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En Guillén, la sangre fluía por su palabra.

Como hombre de pueblo que fue, conceptuó por  especial mérito de su labor, la obtención de una lírica hecha de naturaleza española y africana. Distinguían sus lectores desde sus primeros volúmenes aquel palpitante colorismo, la armonía sandunguera, el compás de origen africano y los componentes folklóricos.


Este artículo es de hace 15 años
Varios han sido los poetas nacionales que ha tenido Cuba a lo largo de su historia, pero sin duda que el camagüeyano Nicolás Guillén ha sido el de mayor trascendencia.

Comenzó su creación literaria en el terreno del posmodernismo y la consolidó en el de las usanzas vanguardistas de los años veinte, en cuyo terreno se convirtió pronto en el embajador más descollante de la poesía negra o afro antillana. Utilizó todas las técnicas características de ese tipo de poesía con el objetivo de alcanzar una expresión genuina para una cultura mulata, conforme a un país mulato como él mismo, y mostró siempre una preocupación social que se fue enfatizando con el transcurso de los años.

Ya en su avispada adolescencia, escribió sus primeras obras que fueron publicadas en revistas de provincia, entre las que recordamos “El camagüeyano gráfico” y la manzanillera “Orto” hasta la habanera “Castalia”. En 1922  matricula en la Universidad Nacional para alcanzar el diploma de derecho. Los sonetos: "Al margen de mis libros de estudio" manifiestan el desánimo de su desengañada experiencia. Regresa a Camagüey y crea la revista Lis, vocablo provenido del modernismo, lo que no imposibilita encontrar páginas evidentes de la lucidez y sagacidad de sus consideraciones.

Años más tarde vuelve a  La Habana y se relaciona con gente de su generación, con  quienes forman  tertulias y toman posiciones novedosas ante las creaciones artísticas y literarias. En esta época entabla amistad con el periodista Gustavo E. Urrutia, quien en 1930 publicara en su sección del diario La Marina, “Motivos de son”.

Fueron ocho poemas-son que le proporcionaron notoriedad en toda la nación, así como amigos y enemigos. En aquel momento, esta no era una temática a la que pudiera dársele difusión. Fue una producción muy controversial. La prosodia la había tomado del modo de hablar de los negros,  mulatos y blancos habaneros.

Estos poemas-son fueron musicalizados por algunos de los más prestigiosos compositores de entonces. Valga citar las obras realizadas por Alejandro García Caturla, Amadeo Roldán, así como Eliseo y Emilio Grenet. Aquí comienza a evidenciarse el estrecho vínculo música- poesía            que es primordial atributo en la inspiración de Guillén.

Y sin haberse apagado aún el escándalo de aquellos Motivos de Son, en 1931 trae otros poemas mulatos bajo el título de “Songoro Cosongo”, con una destreza mucho más perfecta.

Este libro es considerado como la cúspide de su período negrista, pues agrega poemas que exceden este tópico. A su vez, "La canción del bongó" reitera la mezcla de las razas y culturas africana y española.

Con “West Indian Ltd.”, en  1934, abre una nueva época. Este volumen, puede valorarse como una recapitulación de lo ganado antes, abriéndose a estructuras y contenidos desconocidos. Sus intenciones van más allá de las fronteras de la gran Antilla, fijando su interés en las que conforman  las conocidas como "Indias occidentales".

En 1937, en México, Guillén publicó “Cantos para soldados y sones para turistas”, donde incursiona en el tema de la guerra, que continuaría luego con “Poema en cuatro angustias y una esperanza” que publicara en también en Valencia, España. Con una intención tan cosmopolita, sus estrofas reconocen el carácter culto que se propaga por  toda la obra, escrita antes de su perspectiva inmediata y particular de la infelicidad que vivía el pueblo español, lo que no entorpeció su integridad formal.

Estuvo toda una década sin sacar a la luz ningún libro. Luego, en Buenos Aires la editorial Pleamar le publica “El son entero”, sumatoria poética de 1929 a 1946. En la última parte del libro aparecen los poemas hasta ese momento inéditos, que le dan nombre a la obra. Indisputablemente, la edición de este libro ayudó  enormemente a elevar la difusión y apreciación de su creación artística.

En 1951, en una modesta imprenta publicó “Elegía a Jesús Menéndez”, oratorio revolucionario dedicado al conocido por “general de las cañas”.

Desde 1953 hasta 1959, el poeta vive en el destierro, imposibilitado de regresar a su patria por la dictadura batistiana.  Al triunfo de la revolución vuelve, trayendo consigo “La paloma de vuelo popular”, de 1958, que había sido editada también en tierra bonaerense. Allá también, en una modesta imprenta publicó “Elegía a Jesús Menéndez”.

En 1964 ve la luz, una de sus obras más conocidas “Tengo”. Enunciadas en las prácticas usuales, romances y décimas, invariablemente con el tono de actualidad que determina su creación, el poeta camagüeyano manipula la sátira con su soltura y certidumbre propias.

Luego “El Gran Zoo” de 1967, una nueva faceta que con su tono sarcástico mostraba aún su joven espíritu.

A los setenta llegó “La rueda dentada”  y “El diario que a diario”. Los versos de la rueda tendrían en  cuenta no sólo lo popular, ineludible en Guillén; sino, también, lo íntimo, lo más personal de su ser. El diario brota de una singular representación de lo que es, o puede llegar a ser, el periodismo. Con una intención cinematográfica perpetuada por la sutileza irónica que ya se le conoce, pero usada para atraer el transcurso histórico que divisa según volteamos cada página, rebota la sonrisa cuando no una desvergonzada carcajada, sin descartar el cosquilleo satírico, punzante.

En 1978 saca a la luz el niño que llevaba dentro en “Por el mar de las Antillas anda un barco de papel” acertijos y canciones, poesías con cariño y energía con la cadencia que domina como el maestro que es.

En su totalidad, su obra estuvo consignada a la revalidación de una genuina poesía cubana de profundo sentido popular. Como hombre de pueblo que fue, conceptuó por  especial mérito de su labor, la obtención de una lírica hecha de naturaleza española y africana. Distinguían sus lectores desde sus primeros volúmenes aquel palpitante colorismo, la armonía sandunguera, el compás de origen africano y los componentes folklóricos.

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