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Una tarde con las fuerzas del más allá

Hace muy pocas semanas, yo que era virgen en las relaciones religiosas de cualquier tipo, tomé un vuelo hasta Santa Clara para “consultarme” con una cartomántica recomendada por un amigo, después de que había agotado todas los caminos posibles para encontrar soluciones en el mundo de los vivos a ciertos problemas que arrastro desde hace años y a menudo resurgen y me pasan por encima con la fuerza aplastante de un tren de carga.

Red Cubana Comunicadores Comunitarios
Foto © Red Cubana Comunicadores Comunitarios

Este artículo es de hace 7 años

Si usted es cubano, vida donde viva, profese la ideología que profese, sabe que cuando las cosas se ponen malas nos encomendamos a los santos y si el “agua llega al cuello” no lo pensamos dos veces para visitar a un representante en la Tierra del más allá, en busca de la protección necesaria o las respuesta requeridas ante la urgencia, ya sea babalao, cura, adivinador, o cartomántico.

Lo digo porque hace muy pocas semanas, yo que era virgen en las relaciones religiosas de cualquier tipo, tomé un vuelo hasta Santa Clara para “consultarme” con una cartomántica recomendada por un amigo, después de que había agotado todas los caminos posibles para encontrar soluciones en el mundo de los vivos a ciertos problemas que arrastro desde hace años y a menudo resurgen y me pasan por encima con la fuerza aplastante de un tren de carga.

La mujer, una mulata robusta con la indescifrable mirada de la experiencia en los ojos y en el rostro y aspecto de veterana gitana, me recibió en las puertas de su casa y me invitó a pasar por un angosto pasillo hasta su interior. Puertas adentro, descansé unos minutos sobre un mueble en medio de la habitación que utilizaba como sala, rodeada por una increíble variedad de objetos religiosos. Desde efigies de San Lázaro, collares religiosos encima de un brevísimo altar, pequeños retratos en blanco y negro de personas supuestamente fallecidas, postales de la Virgen de la Caridad del Cobre y otras alegorías del mismo tipo que no logro recordar.

Frente a la habitación en la que descansaba— presa, lo confieso, de ese temor a la desconocido que todos hemos sentido alguna vez— había una puerta que se abría a la habitación donde (pongámosle Marta) mi anfitriona recibía a sus urgidos clientes. Entré con cierta incredulidad al mundo que me separaba de los vivos y me senté en una gastada silla mientras la “visionaria” se situaba al otro lado de la mesa.

Para alguien poco acostumbrado a estos lances del destino, el lugar parecía bastante tenebroso. Paredes despintadas, un insoportable olor a humedad, una muñeca negra de trapo casi con la estatura de una persona, acompañada de otro impresionante muñeco, ambos con sus respectivos tabacos en la boca, incrementaban la mística del sitio.

Marta, ya puesta en sus funciones, introdujo su mano de cartomántica en una pequeña bolsa grisácea, extrajo un juego de cartas y las arrojó sobre la mesa. Me preguntó mi nombre, mi edad y le hizo un guiño a la muñeca negra de ojos grandes como platos. Como ovnis.

Colocó sobre la mesa el lote de cartas y me pidió que tomara una hilera para mí y luego las intercalara como quisiera. Más tarde dispuso de mi parte, la removió en la madera y lo que vio, al parecer por su compungido rostro, no le pareció el resultado esperado, ese que podía sonar al oído como un canto de ángeles o como si el médico te dijera que estás completamente sano después de revisar exhaustivamente tus análisis de sangre.

-Estas complicado. Sin embargo tienes posibilidades de resolver los problemas, pero tienes que apurarte.

De repente aquello me tocó alguna fibra sensible y experimenté una sensación que, por mi probada incredulidad, no esperaba.

Y explicó la premura señalando dos cartas con el rey de espada, si no recuerdo mal.

-Si estuvieran una debajo de la otra significaría muerte. Sin embargo no lo están a pesar de que casi se rozan.

Francamente me impresionó y me puse como de hielo.

Miró a la muñeca y le habló con un lenguaje enrevesado.

-Me dijo Josefa ( el nombre de la efigie de trapo) que tienes un muerto oscuro que no te deja avanzar, que le ha puesto frenos a todos tus planes.

Volvió a “hablar” con Josefa segundos después.

-Ella dice que quizás existió una mujer en tu vida que ya murió, pero que quiere llevarte con ella porque la dejaste plantada o la rechazaste.

Yo, que no soy realmente un Casanova, repasé mi memoria y no encontré ningún recuerdo fiable que se correspondiera con los argumentos de los espíritus que supuestamente habitaban la sala.

-No recuerdo ninguna experiencia de ese tipo con ninguna mujer, pero quizás existió.

Le respondí con prudencia tratando de hacer honor a las reglas de cortesía.

Marta me observó fijamente y siguió hurgando en las cartas. Me anunció posibles viajes, turbulentas relaciones familiares, proyectos de trabajo detenidos, problemas de salud por resolver y me instó a permutar con premura de mi apartamento porque “esa persona mala estaba entre mis cuatro paredes”.

-¿Tienes que operarte próximamente?, me preguntó en el intermedio de la liturgia.

-Sí, en pocos días tengo que hacerlo-, le confirmé sorprendido.

-No lo hagas, pues corres mucho riesgo de quedar en el quirófano-, alertó.

Tragué hondo y seguí escuchándola hasta que llegó el final del ritual y me recomendó un plan que debía acometer al pie de la letra para despojarme de todos los asuntos complejos que me atormentaban.

-Tienes que bañarte siete días con agua de arroz, poner un huevo debajo de la cama y frotártelo por todo el cuerpo cuándo tengas que ir al médico, para que te curen.

-Pero sobre todo no se te ocurra operarte, insistió.

Me despedí de aquella enigmática mujer y salí rápidamente de su casa, ese breve apartamento tan exótico como raro. Luego de pasar la primera impresión, le presté poca importancia al hecho y continúe con mi desconfianza de siempre y, por supuesto, estaba deseoso de que llegara el día para acabar de operarme de una vez. Hasta que el castillo de mi incredulidad se derrumbó cuando un día antes de entrar en el quirófano llamé a la consulta de la doctora, como había acordado con la galena, y me dijeron que había fallecido hace pocos días en un accidente de tránsito.

-Fue un día muy triste para el hospital, dijo la voz desde el otro lado del teléfono.

El resto ustedes lo imaginan. Se me puso la piel fría y pálida y pensé que en verdad había alguna fuerza de otro mundo que. para protegerme. no me quería ver en un salón de operaciones bajo ningún concepto. “Mi ángel de la guarda”, ustedes dirán,

Y comencé a recordar a aquella mujer, con cara de gitana y el rostro de la experiencia en los ojos, que me entregó, en una hoja de libreta escolar, las recomendaciones que debía seguir si quería enderezar esta vida torcida.

Inmediatamente salí a recuperar el papel olvidado en algún rincón de la casa, hasta que respiré aliviado cuando lo encontré ya en un último y desesperado intento. Coloqué un huevo bajo la cama y me di mi primer baño de arroz…. y busqué el teléfono de mi cartomántica, de mi santera, para programar la próxima consulta.

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