas por la aún incipiente industria automovilística gala; la fábrica se llamaba La Parisiense.

Como sucedió otras tantas veces, rápido despertó el espíritu de emulación dentro de la gran burguesía habanera. El boticario Ernesto Sarrá, quien con el siglo empezaba a redondear la que se convertiría en una de las mayores fortunas cubanas, de no muy farmacéutica procedencia, no tardó mucho en ser el dueño del segundo automóvil que atravesara las no muy anchas avenidas habaneras.

Claro que no se trataba solo de tener otro auto y nada más. Este también vino de París, era un Rochet y Schneider, fabricado en Lyon de 8 caballos de fuerza, potencia bastante considerable para junio de 1899. Este le había costado unos 4 mil pesos y alcanzaba sobre los 30 kilómetros por hora.

Aquellos primeros coches se veían ridiculizados cuando algún que otro caballo a buen galope les superaba. Pero, además, el de Sarrá aún tenía el timón en la parte trasera y una transmisión por correa que solía salirse de sus rodamientos con una regularidad de cada seis o siete cuadras. Y aunque tuviera que detener su viaje cada vez que esto ocurría para volver a poner la correa en su lugar, el boticario se sentía orgulloso de ser el dueño del automóvil más lujoso que circulaba por la Habana, pues solo le hacía competencia al anterior, con menos caballos de fuerza.

El tercer auto que circulara en el país, vino por uno de los pocos negocios que consiguiera hacer el señor Muñoz, dueño del primero. Fue una especie de camioncito que compró la empresa Guardia y Compañía y que podía cargar hasta media tonelada, que ya era mucho para la época. Dicha empresa lo utilizó para la repartición de los cigarros H. Cabañas y Carvajal y aquello constituyó todo un espectáculo a bordo de la novísima furgoneta.

Como es lógico, más adelante comenzaron a llegar al país algunos vehículos de procedencia norteamericana, pero nunca superaron en cantidad ni calidad a los de procedencia europea.

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