
Vídeos relacionados:
Este artículo es de hace 17 años
Como ya es costumbre en estos días de marzo, aquí en la siempre
hospitalaria y heroica ciudad en el oriente de la Isla, el documental
de muchas partes del mundo establece su sede para protagonizar las
jornadas del Festival Santiago Álvarez in memóriam, que con esta arribó
a su novena edición.
El pasado martes en la noche fueron dados a conocer en la sala
Cuba, que desde una semana antes exhibía los filmes en concurso, los
premios otorgados por un jurado presidido por el colega argentino
Joaquín Edgardo Esteban, en cuyo libro testimonial Iluminados por el fuego
se basara la tan exitosa película homónima, la cual, a propósito, y
presentada por su inspirador, centralizó una de las actividades del
certamen santiaguero.
Antes de entrar en ciertas consideraciones sobre algunas de las
obras más destacadas en la recién finalizada cita, quisiera dejar
sentada la importancia incuestionable del evento que preside Lázara
Herrera, viuda del maestro que lo nomina y directora de su oficina en
el ICAIC; en primer término, porque aunque parezca, o de hecho resulte
una perogrullada, nunca sobra recordar la necesidad (incluso, diría, la
urgencia) del documental en un mundo como el nuestro, cada vez más
abocado a la desigualdad, el unipolarismo y la desinformación, o lo que
es lo mismo, la información manipulada y de un solo signo.
Teniendo en cuenta que durante el Festival del Nuevo Cine
Latinoamericano la atención mayoritaria, casi única, se inclina hacia
la ficción, cobra aún mayor relevancia contar en casa con un encuentro
donde el otro género resulta el epicentro, y donde el público sabe que
todo lo que verá (concursando o dentro de la muestra informativa),
pensará y discutirá en el evento teórico o en las calles, pertenece al
mismo, y que las diversas actividades organizadas se relacionarán
siempre con él, por tal motivo es un certamen que merece todo el apoyo
institucional y humano, para lo cual debemos, desde ya, agradecer el
que le brindan el ICAIC y las autoridades políticas y culturales de la
capital del Caribe.
Por eso mismo es que deben amarrarse mucho más detalles de dirección
artística y logística, que afectan el feliz desarrollo del Santiago
Álvarez..., el cual, si bien estrenó esta vez su periódico (en una
feliz gestión de su responsable de prensa, Martha Díaz), distribuyó un
elegante catálogo, obsequió una sencilla pero bien montada exposición
de carteles a cargo de Alicia García, propició un provechoso
intercambio con Sergio Vitier sobre la música en el cine, y generó
varias fiestas agraciadas con el rico talento musical de la zona, no
logró evitar, digamos, errores inconcebibles en las proyecciones (como
iniciar casi a la mitad el hermoso Siempre Vilma,
de Rolando Segura y Manuel Iglesias) o que en la gala inaugural se
ignorara olímpicamente la presencia de Lourdes de los Santos,
realizadora del excelente filme que sirvió de premiere, Son para un sonero,
sobre la obra de Adalberto Álvarez, y eso que, rompiendo esquemas, se
tuvo la magnífica idea de presentarlo en un espacio habilitado para
actividades de música «culta»: la sala Dolores, y es que (bien lo
sabían los organizadores) pocas expresiones lo son tanto como la música
de ese grande del bailable en Cuba.
Respecto a lo concursante, gratifica saber que el creciente
prestigio del encuentro sigue convocando no solo a inquietos y jóvenes
realizadores de todo el mundo, sino también a los consagrados (es el
caso, este año, del brasileño Silvio Tendler, cuyo título Encuentro con Milton Santos, el mundo global visto desde el sur,
se erigió con el primer premio, y las especialidades de guión y
edición); a propósito de este, se trata de una amplia reflexión que el
ilustrado profesor, geógrafo y analista político desaparecido hace
poco, realiza en torno a esos males que carcomen nuestras repúblicas:
el neoliberalismo y la globalización.
Como buen observador, el intelectual trasciende las coordenadas de su
país para examinar las consecuencias del leonino sistema económico en
otros sitios de la región (digamos, Argentina), y como buen cineasta,
Tendler (apreciado por sus anteriores acercamientos a Castro Alves o
Glauber Rocha) ilustra sus palabras con expresivas imágenes y
comentarios incisivos que, enlazados por un eficaz montaje y una
ajustada banda sonora, nos ofrecen un cuadro actualizado, enjundioso y
audaz del complejo fenómeno en el contexto sudamericano.
A la investigación de lo que esconden las rejas que aíslan la
ilegal Base Naval de Guantánamo, pese a la hipócrita invitación de
visitarla que extienden sus relacionistas públicos, se fueron los
suecos Eric Gandini y Tarik Saleh, quienes en Gitmo: las nuevas reglas de la guerra (segundo
premio) revelan que el humanitarismo proclamado por autoridades
militares del ejército norteamericano es falso; lo mejor del documental
es su progresión dramática con una estructura tomada del thriller,
desde la cual, pormenorizadamente, mediante difíciles encuentros e
investigaciones, se va develando la triste realidad.
Otros brasileños, Lirio Ferreira e Hilton Lacerda conquistaron el
tercer galardón (además del que reconoce el diseño sonoro) con su
acercamiento a Cartola: música para los ojos;
el singular tratamiento de la vida y obra del gran trovador carioca,
morador en la favela de Mangueira y humilde lustrador de zapatos que
devino uno de los patriarcas del samba-canción en su país, arrancó
aplausos al auditorio a pesar de que en su pase inicial el
proyeccionista «olvidó» los subtítulos.
En ese capítulo al parecer inevitable de las inconformidades, el crítico muestra la suya mediante la sobrevalorada Los ojos de Ariana,
del español Ricardo Macián, que partió con los lauros de mejor ópera
prima y (como si fuera poco) dirección y fotografía; si bien no
considero discutible el último rubro, los otros me parecen
absolutamente hiperbólicos. La originalidad y trascendencia del tema es
todo un hecho (la manera en que sobrevivió la filmoteca afgana al
período talibán gracias al esfuerzo de algunos de sus trabajadores),
pero justamente por ello, se lamenta la grisura y monotonía en la
narración fílmica, la ausencia de oportunas elipsis, las reiteraciones
y la impericia de la cámara: defectos todos que superan en demasía esos
entendibles balbuceos de principiantes, pero con frecuencia los más
capacitados jurados tienden a confundir referentes con arte: he ahí la
cuestión.
El premio al colectivo joven muy justamente (para compensar) lo
obtuvo la Escuela Internacional de San Antonio de los Baños con su
corto Pucha vida, de Nazly
López: breve, intensa y sensible charla con una anciana que vive en la
Sierra Maestra, por un lado haciendo frente al cotidiano con increíble
disposición frente a sus años, por otro, desgarrada ante el abandono de
la familia que partió.
Y por último, el Gran Premio: la coproducción mexicano-estadounidense Un poquito de tanta verdad,
de Hill Irene Freidberg, sobre el levantamiento popular pacífico que
tuvo lugar en el estado sureño de Oaxaca, para algunos la primera
revolución latinoamericana del siglo XXI, cuando miles de humildes
trabajadores y amas de casa tomaron 14 estaciones de radio y un canal
de TV para luchar contra la injusticia y reclamar sus derechos.
El filme sobresale por la fuerza de su discurso, la equilibrada
alternancia de planos narrativos y, sobre todo, la honestidad de su
propuesta: dar la voz, desde el cine que con tanta frecuencia los
olvida, a los que no la tienen, aunque en este caso los oaxaqueños no
solo tomaron la justicia por su mano sino los inasequibles y
manipuladores medios, casi siempre al servicio de los otros: los
excluyentes.
El Festival Internacional Santiago Álvarez in memóriam, en su novena
y recién finalizada edición, otorgó una vez más al documental el sitio
que merece: el sitio en que tan bien se está, como diría Eliseo Diego,
cuando el talento y la sintonía con las urgencias contemporáneas o los
rescates de la Historia siguen siendo la brújula legadas por el decano
que lleva su nombre.
Fuente: Juventud Rebelde
COMENTAR
Archivado en: