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Vacaciones en Cuba: los campismos populares

Con sus detractores, como con todo, aun con sus cosas malas -que las tenía-, los campismos no solo eran una alternativa accesible para quienes no podían pagarse casas en Varadero, Santa María o Guanabo sino que constituían para muchos (y aún hoy) auténticas aventuras en familia.


Este artículo es de hace 8 años

Hay cosas que motivan unos sentimientos cuando se viven y otros muy diferentes cuando se les piensa. Eso es lo que puede ocurrir con los Campismos Populares. Surgidos en el año 1981 como opciones de ocio 'sano', para 'estar en contacto directo con la naturaleza', estos enclaves fueron y continúan siendo sitios de diversión y veraneo de algunas familias cubanas.

Las primeras Bases de campismo se ubicaron en Pinar del Río, sitio con una geografía y entorno de ensueños, pero actualmente existen cerca de 80 campismos activos localizados en más de 60 municipios de toda la geografía cubana.

Las propias experiencias y necesidades fueron mejorando sus infraestructuras, de las primigenias casas de campaña en la más occidental de las provincias se pasó a las cabañas de prefabricado y fibrocemento, inicialmente sin baños interiores sino de duchas y letrinas compartidas, pero con literas y sitios para cocinar que convertían estos espacios en sitios más para la familia que para excursionistas o amantes del ecoturimo o los paseos al aire libre. Luego los hubo hasta con aire acondicionado.

Completaban las instalaciones las piscinas, el 'bailable', -donde todas las noches de ponía música hasta altas horas de la noche para los campistas-, el puesto médico, el restaurante o cafetería, el local de alquiler de equipos de juegos y la bodega que, durante los años de más crisis se convertía en un atractivo extra de estos lugares. Muchas familias aprovechaban la ocasión de ir a los campismos para regresar con maletas cargadas de las latas que vendían: carne rusa, leche condensada y otros muchos productos perecederos que se iban dosificando para alargarlos lo más posible en el año. Algunos hicieron de estos sitios no su despensa, sino sus proveedores de mercancías que luego revendían (las jaberas).

Los había con transporte: guaguas Girón que salían de unos puntos de recogida y luego hacían el trayecto de regreso al finalizar el período que correspondiese la estancia y los había sin él: había que ir a las Bases 'por sus propios medios'. Estos últimos costaban menos pero para quienes no dispusieran de medios de transporte ni posibilidades de alquilarlos -camiones, sobre todo- se convertían en una limitación bastante grande a la hora de elegirlos como opción de descanso.

Con sus detractores, como con todo, aún con sus cosas malas -que las tenía-, estos lugares no solo eran una alternativa accesible para quienes no podían pagarse casas en Varadero, Santa María o Guanabo sino que constituían para muchos (y aún hoy) auténticas aventuras en familia que hacían que el período vacacional se esperase y disfrutase más.

Ahora, muchos de los que somos adultos podemos permitirnos el lujo de idealizar esas estampas y atesorarlas junto a las otras cosas buenas de la niñez en familia.

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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.

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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.