Con la última hoja del almanaque del 2007, caerán la noticia de que la economía cubana mantuvo el sólido ritmo de crecimiento de años anteriores y las interrogantes que asaltan al cubano común cada vez que osa recorrer las llamadas tiendas en divisas y los mercados agropecuarios. Altos precios -enfrentados a salarios aún cortos- continúan acosando al consumo, aparentemente ajenos a los avances revelados en otros indicadores macroeconómicos. ¿Por qué? ¿Cuándo darán un respiro a la cotidiana pelea por la supervivencia? ¿A dónde va el crecimiento de la economía? ¿En dónde se mete? En algún lugar, claro. Aunque todavía insuficiente para poner a raya todas las carencias y enredos del período especial, el beneficio está a la vista, si la mirada consigue esa ecuanimidad tan indócil en estos tiempos. Asoma por caminos poco convencionales, pero sabios, a mi juicio, por el enfoque estratégico con que ha administrado el Gobierno los ingresos aportados por la recuperación de algunos sectores y el advenimiento de otros nuevos, como la exportación de medicamentos y servicios de alto valor agregado. En un hogar hay muchas maneras de emplear un premio de cien pesos —convertibles, para ser más felices y realistas-: en una comida de película, en reparar la vivienda, en cultura, en descanso…El provecho de unas opciones es más perecedero que el de otras. Igual ocurre a escala de la nación. El Gobierno cubano, en este caso, no ha renunciado a abonar el consumo, pero ha apostado con luz larga… y ahorradora.De la mano de la Revolución Energética, entraron a los hogares cubanos ollas modernas y equipos electrodomésticos diversos. Los nuevos refrigeradores Haier sacaron del ruedo a los longevos y matraqueados Frigidaire, General Electric y Minsk, con un respetable récord de años en servicio, pero un peligroso apetito por la electricidad. Por la misma senda, el país acometió la instalación de los famosos grupos electrógenos, que han eliminado los incómodos apagones por déficit de generación eléctrica, mientras continúa la renovación de las redes de transmisión, a fin de poner coto al derroche de energía, una exigencia en momentos en que el petróleo ronda los cien dólares por barril y amenaza con desangrar a las economías del Sur —justo donde se encuentra Cuba. Otras inversiones guardan similar combinación de beneficio social, consumo incluido, y criterio estratégico. El costoso programa de renovación de acueductos, por ejemplo, debe resolver las limitaciones de abasto de la vital agua, que padecen muchos barrios y ciudades. Las obras contribuirán a atajar fugas por donde se pierde alrededor del 58 por ciento del agua bombeada en el país y, a la par, taparán uno de los mayores salideros de energía de la economía cubana. La reactivación de la industria de materiales de construcción, a su vez, sienta las bases para levantar el deprimido sector de la construcción y abre puertas a la solución de uno de los problemas más pesados del cubano hoy: la vivienda. Igual o parecido beneficio traen las inversiones en transporte y en la reparación y ampliación de hospitales y policlínicos, entre otras. Meritorio es, en mi opinión, el crecimiento de la economía cuando cumple dos premisas. Una, operar con eficiencia, para evitar las dilaciones, pifias y pérdidas financieras de un proceso inversionista que tropieza hoy con molesta reiteración, condición que pasa también por reordenar estructuras económicas. La otra, colocar los ingresos de la nación en el desarrollo de bases que le otorguen sostén propio y robusto al consumo interno. Sin renunciar, por supuesto, al siempre necesario comercio exterior, vale más crear fundamentos sólidos en la agricultura, los servicios y la industria nacional, que soñar con la importación desmedida de bienes de consumo. Alimentos comprados hoy allende los mares tendrán sabor más agradable cuando los productores agropecuarios cubanos cuenten con financiamiento y motivación para cosecharlos en nuestros campos. Es, además, garantía imprescindible para que el período especial sea historia.Fuente: Por Ariel Terrero. Bohemia
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