
Serían estos los dos polos, de ahí su nombre, y de acuerdo con la gravedad de los síntomas pueden ser de tipo I o II. Históricamente ha tenido diferentes denominaciones, entre ellas la más conocida fue el nombre de Psicosis maníaco–depresiva.
Las características del paciente dependen de la fase en que se encuentre. En la etapa maníaca se presenta una autoestima exagerada, con mucha alegría y sienten que “todo lo pueden”. Disminución de la necesidad de dormir, es más hablador de lo habitual y muchas veces se olvida de lo que estaba hablando, con experiencia subjetiva que el pensamiento está acelerado. La atención se desvía fácilmente hacia estímulos externos irrelevantes. Existe un aumento de la actividad intencionada (socialmente, en el trabajo, estudios o sexualmente) o agitación psicomotora. Hay excesivas actividades placenteras que tienen un alto potencial para producir consecuencias graves (compras irrefrenadas, indiscreciones sexuales o inversiones económicas irreflexivas). La presencia de los episodios maníacos define el trastorno.
En la fase depresiva la persona pierde el interés por todos y por todo, buscando el aislamiento, sin ganas de salir de la cama, con falta de apetito y dificultades en el dormir, refiriendo la tristeza que le invade con un permanente pesimismo. Puede existir un periodo de sanidad intercrisis. En muchas ocasiones se presenta un “síntoma vigía” que nos previene del comienzo de una crisis.
La causa del trastorno no está bien esclarecida pero se cree que existe un daño en los circuitos del cerebro que regulan la emoción. Además, se invocan factores psicodinámicos, bioquímicos y ambientales. El componente genético del desorden bipolar es bastante complejo aunque los parientes de primer grado de una persona con este trastorno tienen siete veces más probabilidades para desarrollar el desorden bipolar.
Este desorden es una de las principales causas de discapacidad a nivel mundial. En algunas regiones se presenta en cerca del 1 % de la población, que puede llegar hasta el 8 %. Afecta sobre todo a personas de entre 15 y 44 años. El trastorno bipolar I ocurre por igual en ambos sexos, aunque la incidencia del bipolar II es mayor en el sexo femenino que en el masculino.
Puede asociarse con el alcoholismo y la dependencia a drogas.
Entre los síntomas principales de presentación se encuentra un trastorno depresivo. También un aumento, de forma inadecuada, de actividades, con exaltación del tono afectivo. En estos casos, una detección precisa de los indicadores de diagnóstico de un curso bipolar posible de la enfermedad debe guiar las elecciones terapéuticas, y conducir a la mejora del pronóstico.
Un cambio en el estado de ánimo de una persona debe constituir un elemento a evolucionar, por lo que debe ser valorado por el especialista de Psiquiatría de Atención Primaria o en el Centro de Salud Mental.
Esta enfermedad es controlable. Los estabilizadores del estado de ánimo y los antipsicóticos han sido considerados como fármacos de elección. Cada una de estas drogas ha demostrado ser más eficaz que el placebo. Con el uso de antidepresivos se debe estar alerta ante un posible viraje del ciclo. La educación y orientación en la rehabilitación también son de suma importancia.
Las condicionales para indicar un buen pronóstico serían un oportuno control y seguimiento periódico y una adecuada adherencia al tratamiento por parte del paciente. La labor fundamental en el seguimiento es demostrarle al paciente que cuando “mejor” él se siente es cuando se encuentra cursando por una de las fases de esta enfermedad. Es en este momento cuando existe un mayor riesgo de abandono del tratamiento y, por tanto, empeorando el pronóstico.
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