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La cárcel de los úteros rebeldes

Algo anda muy jodido en el sentido de justicia universal cuando la política termina convirtiéndose en una suerte de cárcel para úteros rebeldes.

Activistas pro-aborto en Argentina © REUTERS/Marcos Brindicci
Activistas pro-aborto en Argentina Foto © REUTERS/Marcos Brindicci

Este artículo es de hace 5 años

Argentina ha desenterrado el cadáver que nunca descansó en paz. El aborto es, al menos en la cultura occidental, el otro gran tema que coexiste con la pena de muerte y la eutanasia como eje de los más furiosos debates existenciales, filosóficos y legales de nuestra era.

(Que a nadie sorprenda que estos tres grandes temas tengan a la vida y la muerte como eje substancial. ¿Acaso tenemos los humanos algo más relevante de qué preocuparnos como no sea de vivir y morir?)

Pues Argentina nos ha recordado de golpe y porrazo que el aborto, esa fractura de un proceso más mágico que biológico, la concepción de la vida, sigue hirviendo en un parteaguas donde no hay términos medios: o lo defiendes a morir o matar, o lo atacas a morir o matar. Sin más opciones.

Argentina nos ha recordado de golpe y porrazo que el aborto sigue hirviendo en un parteaguas donde no hay términos medios: o lo defiendes a morir o matar, o lo atacas a morir o matar

Yo esperaba que Argentina borrara el descalabro. Yo esperaba que la ley obsoleta de hace 97 años que penalizaba con hasta cuatro años de prisión a la dama que impidiera a su vientre crecer hasta la gestación total, se muriera de una vez por todas en la noche de este jueves y con ella todo el sesgo impositivo, arcaico, inevitablemente machista que subyace detrás de una criminalización tal.

Pero no sucedió. Nuevamente una pandilla de senadores de mayoría masculina determinó qué deben hacer las mujeres con lo que acontece en sus vientres. El 63% de los votos negativos para el Proyecto que despenalizaría el aborto en Argentina vino de senadores hombres.

A mí hay algo en todo esto que siempre me ha olido a podrido. Para ser más exacto, dos algos, a falta de uno. En primer lugar, el rol de la Iglesia.

Al ateo confeso, orgulloso y practicante que soy, le resulta harto simple desentenderse de argumentos pecaminosos y castigos divinos por un acto, el aborto, que depende del ángulo científico o moral con que se mire es un asesinato o no lo es.

Yo, que interpreto el Pecado Original como la primera fundamentación del machismo universal -el hombre era noble e ingenuo, la mujer era ambiciosa y corrompible, el hombre comió la terrible manzana por orden de la pecaminosa mujer- ni siquiera empiezo a estas alturas a discutir el jelengue de si es pecado o no. Paso de futilidades.

Pero de lo que no solo no paso, sino donde me adentro todo lo que puedo, es en la ironía diabólica de que sea la Iglesia Católica, fundadora del hombre-centrismo, la que se arrogue el derecho a presionar, intimidar, acusar, denunciar, lo que hagan las mujeres, esos seres a los que el todopoderoso catolicismo veinte siglos después sigue viendo como humanos de segunda. ¿O acaso ya existen las curas, las pastoras del rebaño, y yo no me enteré?

Para la Iglesia Católica es más relativa esa sórdida afición de cientos de sus sacerdotes de acariciar niños, que interrumpir su creación cuando apenas se han formado como materia

Para la Iglesia Católica es más relativa esa sórdida afición de cientos de sus sacerdotes de acariciar niños, que interrumpir su creación cuando apenas se han formado como materia. Hay paños tibios con la pederastia, no con el aborto. Y precisamente al género al que la Iglesia no permite en sus escaños de honor pasar de ser obediente monjita, es al que le dicta qué y cómo hacer con sus vientres.

El dato no es ocioso: las regiones del norte de Argentina fueron las responsables de que el aborto siga siendo ahora mismo un delito criminal en la nación. De las once provincias cuyos senadores bloquearon la aprobación del Proyecto que descriminalizaba la interrupción del embarazo, ocho pertenecen al norte: “casualmente” el área más católica de la Argentina. En todo el país el 76,5% de la población se define como católica, pero en las provincias del noreste esa cifra se dispara hasta el 84%.

El segundo aspecto notorio en este apego por impedir que las mujeres decidan por sus úteros es la doble moral resultante de una forma de entender la sociedad más o menos así: mientras el niño está en el vientre el Estado interviene por él, una vez que nace al Estado deja de importarle. Es de una hipocresía repulsiva.

En Estados Unidos, donde el giro hacia la derecha del Tribunal Supremo conducirá casi de seguro -marquen mis palabras- a un próximo intento por criminalizar el aborto una vez más, es el conservadurismo republicano el abanderado de impedir que las mujeres puedan abortar legalmente.

Curiosamente, es ese mismo republicanismo radical el que más se opone a las ayudas y beneficios del Estado para con las madres trabajadoras. De sus discursos se extraen ciertos factores comunes: menos medicinas gratis o subsidiadas, menos días de descanso post parto, menos facilidades para horarios laborales beneficiosos para la madre y su bebé.

Traducido: el niño es responsabilidad del Estado mientras no ha nacido y la madre no tiene derecho a decidir sobre él. Una vez que nace, el niño es responsabilidad de la madre y el Estado no tiene deberes sobre él. Peculiar sentido de la lógica y la justeza.

El niño es responsabilidad del Estado mientras no ha nacido y la madre no tiene derecho a decidir sobre él. Una vez que nace, el niño es responsabilidad de la madre y el Estado no tiene deberes sobre él. Peculiar sentido de la lógica y la justeza

Algo anda muy jodido en el sentido de justicia universal cuando la política termina convirtiéndose en una suerte de cárcel para úteros rebeldes.

Quienes han inundado por estos días las redes sociales, ese feudo de sinsentidos y medias verdades y muchas mentiras, de videos conmovedores sobre presuntos sufrimientos del feto durante su extirpación… no dejan de llevar verdad. Después de las 20 semanas.

En tiempos de democratización de la estupidez se pueden escuchar afirmaciones de ciber-parque según las cuales un feto llora su muerte ya desde la décima semana de su gestación. La ciencia es quien llora cuando algo así se dice. La comunidad investigativa se bifurca en cuanto a la cifra exacta de semanas que permiten al feto experimentar sufrimiento, pero de algo sí están convencidos: antes de las 20 semanas es imposible que esa vida en formación sienta absolutamente nada.

Asumiendo que el feto no sufra, ¿implica esto un alivio en el debate? Desde luego que no. La simple realidad incuestionable de que se está interrumpiendo un proceso sublime, imposible de igualar, como es la concepción de una vida humana, lleva inherente una disyuntiva terrible cuya carga moral no desaparece porque desaparezca el dolor. El amor por la vida es más que amor por nervios o impulsos eléctricos cerebrales.

Pero también el libre albedrío femenino debe formar parte de todo debate responsable, igualitario, en un mundo donde las mujeres compiten en total desventaja. Y no pretendo ceder al ridículo impulso de enumerar ahora mismo los porqués de esa afirmación. Me agota explicar lo evidente.

Argentina acoge cada año medio millón de abortos ilegales. La criminalización de una práctica jamás disuadió al ser humano de practicarla

Argentina acoge cada año medio millón de abortos ilegales. La criminalización de una práctica jamás disuadió al ser humano de practicarla: la Ley Seca estadounidense no apaciguó el consumo de alcohol y sí disparó la criminalidad. Portugal tiene despenalizado el consumo de todo tipo de drogas y se consumen allí doce veces menos que en Estados Unidos, capital mundial del consumo y la persecución.

¿Es recomendable un mundo donde el aborto sea interpretado como un inofensivo método anticonceptivo? Nada más lejos de la visión liberal responsable y cívica. De entrada, no puede ser visto como solución a nada un proceso que compromete seriamente la vida de la mujer. Pero debe ser decisión de esta someterse a este o no. También la cirugía cosmética compromete la vida humana y nadie -en Occidente- se cree en el derecho a impedir a las mujeres que se agranden las tallas de ajustadores. ¿Será porque somos también en esto los hombres los indirectos beneficiados?

Si la solución jamás será la prohibición, sí hay otro vocablo de mucha rima y demasiado peso: educación. Solo la educación sexual, biológica, cultural, filosófica, es capaz de cambiar aborto por responsabilidad preconceptiva. Solo los países que han implementado campañas agresivamente eficaces de educación para adolescentes sobre los embarazos no deseados han visto reducciones importantes en el número de abortos cada año.

Solo la educación sexual, biológica, cultural, filosófica, es capaz de cambiar aborto por responsabilidad preconceptiva

Solo la educación, la instrucción, salvan de las drogas, de la violencia, de las tiranías y de los embarazos furtivos. Darles a las futuras madres argumentos intelectuales para planificar y proteger sus óvulos de fecundaciones indeseadas es lo que debería estar votándose hoy en Argentina y en todas partes del planeta. No leyes medievales que criminalicen, una vez más, a aquellas que desde la redacción del Código de Hammurabi primero y de la Biblia después, siempre salieron en injustificable desventaja.

A pesar de ser las que llevan la vida adentro.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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