| 03/05/2008 - 10:36am (GMT-4)
Cuando la cultura se hace y entrega con amor y el público agradece su
infinito valor artístico, estamos sin dudas ante una eterna obra de
arte, sobre todo si va acompañada de la noble intención de enaltecer
los sentimientos más hermosos del ser. Y así lo demostraron el
cantautor Silvio Rodríguez y los expedicionarios que recientemente lo
acompañaron en una misión de sensibilidad y dignificación humana por 16
centros penitenciarios del país. Con música, humor, literatura y artes
plásticas, Silvio, Trovarroco, Sexto Sentido, la flautista Niurka
González, Eliades Ochoa y su grupo Patria, Polito Ibáñez, Vicente
Feliú, Augusto Blanca, el humorista Carlos Ruiz de la Tejera, los
plásticos Alexis Leyva Machado (Kcho), Ernesto Rancaño y Vicente
Hernández, así como el escritor Reynaldo González, Premio Nacional de
Literatura, mostraron con arte de altos quilates su confianza en el
mejoramiento humano. —¿Por qué esta Expedición por centros penitenciarios del país? —Antes que nada, nuestra gira por las penitenciarías es por la gente
que está cumpliendo condenas. Partimos de que la mayoría de la
población penitenciaria está saldando su deuda arrepentida de su delito
y desea tener otra oportunidad en la vida. Ir a cantarles a sus
prisiones nos suma a las señales que le dicen a esos seres humanos que
la oportunidad que quieren es posible. «Desde los años 70, cuando los festivales de la nueva trova, siempre
había alguna cárcel entre los muchos lugares a donde llevábamos la
canción. Después, en Angola, se nos hizo costumbre cantarles a
prisioneros porque en los frentes todo el mundo participaba de las
actividades. Incluso una vez fuimos a la prisión de Luanda y en el
auditorio había 12 sudafricanos capturados por las tropas cubanas.
Cuando volví a Chile en 1990, estuve en la cárcel de Santiago,
cantándoles a los presos de la dictadura que aún guardaban prisión. Ese
mismo año, junto a Vicente Feliú y Augusto Blanca, emprendí una gira
que pretendía recorrer todas las cárceles cubanas. Comenzamos por la
Prisión Provincial de Pinar del Río —donde volvimos a estar hace unos
días— y seguimos cantando en centros penitenciarios, hasta llegar a
Matanzas. Allí hubo que parar por carencias logísticas: estaba
empezando el llamado período especial. Siempre recomendamos que
continuáramos las actividades cuando nos fuera posible. «La última Asamblea Nacional a la que asistí, en diciembre pasado,
me pareció un buen momento para replantear aquel proyecto que había
quedado interrumpido. No lo propuse como una gira mía sino como la
necesidad de una acción sistemática y coordinada entre los Ministerios
del Interior y de Cultura, para que participaran los artistas que lo
desearan. Por el contacto directo con los reclusos sabía el aliento
espiritual que significaban las visitas artísticas y, además, tenía el
dato de que los índices de conflictividad habían bajado sensiblemente
en las prisiones que habíamos visitado en 1990. La iniciativa tuvo una
aceptación total y aquella Asamblea terminó con el acuerdo de que se
llevara a cabo el proyecto. El presidente del Parlamento, Ricardo
Alarcón, me preguntó si yo participaría y comprendí que era justo que
diera el ejemplo y formara parte de la primera experiencia. Todo esto
lo conoció el pueblo porque salió en los reportes de televisión de la
Asamblea; es obvio que por eso es que esta Expedición ha tenido tanta
resonancia». —Hipotéticamente se pensaría que los
presos a los que les cantas tus canciones no tienen la sensibilidad de
la poesía. ¿Cuál es la reacción a tus canciones de este público tan
especial? —En el Combinado del Este hubo un preso que recitó un poema propio
que nos estremeció a todos. Si eso no es poesía, me pregunto qué cosa
podrá ser. Además, los reclusos son cubanos y cubanas como tú y como
yo, y conocen la variedad de la música que se hace en el país. En los
intercambios, algunos de ellos me han mencionado títulos e incluso en
medio de las actividades han pedido canciones. También sé que prefieren
unas a otras por la fuerza de sus aplausos, como cualquier público. Yo
pretendo que ese momento en que estoy con ellos lo pasen lo más
agradablemente posible y para eso he seleccionado canciones
reconocidas. Otra cosa a tomar en cuenta es que nuestro espectáculo es
bastante variado, no es solo Nueva Trova. Hemos incluido fílin, sones,
humor, música campesina, y los propios reclusos han aportado la rumba y
el rap. —¿Qué repertorio escogiste? ¿Una mezcla de temas antológicos y nuevos, o solo los temas más conocidos? —En los 15 minutos que me tocaban fui cambiando las canciones, para
no mecanizarme y aburrirme de mí mismo, cosa que puede dar lugar a una
interpretación distanciada. Comencé cantando El Colibrí,
con Vicente, y explicando que es la primera canción que recuerdo y que
por eso tuvo que ver con mi posterior decisión de hacer canciones.
Interpreté La maza, Óleo de mujer con sombrero, Quién fuera, Pequeña serenata diurna, y por último incluí Cita con ángeles porque me la pidieron. Otra que casi siempre estuvo fue Expedición, por ser el tema que le dio nombre a la gira, gracias a la ocurrencia de Léster Hamlet, el director de cine que nos acompañó. —Desde que la gira comenzó a ser noticia
en enero pasado, hubo rumores de que lo hacías porque habías estado en
las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) en los años 60 y
de ahí parte tu sensibilidad artística hacia los reclusos. —La mitología popular es a veces más fuerte que la realidad. La idea
de que yo estuve en las UMAP está tan arraigada en algunos que a mí me
han parado personas en la calle para evocar «lo que pasamos juntos». Al
principio yo aclaraba que estaban equivocados y veía como algunos se
mosqueaban, como si yo estuviera negando mi pasado por una supuesta
conveniencia. Cuando me daba cuenta de que no creían la verdad, a veces
dejaba de decirla; en ocasiones incluso me sumaba a la mentira, para
que mi interlocutor no se sintiera frustrado. Eso puede haber
contribuido a que ese mito se expandiera. También llevan décadas
diciendo que estuve detenido en Villa Marista. Hay leyendas con las que
no se puede. «La verdad es que cuando las UMAP existían, en los años 60, yo
estaba pasando mi servicio militar. Existe la idea generalizada de que
las UMAP se nutrían solo de civiles, pero cuando los que estábamos en
el ejército cometíamos indisciplinas nos amenazaban con mandarnos a
aquellas unidades a cortar caña. Yo tuve y tengo amigos que pasaron por
aquella experiencia y nunca renegué de ellos ni renuncié a
reconocerlos. En una ocasión, ya siendo civil, fui llamado y sometido a
represalias por negarme a renunciar a esos y a otros amigos. Te
garantizo que mi trabajo con los presos no viene de ninguna vivencia
carcelaria personal, sino de un sentido de la solidaridad que siempre
he tenido y porque hacerlo es parte de mi forma de asumir mi
responsabilidad ciudadana». —¿En estos centros penitenciarios les cantabas a todos los presos sin distinción? —Tanto en 1990 como ahora manifestamos nuestra disposición de actuar
para cualquier recluso que lo deseara, sin ningún género de
discriminación. Las autoridades de Prisiones tampoco obligaban a
asistir a nadie, porque no se trataba de una imposición sino de que los
que asistieran lo hicieran a gusto. Por eso te puedo decir que las
únicas limitaciones que sufrimos fueron de espacio. «Por otra parte, lo que hicimos en las prisiones no fueron actos
políticos sino culturales. Reynaldo González y Jaime Sarusky entregaron
una biblioteca de 300 tomos de literatura; Sexto Sentido hizo una breve
panorámica del fílin; Amaury hizo chistes y cantó Acuérdate de abril; Alexis Díaz-Pimienta interpretó La tulibamba y su famosa Seguidilla;
Carlos Ruiz de la Tejera hizo jocosas reflexiones críticas; Eliades
Ochoa, a ritmo de son, nos hizo saber que El cuarto de Tula le cogió
candela; Augusto Blanca cantó No olvides que una vez tú fuiste sol.
Vicente pudo haber sido el más político, porque musicalizó e interpretó
unos versos de Antonio Guerrero, un preso político nuestro en los
Estados Unidos. En todas las prisiones compartimos la escena con
artistas aficionados, tanto reclusos como custodios, y la verdad es que
quienes más cantaron canciones explícitamente revolucionarias, hechas
por ellos mismos, fueron los presos». —¿Piensan ampliar la gira también a
centros de salud u otras instituciones que igualmente recaban de la
sensibilidad de tus canciones? —Eso lo ha venido haciendo, y muy bien, Liuba María Hevia, junto a
otros artistas: una labor necesaria y muy meritoria, aunque poco
publicitada. En ese silencio puede haber influido la extrema delicadeza
que las enfermedades terminales inspiran. En algún momento yo también
participé en alguna actividad de ese tipo, pero muy modestamente.
Recuerdo que tuve que recurrir a canciones de Teresita Fernández, por
tener poco material especialmente para niños. En fin, ojalá que en lo
adelante pueda profundizar en esa dirección. «Lo que sí seguro vamos a hacer, el domingo 11 de mayo, a las 5 de
la tarde en el teatro Karl Marx, es el mismo concierto que llevamos a
las prisiones. Queremos que al menos una parte del pueblo vea lo que
hicimos. Va a ser una tarde de sorpresas y espero que se filme lo que
va a pasar allí». —¿Qué aprendiste durante la gira? —La gira me reafirmó aún más que a las actividades culturales en las
prisiones hay que darles continuidad, tanto con las visitas de
profesionales como con el fortalecimiento del movimiento de
aficionados. Esto debiera ser continuado por el Ministerio de Cultura,
en conjunción con los Poderes Populares y el Ministerio del Interior.
Estoy convencido de que recibir y/o practicar expresiones culturales
puede hacer una importante contribución de mejoramiento, dentro del
conjunto de medidas de rehabilitación que se toman. «Otra bella experiencia fue el trabajo en equipo entre reclusos y
artistas. Con nosotros marchó todo el tiempo Ernesto Rancaño, quien
pintó un mural que ha quedado como aporte a cada prisión, asistido por
presos que aman la pintura y por artistas plásticos de las provincias
visitadas. En este frente también enriquecieron la Expedición Roberto
Fabelo, Kcho, Sandor González, Vicente Fernández y otros maestros de la
plástica. «Lo último es decirte que los verdaderos héroes de esta gira fueron
los equipos de montaje y de sonido, y además los choferes. Después de
cada actuación ellos se quedaban recogiendo sillas, cables, bocinas,
atriles y micrófonos, lo subían todo a los camiones y luego recorrían
kilómetros para llegar tarde a sus cenas y a sus camas. Al día
siguiente se levantaban con el amanecer y partían a la prisión
siguiente, a montar todo lo que hacía posible cada actividad. Ellos, y
todos los anónimos que trabajaban construyendo los escenarios, me
hicieron recordar aquellos versos tremendos de Brecht: ¿Adónde fueron a dormir los albañiles, / la noche que terminaron la muralla china?». Fuente: Juventud Rebelde