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La noticia que hizo llorar a Ana en la Isla de la Juventud luego del paso del huracán Gustav

Tras la profesionalidad de quienes narran el drama dejado por Gustav puede estar también la historia de seres humanos marcados profundamente por sus consecuencias

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Este artículo es de hace 15 años

Ana Esther desanduvo consejos de defensa de zona, centros de trabajo, de salud, campos de cultivo, planteles educacionales y reservorios de agua, con el propósito de conocer e informar las medidas adoptadas para enfrentar el huracán que amenazaba la Isla de la Juventud. En su labor periodística la sorprendió la batalla que iniciaba Gustav. Intensas lluvias y rachas de viento sostenido superiores a los 200 kilómetros por hora provocaron que el falso techo de la salita de prensa le cayera en la cabeza cuando intentaba comunicarse por teléfono, con el fin de informar a Cuba y el resto del mundo de los pormenores del momento. El rápido deterioro de las condiciones del tiempo le impuso refugiarse en un pequeño pasillo junto a varios de los que allí trabajaban, y se solidarizó con una de las compañeras cuando una puerta, impulsada por el fuerte viento, la hirió en uno de sus dedos. Cuando el ojo del huracán atravesó Nueva Gerona, Ana fue de las primeras en salir de su refugio para tomar imágenes y tener una visión panorámica de la situación, al tiempo que indujo a retornar a sus casas a personas que, motivadas por la aparente calma, salían a ver el sol. Y no se alejó mucho, aunque la constante preocupación por su hogar y los suyos la atormentaba minuto a minuto. El segundo impacto fue peor, porque los vientos giraron y el refugio donde la reportera y sus compañeros se guarecían no era seguro. La ansiedad la hizo realizar varias llamadas a su casa, todas sin respuesta, mas el compromiso de cumplir su deber profesional no le permitió retirarse. Cuando cesaron los vientos y la lluvia se hizo menos intensa, asistió, como todos, a la reunión del Consejo de Defensa Municipal para conocer acerca de las afectaciones del territorio. Fue allí donde el presidente del Consejo de Defensa de su zona le dio la mala noticia: «El ciclón se llevó el techo de tu casa, pero tu familia está bien, evacuada en casa de unos vecinos». No pudo más, la tensión se liberó. Sus lágrimas se confundieron con las últimas lluvias de Gustav. Poco a poco se alejó del lugar y emprendió el camino a casa. Al llegar vio cómo Gustav, en su ensañamiento con esta Isla, la despojó no solo de la cubierta de su casa, sino también de todo cuanto había logrado adquirir en los años de trabajo y esfuerzo: mas al ver a su mamá, hermanos y sobrina vivos, sonrió a pesar de todo. Ella sabe que, como miles de personas en la Isla de la Juventud, no quedarán abandonados a su suerte. Fuente: Juventud Rebelde

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