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El documental cubano sigue reescribiendo la Historia

El Festival Internacional Santiago Álvarez in memóriam, en su novena y recién finalizada edición, otorgó una vez más a este género el sitio que merece

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Este artículo es de hace 16 años

Como ya es costumbre en estos días de marzo, aquí en la siempre hospitalaria y heroica ciudad en el oriente de la Isla, el documental de muchas partes del mundo establece su sede para protagonizar las jornadas del Festival Santiago Álvarez in memóriam, que con esta arribó a su novena edición. El pasado martes en la noche fueron dados a conocer en la sala Cuba, que desde una semana antes exhibía los filmes en concurso, los premios otorgados por un jurado presidido por el colega argentino Joaquín Edgardo Esteban, en cuyo libro testimonial Iluminados por el fuego se basara la tan exitosa película homónima, la cual, a propósito, y presentada por su inspirador, centralizó una de las actividades del certamen santiaguero. Antes de entrar en ciertas consideraciones sobre algunas de las obras más destacadas en la recién finalizada cita, quisiera dejar sentada la importancia incuestionable del evento que preside Lázara Herrera, viuda del maestro que lo nomina y directora de su oficina en el ICAIC; en primer término, porque aunque parezca, o de hecho resulte una perogrullada, nunca sobra recordar la necesidad (incluso, diría, la urgencia) del documental en un mundo como el nuestro, cada vez más abocado a la desigualdad, el unipolarismo y la desinformación, o lo que es lo mismo, la información manipulada y de un solo signo. Teniendo en cuenta que durante el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano la atención mayoritaria, casi única, se inclina hacia la ficción, cobra aún mayor relevancia contar en casa con un encuentro donde el otro género resulta el epicentro, y donde el público sabe que todo lo que verá (concursando o dentro de la muestra informativa), pensará y discutirá en el evento teórico o en las calles, pertenece al mismo, y que las diversas actividades organizadas se relacionarán siempre con él, por tal motivo es un certamen que merece todo el apoyo institucional y humano, para lo cual debemos, desde ya, agradecer el que le brindan el ICAIC y las autoridades políticas y culturales de la capital del Caribe. Por eso mismo es que deben amarrarse mucho más detalles de dirección artística y logística, que afectan el feliz desarrollo del Santiago Álvarez..., el cual, si bien estrenó esta vez su periódico (en una feliz gestión de su responsable de prensa, Martha Díaz), distribuyó un elegante catálogo, obsequió una sencilla pero bien montada exposición de carteles a cargo de Alicia García, propició un provechoso intercambio con Sergio Vitier sobre la música en el cine, y generó varias fiestas agraciadas con el rico talento musical de la zona, no logró evitar, digamos, errores inconcebibles en las proyecciones (como iniciar casi a la mitad el hermoso Siempre Vilma, de Rolando Segura y Manuel Iglesias) o que en la gala inaugural se ignorara olímpicamente la presencia de Lourdes de los Santos, realizadora del excelente filme que sirvió de premiere, Son para un sonero, sobre la obra de Adalberto Álvarez, y eso que, rompiendo esquemas, se tuvo la magnífica idea de presentarlo en un espacio habilitado para actividades de música «culta»: la sala Dolores, y es que (bien lo sabían los organizadores) pocas expresiones lo son tanto como la música de ese grande del bailable en Cuba. Respecto a lo concursante, gratifica saber que el creciente prestigio del encuentro sigue convocando no solo a inquietos y jóvenes realizadores de todo el mundo, sino también a los consagrados (es el caso, este año, del brasileño Silvio Tendler, cuyo título Encuentro con Milton Santos, el mundo global visto desde el sur, se erigió con el primer premio, y las especialidades de guión y edición); a propósito de este, se trata de una amplia reflexión que el ilustrado profesor, geógrafo y analista político desaparecido hace poco, realiza en torno a esos males que carcomen nuestras repúblicas: el neoliberalismo y la globalización. Como buen observador, el intelectual trasciende las coordenadas de su país para examinar las consecuencias del leonino sistema económico en otros sitios de la región (digamos, Argentina), y como buen cineasta, Tendler (apreciado por sus anteriores acercamientos a Castro Alves o Glauber Rocha) ilustra sus palabras con expresivas imágenes y comentarios incisivos que, enlazados por un eficaz montaje y una ajustada banda sonora, nos ofrecen un cuadro actualizado, enjundioso y audaz del complejo fenómeno en el contexto sudamericano. A la investigación de lo que esconden las rejas que aíslan la ilegal Base Naval de Guantánamo, pese a la hipócrita invitación de visitarla que extienden sus relacionistas públicos, se fueron los suecos Eric Gandini y Tarik Saleh, quienes en Gitmo: las nuevas reglas de la guerra (segundo premio) revelan que el humanitarismo proclamado por autoridades militares del ejército norteamericano es falso; lo mejor del documental es su progresión dramática con una estructura tomada del thriller, desde la cual, pormenorizadamente, mediante difíciles encuentros e investigaciones, se va develando la triste realidad. Otros brasileños, Lirio Ferreira e Hilton Lacerda conquistaron el tercer galardón (además del que reconoce el diseño sonoro) con su acercamiento a Cartola: música para los ojos; el singular tratamiento de la vida y obra del gran trovador carioca, morador en la favela de Mangueira y humilde lustrador de zapatos que devino uno de los patriarcas del samba-canción en su país, arrancó aplausos al auditorio a pesar de que en su pase inicial el proyeccionista «olvidó» los subtítulos. En ese capítulo al parecer inevitable de las inconformidades, el crítico muestra la suya mediante la sobrevalorada Los ojos de Ariana, del español Ricardo Macián, que partió con los lauros de mejor ópera prima y (como si fuera poco) dirección y fotografía; si bien no considero discutible el último rubro, los otros me parecen absolutamente hiperbólicos. La originalidad y trascendencia del tema es todo un hecho (la manera en que sobrevivió la filmoteca afgana al período talibán gracias al esfuerzo de algunos de sus trabajadores), pero justamente por ello, se lamenta la grisura y monotonía en la narración fílmica, la ausencia de oportunas elipsis, las reiteraciones y la impericia de la cámara: defectos todos que superan en demasía esos entendibles balbuceos de principiantes, pero con frecuencia los más capacitados jurados tienden a confundir referentes con arte: he ahí la cuestión. El premio al colectivo joven muy justamente (para compensar) lo obtuvo la Escuela Internacional de San Antonio de los Baños con su corto Pucha vida, de Nazly López: breve, intensa y sensible charla con una anciana que vive en la Sierra Maestra, por un lado haciendo frente al cotidiano con increíble disposición frente a sus años, por otro, desgarrada ante el abandono de la familia que partió. Y por último, el Gran Premio: la coproducción mexicano-estadounidense Un poquito de tanta verdad, de Hill Irene Freidberg, sobre el levantamiento popular pacífico que tuvo lugar en el estado sureño de Oaxaca, para algunos la primera revolución latinoamericana del siglo XXI, cuando miles de humildes trabajadores y amas de casa tomaron 14 estaciones de radio y un canal de TV para luchar contra la injusticia y reclamar sus derechos. El filme sobresale por la fuerza de su discurso, la equilibrada alternancia de planos narrativos y, sobre todo, la honestidad de su propuesta: dar la voz, desde el cine que con tanta frecuencia los olvida, a los que no la tienen, aunque en este caso los oaxaqueños no solo tomaron la justicia por su mano sino los inasequibles y manipuladores medios, casi siempre al servicio de los otros: los excluyentes. El Festival Internacional Santiago Álvarez in memóriam, en su novena y recién finalizada edición, otorgó una vez más al documental el sitio que merece: el sitio en que tan bien se está, como diría Eliseo Diego, cuando el talento y la sintonía con las urgencias contemporáneas o los rescates de la Historia siguen siendo la brújula legadas por el decano que lleva su nombre. Fuente: Juventud Rebelde   

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