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“Yo te salvo y tú me salvas”: ¿Se puede hablar de corrupción policial en Cuba?

“Vamos a ver cómo podemos ayudarnos mutuamente”, le dijo el policía a Miguel, mi amigo colombiano, después de una larga disputa sobre si debía o no multarlo por no tener consigo sus documentos de identificación.


Este artículo es de hace 8 años

Como muchos jóvenes cubanos, mi grupo de amistades ha sufrido un raro desbalance que, considero, es propio de las generaciones que confluyen dentro del primer momento de apertura en Cuba tras casi seis décadas.

Resulta que más de la mitad de aquellos amigos de la infancia, luego de la universidad, y algunos colegas de trabajo, se retiran del país en una oleada casi masiva hacia cualquier rincón del mundo que los acoja.

En cambio, se abalanza sobre la isla otra oleada de jóvenes provenientes de los más diversos países del globo. Algunos son “pichones” de empresarios que debutan en el nuevo escenario comercial cubano. Otros vienen en calidad de turistas, a probar un bocado de lo que siempre fue la fruta prohibida del Caribe. Ambas tipologías son atraídas en su mayoría por lo exótico y quedan fascinadas por la estética vintage y la calidad humana que distingue a la mayor de las Antillas.

Por tanto, llega el momento en que uno se da cuenta de que se ha hecho de una cantidad impresionante de amistades tanto inglesas, como colombianas, turcas, estadounidenses, francesas, alemanas, mexicanas, entre otras tantas que simplemente deciden extender su estadía por la calidez del clima y quizás por la calidez misma del cubano.

Entonces, resulta desagradable para muchos de los nacionales que contamos con amigos “yumas” -como los califica la jerga más cubana- escuchar en boca de estos algunos de los infortunios que vive, al parecer regularmente, un extranjero en Cuba. Mayor aun es el impacto cuando, por alguna de esas casualidades, es uno el que presencia de primera mano un acto de corrupción y abuso hacia los mismos.

“Vamos a ver cómo podemos ayudarnos mutuamente”, le dijo el policía a Miguel, mi amigo colombiano, después de una larga disputa sobre si debía o no multarlo por no tener consigo sus documentos de identificación.

Dentro del auto aguardábamos, impacientes, varias personas, quienes nos dirigíamos a una comida navideña en el barrio residencial habanero Miramar.

Para Miguel, de 32 años, que trabaja para una compañía vinculada a la estatal de telecomunicaciones ETECSA, no es la primera vez que recibe una sugerencia de ese tipo por parte de las autoridades del tránsito en Cuba.

Cada vez con mayor frecuencia, el auto de mi amigo es detenido por alguna patrulla sin razón aparente. Casi siempre, dice, sostiene las mismas conversaciones con los oficiales, quienes lo conducen a una especie de coreografía ensayada que termina con la sugerencia de “yo te salvo y tú me salvas”.

“Te veo desde hace rato que vas conduciendo mal el auto” es alguna de las justificaciones más recurrentes, así como “No pusiste la luz intermitente cuando te dije que te detuvieras”. Ambas son una muestra desvergonzada de cómo algunos oficiales buscan añadir algunos dólares fáciles al salario (ya cuantioso) que reciben.

Aunque mi amigo no ha llegado a pagar ni un solo centavo para evitar ser trasladado a la estación de policía, sí conoce que muchos de sus compañeros –extranjeros también- se han sentido incómodos e incluso acosados por algunos policías.

Esa tarde presenciamos cómo, después de la discusión en la que finalmente mi amigo no cedió a ser extorsionado, la patrulla nos siguió hasta el lugar donde nos dirigíamos y transitó lentamente frente al auto.

Las áreas más “acosadas” por las patrullas lo constituyen, sobre todo, las zonas residenciales de la capital, donde se alojan en su mayoría extranjeros vinculados a embajadas y compañías con sedes en la isla.

Al parecer, dicha rutina –tan criticada y flagelada por el sistema socialista- se ha convertido en una práctica muy común en Cuba, como lo es ya en cualquier otro país capitalista de Latinoamérica.

(Foto tomada de Internet)

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