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El fuego de Camagüey se apagó con el coraje de todo el pueblo

Otorgan Medalla por la Valentía en el Servicio de Primera Clase al joven bombero Alejandro Clivillé, quien perdió la vida tratando de sofocar el incendio ocurrido este lunes en la tienda El Encanto de la ciudad de Camagüey 

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Este artículo es de hace 15 años

El timbre del teléfono suena en el Puesto de Mando. Son exactamente la una y 17 minutos de la tarde del día 7 de abril cuando la noticia crea revuelo. Un fuego se inicia en el mismo corazón de la ciudad colonial, de calles muy estrechas y de añejos tejados, condiciones muy factibles para alimentar las llamas. El Encanto, el centro comercial más importante de Camagüey, era víctima de un incendio, que apostó desde sus inicios por un enfrentamiento violento contra el tiempo... En apenas un minuto y varios segundos llega al lugar el primer grupo de bomberos del Comando Territorial, que asume de inmediato la misión Centro de la Ciudad. La palabra sobró entre los verde olivo, los gajes del oficio vislumbraron lo que se avecinaba, por las características complejas del inmueble: varios almacenes con todo tipo de productos combustibles e inflamables, minialmacenes similares, y la gran altura de la edificación, no permitían otra reacción que la del coraje. Simultáneamente, como en un soplo de viento, la noticia viajaba a las diferentes unidades de bomberos de esta legendaria ciudad. Y en apenas cuatro minutos, desde el distante reparto Jayamá llegaba el primer carro-cisterna del Comando Especial Provincial para combatir también el siniestro. Varios minutos habían transcurrido desde aquel timbre estremecedor. Y no se equivocaron quienes certificaron un «amargo» combate. Recuerdan varios de los participantes en la sofocación de las lengüetas de fuego cómo en ese corto espacio de tiempo ambas plantas de la edificación, con su piso intermedio, ardían en llamas. Lugareños al rescate Una, dos, tres sirenas asombran a los miles de lugareños. Bomberos, patrullas y servicios médicos de urgencia multiplican un sonido que atrae hacia las áreas aledañas de El Encanto a miles de hombres y mujeres, que no se resignaban a ver el mayor incendio de los últimos 40 años. Como resorte, cascos de todos los tipos enlazaron voluntades, los de los constructores, ciclistas, motoristas, electricistas se sumaron para preservar los medios y bienes materiales de la tienda. Los cientos de trabajadores de la arteria comercial sintieron la mano solidaria de su gente, la del pueblo, que hasta bien entrada la noche apoyó las labores de salvaguarda. Así trascendió: «Míreme oficial. Mido seis pies y peso más de doscientas libras. Dígame lo que tengo que hacer», imploraba el hombre de piel mestiza, que junto a su hermano se trasladó desde un reparto distante, pico en mano, para apoyar a los soldados. Una señora «burló» por un instante el cordón de seguridad y gritó desde la esquina: «Mi casa está a varias cuadras de aquí. Lleven a los niños para allá». Se evacuaba en ese instante a los niños del aledaño círculo infantil Lidia Doce. Estos dos ejemplos dicen de la solidaridad y humanismo de los vecinos, que no se cruzaron de brazos, y ante la imposibilidad de sumarse a las difíciles labores de rescate, por la complejidad del hecho, permanecieron atentos, «por si las moscas», como alguien dijo. Acorralados hasta el final Mientras los bomberos de varios comandos de la ciudad continuaban la sofocación del siniestro, otros destacamentos desde Nuevitas y Vertientes, y uno de Guardafronteras, se sumaban a la batalla contra las llamas. «El combate no fue fácil; hubo que enfrentar total oscuridad, que ni con una lámpara de 400 watt, que utilizamos desde que llegamos, nos permitía ver al compañero de al lado», especifica el jefe de Protección Contra Incendio provincial, teniente coronel Martínez. La gran concentración de humo y gases tóxicos en la edificación, la intensa velocidad de propagación de las llamas, las elevadas temperaturas que generaba el incendio y los posibles derrumbes del local, eran parte de las condiciones que enfrentaban los jóvenes bomberos. Pese a la magnitud del incendio, este no pudo expandirse a la red de tiendas del área, ni a casas aledañas, gracias al esfuerzo de los hombres en misión y las estrategias trazadas in situ. Más de quinientos uniformados del MININT y las FAR permanecieron activos hasta cerca de las tres de la madrugada; primero sofocando las llamas hasta pasadas las siete de la noche, y luego enfriando paredes, techos y locales del lugar, precisamente para evitar la reactivación del fuego y su propagación. La radio local daba a conocer las primeras noticias del suceso, mas quien informaba sobre los detalles no podía imaginar que Geiri Lazo Delgado, Yusbel Ávila Guerrero, Raicel Ramos, Yoandy Sánchez, Annier Llanes, Ubaldo Cansino y otros bomberos, que disfrutaban de un merecido descanso en sus casas cuando supieron de la catástrofe, fueron y se presentaron para ocupar sus puestos de combate. Como afirmó a este diario Yadier Rodríguez, jefe del Comando Especial Provincial Jayamá, la arriesgada y difícil tarea de cortar las vías de propagación del incendio de gran intensidad hacia los locales colindantes fue el éxito de la operación, «pues con ello se evitó un siniestro mayor en toda la manzana». Fuente: Juventud Rebelde

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