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Lo que nos identifica y define como cubanos

Más allá del congrí, la pelota, el son, la yuca con mojo, la rebeldía, la rumba, la Bandera, somos personas con sentimientos, con la tremenda capacidad de ponernos en el lugar del otro, algo que a veces es visto como una rara avis o una incongruencia de estos tiempos.

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Este artículo es de hace 15 años

Con los dos pesos en la mano, el hombre esperaba por el servicio. “Niña, dame un batido”, dijo con palabras casi ininteligibles. La respuesta fue tan cruel como falsa: “Se acabó.” Adentro, la batidora seguía mezclando la leche, el azúcar y la frutabomba. “Ni muerta le doy nada.”Desde ese instante supe que la refrescante bebida no caería bien en mi estómago. Al estupor siguió la indignación de ver cómo aquella mujer denigraba a un semejante solo por su apariencia física. ¿Y si fuera un familiar suyo al que trataran de esa manera?, pensé. Sin embargo, seguí mi camino, y solo después me reproché la inercia, el quedarme inmóvil al borde del camino, como dijera el poeta.De seguro dirán: “si el negocio es suyo puede arrogarse el derecho de atender a quien quiera”. Mas, ¿el derecho de maltratar a un ser humano, acaso alguien lo tiene? ¿Qué significado tendrá la palabra solidaridad en su diccionario?Pareciera que el término es exclusivo para enunciar a las personas que, en otros lugares del mundo, defienden valores que aquí adentro, de vez en cuando, se ven opacados.Somos solidarios porque nuestros médicos, maestros, deportistas, agricultores comparten sus conocimientos, sin reparo, en países tan lejanos, que hasta es difícil ubicarlos en el mapa, y se nos ensancha el pecho cuando un pequeñín dice orgulloso “mi mamá es internacionalista”.Pero, en el interior de nuestra sociedad, esa capacidad de sensibilizarse con el dolor ajeno ¿se multiplica o se divide?No asuma que lo pregunto solo por esta nefasta experiencia que le relato, sino por el día a día de todos. ¿En cuántas ocasiones usted ha pedido a un chofer de un carro estatal que lo adelante para llegar a tiempo al trabajo y la respuesta ha sido un ademán de negación?¿Cuántas mujeres van de pie en el transporte público mientras hombres fuertes y saludables ocupan los asientos? ¿No conoce a alguien al que le hayan negado un vaso de agua?Siempre he escuchado que quienes se van de Cuba, en su desarraigo, una de las cosas que más extrañan es esa facultad de mirar como igual al otro y socorrerlo sin importar la envergadura del asunto. Allá, dicen, la gente no conversa con nadie en la calle y cada cual permanece en su mundo particular sin importarle nada más.Aquí, los habitantes de esta Isla, aprendimos con la Revolución a dar y compartir, desde ofrecer la sal y el azúcar a quien se le acabó, ver la novela en la casa del que tiene televisor, guardar la leche en el refrigerador del que vive al lado hasta prestar un par de zapatos para la graduación del vecino. Sin pensar dos veces dijimos sí para ayudar a África a soltarse las amarras y escribir su destino. Cuando América al fin despertó nos fuimos a sus selvas y barrios más pobres para mantener sus ojos abiertos. Hasta el Himalaya llegamos, una vez que la tierra tembló y el frío y las enfermedades amenazaban a esa región, tan cerca del cielo.Por eso duele que a nivel microsocial, en el ir y venir diario, algunos se olviden de lo que nos identifica y define como cubanos. Más allá del congrí, la pelota, el son, la yuca con mojo, la rebeldía, la rumba, la Bandera, somos personas con sentimientos, con la tremenda capacidad de ponernos en el lugar del otro, algo que a veces es visto como una rara avis o una incongruencia de estos tiempos.No seré yo la que descubra el agua tibia, pero sería saludable apropiarnos de los códigos de este siglo en el que todo se mezcla, se pierden las fronteras hasta en los conceptos, y globalicemos la solidaridad como el mejor remedio contra el egoísmo.El protagonista de mi historia no tuvo otra opción que marcharse sin satisfacer su humana demanda. Sin embargo, un poco de agua y detergente, como se supone que sea lo habitual, habrían dejado limpios el vaso y el alma.Fuente: Por Sayli Sosa Barceló, Invasor.cu 

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