
Es una combinación muy criolla de su carta menú con su ambientación y hasta el desempeño de sus empleados.
De la oferta podemos resaltar el potaje o el sopón santiaguero, congrí, cerdo asado, tostones, además de otros platos como la ropa vieja, el tasajo, o los buñuelos de malanga, muy representativos de la cocina cubana y no muy frecuentes de ver en el servicio gastronómico de la urbe.
La comida es servida en fuentes, sobre mesas de madera, sin mediación de manteles, a la costumbre de las épocas de corsarios y piratas, jarras de barro, taburetes, y pisos de losa de arcilla sin alisar que no hacen más que rememorar períodos remotos de esta isla.
Justamente a ello contribuye el estar situado en el mismo escenario, ante el Mar Caribe, disfrutando de su brisa, junto a la música cubana más tradicional.
Y complementa este producto con un sello muy particular el trato de su no muy amplio grupo de trabajadores. Cubanos como los más, sonrisa previa y disposición perenne a servir a sus invitados.
Los principales orígenes de quienes allí concurren pueden ser España, Italia, Francia, Canadá, Rusia, China, Japón o hasta Egipto. Igualmente acuden cubanos estimulados por sus centros laborales. También pueden encontrarse embajadores, diplomáticos, ministros, empresarios.
En la historia de este centro han quedado huellas como las de Paul Mac Carney, Frank Fernández, Omara Portuondo, Eliades Ochoa, o las hijas de Rockefeler.
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