
Se aproxima el día de las madres en Cuba -también el de los padres- y casi todo comienza a girar en torno a ellos. Se hacen habituales los regalos, las llamadas, las muestras de afecto y las felicitaciones. Sin embargo, hoy me he despertado pensando en algo que desde hace años me ronda la cabeza, y son las muchas razones por las que mi madre -en realidad, mis padres, y tantos de su misma generación- merecerían en lugar de halagos y agasajos, disculpas.
Cuando triunfó la Revolución, del modo que lo hizo y de la manera en que se presentó a sí misma – con declaraciones y con hechos- casi enseguida se establecieron tres posturas diferenciadas, tan irreconciliables como lo son en la actualidad y como evidencia la casi imposibilidad para el intercambio de ideas entre quienes se identifican con uno u otro posicionamiento.
Desde sus comienzos hubo personas que miraron con recelo la llegada de los barbudos al poder y decidieron desmarcarse y alejarse, ya fuera físicamente -pensemos en todos los muchos que emigraron y continúan haciéndolo-, ya fuera ideológica y emocionalmente -pensemos en todas las personas que se muestran abierta, cuidadosa o calladamente en contra del gobierno cubano, sus políticas y sus simpatizantes.
Pero también hubo muchas personas que pusieron sueños, esperanzas, tiempo y vida en un proyecto que les pareció único, especial, idóneo para la sociedad que construirían, que se sintieron dichosos y bendecidos por haber nacido en una tan singular coyuntura histórica.
Aunque podría categorizar mucho mejor y más las posturas, prefiero dejar en un tercer conjunto a quienes no hicieron una elección clara o declarada, bien por real desinterés -no a todas las personas les interesa la política ni la actualidad social-, bien por indecisión -no hay por qué ver mal que una persona no tenga claro hacia dónde orientarse- bien por miedo, por dudas, o bien por cómodo oportunismo -la galería de personajes que dicen lo que no piensan para obtener favores se ha ganado, a fuerza de protagonismo, un merecido lugar dentro de los tipos sociales cubanos.
No pretendo caracterizar ni social, ni generacional ni mucho menos motivacionalmente a ninguna de las personas que hicieron uso de su capacidad para pensar y decidir y tomaron uno u otro camino. No pretendo ni tan siquiera detenerme en el primero ni en el tercer tipo de personas, quizás merezca la pena hacerlo en otra ocasión.
Pretendo, por el contrario, referirme a los segundos: pretendo hablar de personas que como mis padres abrazaron la Revolución como suya e ingenuamente hicieron de su cabeza visible y férrea mano, no un presidente de estado sino un líder a quien seguir -endiosar para algunos.Pretendo hablar de esas personas que hicieron de sus empleos no solo una vía para conseguir el sustento, sino la forma de sentirse activos partícipes de la común tarea del hombre nuevo, que acallaron su ser individual en favor del colectivo, que desdibujaron sus añoranzas con las 'comunes', que sustituyeron carencias por equidades y dejaron de desear para compartir.
Ha pasado el tiempo y contemplo con una mezcla de angustia, desconcierto y buena dosis de rabia que los brazos que construyeron el país, las manos que levantaron 'los logros', las bocas que corearon las consignas cuando eran necesarias hoy se encuentran solas, cansadas y silenciadas. Entregaron vida, defendieron sueños, vivieron íntegros e incorruptibles y recibieron desesperanza, decepción, heridas, errores sin explicar, evidencias indefendibles. Los auténticos héroes de Cuba, los que día a día han librado las batallas que creían justas y necesarias hoy son una generación 'perdida', de sueños rotos, promesas no cumplidas, vergüenzas ajenas y horas, muchas, muchas horas entregadas.
Nadie les devolverá el tiempo, nadie les regresará la confianza depositada, nadie ni tan siquiera les respetará el cansancio y la duda en la mirada. Nadie los ve porque dejaron de ser cómodos y servibles, nadie los escucha porque las consignas son otras y las necesidades también. Las madres, los padres, mis padres, que cargan con el fracaso de haberse creído partícipes de una utopía social y un proyecto inexistente no necesitan postales, ni flores, ni poemas, ni felicitaciones; merecen disculpas por los años robados y los sueños rotos.
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