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27/04/2008 - 10:46am (GMT-4)
Ida Gutsztat Gutsztat devela un secreto. Esta profesora universitaria
por más de 30 años es posiblemente la última descendiente en Cuba de
quienes sufrieron el Holocausto judío en Europa.
A ella le resulta difícil referirse a este tema: «Hablo muy poco sobre eso», comentó, y su mirada se perdió en el horizonte.
«Soy cubana, pero por mis venas corre sangre polaca. Nunca conocí,
ni siquiera en fotos, a la familia de mi madre; y de la de mi papá solo
recuerdo vagamente el rostro del abuelo. Es muy doloroso saber que la
guerra puede arrancarte tu pasado y desgarrarte el presente».
Ida es hoy la docente más integral de la Sede universitaria del
municipio de Playa y tiene una relevante trayectoria como educadora,
entre la que se cuenta haber integrado un grupo de profesores que
partió a Angola en la década de los 80 del pasado siglo para impartir
clases de Informática.
«Mis padres fueron sobrevivientes del holocausto nazi. Llegaron a
Cuba luego de terminado el conflicto. Nací a los 25 días de estar ellos
aquí».
Recordó que ninguno de sus padres hablaba de su pasado. Tal vez la
tristeza les impedía rememorar tan terribles momentos. «Nunca voy a
olvidar las lágrimas de mi padre cuando veía una película de guerra
contra los judíos. Era como si volviera a vivir aquella pesadilla. Fue
sobreviviente de las dos guerras mundiales, y desde muy joven fue
perseguido por judío, y además por presidir una célula del Partido
Comunista de Polonia».
Durante la Segunda Guerra resultó prisionero y llevado a Auschwitz,
el campo de concentración más cruel de Polonia, a unos 60 kilómetros al
oeste de Cracovia.
«Al entrar los judíos al campo de concentración, los nazis hacían
una despiadada selección. Los ancianos, niños y discapacitados eran
considerados inútiles y se enviaban al crematorio. Mi padre era joven y
fuerte, y por eso no lo asesinaron», dijo con la voz entrecortada.
—¿Cómo logró salir de Auschwitz?
—Por suerte, papá estuvo poco tiempo en el lugar. Los nazis
decidieron mudar a un grupo de hombres para otro campo de
concentración, entre ellos a él. El trayecto se realizó en vagones, y
cuando el tren hizo una parada, algunos lograron escapar, y otros
murieron, pero él logró sobrevivir».
—¿Dónde se encontraba su madre?
—En esa fecha mi mamá estaba en el gueto de Varsovia. Fue terrible
para ella; mi hermana era solo una bebé. Allí concentraban a los
judíos, sin ninguna consideración. En un cuarto extremadamente pequeño
vivían cinco personas. Para dormir unos, debían levantarse los otros.
Según historias de mi madre, la comida era escasa y en ocasiones tuvo
hasta que robar un pedazo de pan para alimentar a mi hermana».
No fue hasta 1945 que sus padres lograron, después de varios años de
separación, reunirse nuevamente. «Al terminar la guerra, mi abuelo
paterno, que se encontraba en Estados Unidos, los invitó a vivir con
él, pero no pudieron entrar al país, porque eran exiliados. Mi mamá
estaba a punto de dar a luz y mi padre se sentía cansado. El campo de
concentración lo había transformado en un hombre enfermo —nunca se
recuperó del todo—, por lo que decidieron venir a Cuba lo antes
posible».
—¿Cuán difícil fue para sus padres adaptarse al trópico?
—Al llegar aquí, con la ayuda de mi abuelo, mi padre logró abrir una
pequeña imprenta. Tenía experiencia porque en Polonia había sido
impresor. Yo tenía pocos meses de nacida y mi hermana seis años, por lo
cual mi mamá no pudo trabajar.
«De ese modo intentaron llevar una vida lo más normal posible.
Aprendieron el español, y aunque nunca llegaron a dominarlo a la
perfección, les sirvió para integrarse a la sociedad».
—¿Creció usted bajo los principios judíos?
—Sí. Incluso pertenezco a la Sociedad Hebrea de Cuba. Desde pequeña
mis padres me inculcaron los preceptos de la religión. Las tradiciones
nunca se perdieron. En casa mi mamá siempre cocinó comida típica judía,
al punto de que nunca aprendió a hacer un potaje.
—Usted formó parte del primer grupo de cubanos que realizó la llamada Marcha por la Vida. ¿En qué consiste?
—La Marcha por la Vida se efectúa cada dos años, y lleva ese nombre
pues es la misma que realizaban los judíos en la Marcha por la muerte.
Ellos eran llevados desde Auschwitz 1 a Auschwitz 2 para ser asesinados
en los crematorios o realizar trabajos forzados. Nosotros hicimos el
mismo trayecto y visitamos varios campos de concentración.
—¿Un reencuentro con sus raíces?
—El viaje resultó muy impresionante y doloroso, porque en ese
momento supe lo que sufrieron mis padres. Lugares como la Fosa de la
muerte, donde eran asesinados niños, mujeres y ancianos, son la muestra
fehaciente de la locura de aquellos hombres, cuyo único objetivo era
acabar con la humanidad.
«Incluso conocí a uno de los pocos sobrevivientes que quedan del
holocausto nazi, quien fue víctima de los terribles experimentos que se
realizaban con seres humanos.
«Por otra parte me identifiqué con muchos sitios. Sentí que estaba
en la tierra de mi familia. Fui al gueto de Varsovia, al Museo del
Holocausto, y también con motivo de un aniversario de la fundación del
Estado, estuve en Israel, la cuna de los judíos».
—Fuertes lazos la unen a dos tierras, ¿qué lugar ocupa Cuba en su corazón?
—Cuba es mi patria, mi país. Es la tierra que me vio nacer a mí y a
mis hijas. Eso nunca lo he dudado. A pesar de otros vínculos, me siento
muy cubana. Soy militante del Partido Comunista y mis convicciones son
iguales a las de cualquier otro revolucionario. Ya ves, trato de
llevarlo todo, sin descuidar nada.
Todos tenemos una historia, un secreto. Ida guarda el del valor, la
voluntad y los deseos de seguir el ejemplo de sus padres, dos de esos
tantos hombres y mujeres inocentes que sufrieron los horrores de la
guerra más injusta y atroz de la historia de la humanidad.
Fuente: Juventud Rebelde