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La buena ventura de 50 cubanos rumbo a Tallahassee para cortarle una cabeza a la hidra del comunismo

“A través de esta ley queremos asegurarnos que las generaciones futuras no escapen de aprender los testimonios de los males del comunismo, contados por quienes lo han sufrido”, dijo Ana María Rodríguez, senadora por el distrito No. 39, que incluye el condado sureño de Monroe y parte del Miami Dade.

Exiliados cubanos testimoniantes Foto © CiberCuba / Vicente Morín Aguado

Este artículo es de hace 3 años

Sacar a 50 personas de su diaria rutina en Miami no es fácil, ni siquiera tratándose de la convocatoria a una audiencia pública en el capitolio de la capital del estado, donde se discute una futura ley que toca a fondo alma y corazón del exilio cubano.

Un mensaje de última hora, cursado por Luis Enrique Ferrer, ajustó el plan inicial: “Hermanos, saldremos el miércoles a media noche para regresar en la tarde siguiente, debido a complicaciones de trabajo de muchos que no pueden estar fuera dos días.”

Aquí el trabajo es sagrado, es la fuente de la libertad individual y las decisiones son personales. La natural empatía entre cubanos ayuda, mediada por la existencia de una abundante clase media, cuyos negocios permiten mayor flexibilidad a la hora de facilitar el movimiento interno de los trabajadores.

Exiliados, al centro Luis Enrique Ferrer en el extremo derecho Ignacio Cuesta

La pandemia agrega dificultades, dado el temor natural, sobre todo de los entrados en años, parte esencial de nuestra aventura, convocada por la legislatura del 4to estado de la nación si de habitantes se trata, esta vez centrada en promover una ley que introducirá en la enseñanza escolar los testimonios de las víctimas del comunismo.

El entusiasmo de Luis Enrique tiene raíces profundas, no solo es hermano de José Daniel, el valiente, ecuánime e inteligente líder de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), organización opositora extendida por el gran archipiélago caribeño. El Ferrer de Miami pasó antes ocho años en la cárcel, condenado durante la Primavera negra de 2003, junto a su hermano, sumando 75 opositores pacíficos a la dictadura.

Hbala Luis E. Ferrer / Vicente Morín Aguado

Persuadiendo y previniendo, llegaban los mensajes a nuestros celulares: “Lleven mascarillas, un abrigo porque vamos al norte y por si acaso habrá un poco de frío, vístanse lo mejor posible, como para una audiencia en el capitolio y, si pueden, lleven una merienda para la mañana y así no perder tiempo.”

En la guagua montaron tantos años de cárcel, torturas, vivencias de fusilamientos, junto al dolor del exilio forzoso, suficientes para escribir lo que bien pudiera llamarse La Historia de la Incivilización:

“Vamos contra una doctrina contraria a la naturaleza humana”, me recalca Nelson Ruiz, encarcelado a los 13 años, enviado a trabajo forzado en la agricultura, solo porque quiso aguantar la imagen de Jesucristo, rodando escalaras abajo, empujada por unos guardias vestidos de verde olivo.

Lo bonito y difícil es que se junten varias generaciones, resultado de una dictadura muy larga. Los nacidos después de 1959 también pueden peinar canas, otros más jóvenes aun, ya tienen hijos adultos. Una voz joven, varios asientos detrás del mío, evidentemente dirigiéndose a los veteranos, exclama: “Es que ustedes dicen cosas que podemos entender, pero no las sentimos igual. A mí no me quitaron nada porque a ustedes ya se lo habían quitado todo.”

Para los cubanos, la distancia no es obstáculo al hablar, por lo que al momento una voz replica: “No te robaron propiedades, pero te arrebataron la libertad.”

“Y lo peor -reconoce el joven- nos enviaron a escuelas en el campo, donde bajo régimen militar fuimos alejados de padres y familia. En la Isla de Pinos, que bautizaron Isla de la Juventud, confinaron a miles de nosotros, de Presidio Modelo pasó a reservorio de adoctrinamiento comunista.”

El autobús rueda casi sin estremecimientos por la moderna autopista, una entre muchas de este inmenso país. Hasta se puede teclear una laptop, pero el intento literario se interrumpe ante la solicitud de uno de estos abuelos sagrados, pidiendo ayuda porque llegó muy tarde a las nuevas tecnologías y no sabe cómo enviar fotos a través de WhatsApp.

Solo las canas blanquísimas revelan sus ochenta pasados años, impasibles tras la piel negra, orgullosa de ser quien es en este rincón donde ahora vive y lucha: “Me llamo Ignacio Cuesta, sepa usted que este es un día histórico.”

¿Y por qué? -le pregunto.

Ignacio contesta sin pausa: “Este día significa proteger por vez primera, jurídicamente, el derecho de que le enseñen a nuestros hijos y nietos a conocer las barbaries del comunismo internacional en Nicaragua, Venezuela y especialmente en Cuba, porque aquí en los Estados Unidos quieren resquebrajar a este país, porque es el guía de las buenas acciones de quiénes luchamos por la libertad.”

Según las reglas de la democracia estadounidense, el proyecto de ley para la enseñanza entra en fase de audiencias públicas, un requisito de mucho valor para apreciar los argumentos que darán validez a la propuesta, decidiendo el paso a una votación del congreso, conformado por representantes y senadores de diversas tendencias políticas.

No por gusto Luis Enrique, conociendo el apasionamiento de sus compatriotas, advirtió a voz pelada, para que llegara al fondo de la guagua: “Hermanos, hoy no hay ni viva Trump, ni viva Biden, ni otro grito que no sea ¡Abajo el comunismo!”

Pronto nos sorprende una sensación que no por prevista, al menos es nueva para quien escribe: un frío coladito, igual a entrar de pronto en una nevera, agrede rostro y manos al bajar del vehículo colectivo. Estamos en la pequeña Tallahassee, limpia y bien urbanizada, moderna, a lo sumo salpicada de algún art déco​ en la arquitectura de mayor antigüedad a nuestro alrededor.

Carlos Trujillo, quien fuera legislador del estado años atrás y embajador de los EEUU ante la Organización de Estados Americanos (OEA), durante la administración Trump, nos da la bienvenida: “la educación es primordial para que las personas entiendan bien lo que es el comunismo, no por los libros, sino por las propias víctimas de este sistema genocida.”

Carlos Trujillo / Vicente Morín Aguado

Lamentablemente, después de ocho horas de viaje, considerando un tiempo igual de regreso, solo es posible disfrutar del espacio correspondiente al pintoresco capitolio estatal. En una de sus plazas interiores, precisamente donde están grabados sobre adoquines y mármoles los nombres de centenares de soldados que entregaron sus vidas luchando contra el comunismo, se organiza la primera audiencia pública.

Escuchamos no solo a nuestros compatriotas, mayoría no tanto por el número como por el activismo, hablaron víctimas nicaragüenses y venezolanas, nos conmueven sus relatos, hasta que nos alcanza el clímax con el testimonio de Rosa María Payá, la hija del premio Sajárov Oswaldo Payá, quien impulsó el proyecto Varela, una iniciativa de cambio hacia la democracia en Cuba.

Rosa María Payá / Vicente Morín Aguado

Oswaldo Payá fue asesinado mediante una combinación macabra de accidente automovilístico y posterior tratamiento criminal en el hospital a donde le llevaron, junto a un compañero también accidentado. El delito fue reunir miles de firmas, invocando un debate para el cambio a partir de un artículo de la constitución comunista de 1976.

Finalizando la audiencia, Ana María Rodríguez, senadora por el distrito No. 39, que incluye el condado sureño de Monroe y parte del Miami Dade, contesta nuestras preguntas:

Senadora Ana Maria Rodríguez Senadora Ana María Rodríguez. Al fondo capitolio de Tallahassee. / Vicente Morín Aguado

“Mi familia toda, padres, abuelos, son cubanos, crecí escuchando lo que el comunismo le causó de daño a mi familia, a miles de cubanos, porque estamos en todas partes por el mundo. En teoría las personas pueden apreciar en el comunismo algo muy bonito, la juventud está desinformada, pero la realidad no es así.”

“A través de esta ley queremos asegurarnos que las generaciones futuras no escapen de aprender los testimonios de los males del comunismo, contados por quienes lo han sufrido.”, responde a la pregunta de por qué impulsar está ley en el sistema escolar.

Al caer la tarde rezo por unos guantes que no aparecen, mientras entre nosotros, sin apenas conocernos, van juntándose las invitaciones para pagar la cena en uno de los muchos restaurantes “sírvase usted”, de moda en los Estados Unidos.

Las próximas ocho horas en la guagua se van entre el tecleo frente a mi computadora, interrumpido por los muchos debates inter-generaciones frente a la idea común de poner fin a 62 largos años de dictadura totalitaria comunista.

Un grupo, y no son ni pocos ni únicamente los viejos marcados por la tortura, la prisión y los fusilamientos, está convencido de que solo por las armas se irán los que por las armas llegaron. Lo bello es que jóvenes como Eliécer Góngora, preso, golpeado hasta partirle el tabique de la nariz, fracturarle una mano y varias costillas, luego deportado a la fuerza hacia Guyana, cree en movilizar conciencias, vencer miedos, hasta hacer posible el milagro que ahora se presenta cual tentación histórica en nuestra patria.

Al final nos despide otra noche cálida de Miami, directo al trabajo, ley suprema de esa libertad por la cual vivimos aquí, con el anhelo de hacerla regresar junto a nosotros, allá en la Isla añorada.

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