Poco después de la
muerte de Guillermo Cabrera Infante en abril del 2005, su viuda, la
actriz Miriam Gómez, anunció la publicación póstuma de tres libros que
el escritor había dejado terminados o prácticamente listos para ir a
imprenta. Una noticia que sirvió para mitigar en parte el dolor por la
pérdida del gran escritor cubano, por mucho que adivináramos era un
consuelo que tardaría en llegar.
En efecto, ha habido que esperar
más de tres años para que el primero de esos libros llegara a las
librerías. Pero ha valido la pena la espera. La fiesta que aquel
anuncio prometía a los lectores se llevó a cabo la semana pasada en
Madrid inaugurando un ciclo de publicaciones póstumas que se adivina
venturoso para la obra de Cabrera Infante, porque asegura cerrarla con
una coherencia ejemplar. También, naturalmente, se trata de una
magnífica noticia para la literatura escrita en
español.
La ninfa inconstante
(Galaxia Gutenberg--Círculo de Lectores, Barcelona, 2008), que llega
estos días a las librerías, es una cuenta más en el juego de abalorios
que es la obra de Guillermo Cabrera Infante, un escritor que hizo de La
Habana y la lengua de los habaneros una obsesión vivida desde la
distancia forzada por el exilio. Un hombre de letras, y ''hombre de
cine'', que hizo mucho más: las convirtió --ciudad e idiolecto-- en
estilo, les concedió carta de ciudadanía literaria, las encaramó ya
definitivamente a la literatura universal.
La novela será
presentada en la venidera edición de la Feria Internacional del Libro
de Miami, que tendrá lugar entre los días 9 al 16 de noviembre en su
emplazamiento habitual en Wolfson Campus del Miami Dade College. Según
previsiones de Galaxia Gutenberg, que lanzará en la propia Feria una
edición especial en formato económico dirigida al mercado
estadounidense, la presentación consistirá en un mano a mano entre
Miriam Gómez y el promotor cultural Nat Chediak, en la que será sin
dudas una sesión memorable.
La obra viva que junta, por ejemplo, Así en la paz como en la guerra con Ella cantaba boleros,Tres tristes tigres con La Habana para un infante difunto, las estremecedoras --y de inagotable lectura-- semblanzas de sus cofrades en Vidas para leerlas con la deslumbrante obra periodística recogida, significativamente, en Mea Cuba, encuentra en La ninfa inconstante una pieza de lujo que sumar al concierto.
Todas
las claves de la literatura de Cabrera Infante asoman de nuevo en este
libro y lo hacen para contarnos una historia distinta. Nuevamente, los
dos paisajes que son la propia vida del escritor y la ciudad que
recordó hasta el último instante de su vida con precisión milimétrica,
se reúnen en la desquiciante historia de un crítico de cine, hombre
maduro y casado, al que deslumbra una bellísima adolescente ``tan ajena
a su encanto como a la moral''.
Juntos, y muy revueltos, vivirán
una aventura donde la claridad de los fines se ve enturbiada por la
enrevesada urdimbre de los medios. El narrador, desde la primera
persona inigualable que es la de Cabrera Infante, nos lleva en máquinas
de alquiler --que no ``taxis''-- por El Vedado de finales de los años
cincuenta, por night clubs y restaurantes, salas de cine y casas de huéspedes.
También
nos paseará por la redacción de la revista Carteles --Luis Gómez
Wangüemert, jefe de redacción de la célebre revista cubana, se asoma
una y otra vez al relato. El poeta Roberto Branly, personaje que no es
nada nuevo en la obra de Cabrera Infante, acompaña al narrador como
testigo y cómplice.
La ninfa inconstante es también,
algo que no podía dejar de ser tratándose de Guillermo Cabrera Infante,
una meditación sobre la fugacidad de las ciudades y la permanencia de
la memoria. Y viceversa. ''Hay que ver las preguntas que uno se puede
hacer caminando solo por La Habana de noche'', escribe en la última
página que terminará con profesión de fe y promesa que ha cumplido con
creces y no traicionará en los inéditos que nos esperan: ``yo tengo mi
memoria''.
En sus últimos momentos de vida, Cabrera Infante repetía la frase con que termina Tres Tristes Tigres:
''ya no se puede más''. Y en una carta que escribió a su editor Carlos
Barral el 28 de noviembre de 1966, le informaba: ``el censor hizo un
trabajo excelente cuando me obligó a dejar el epílogo truncado en esa
frase que es una de las mejores para acabar el libro; ya no se puede
más, y que todo el mundo pensará que es una oración muy pensada,
redondeada hasta decir no más y significativa, cuando en realidad es
obra de esa pobre loca que cogía el sol en el Malecón un día de 1950 y
tantos y a quien copié, verbatim, el discurso patafísico''.
Esa
Habana ''copiada'' o, mejor, transcrita, es el legado monumental que
nos deja el único de los escritores cubanos recogidos en el listado
canónico de Harold Bloom que se asomó al siglo XXI. Con su muerte se
cerró un ciclo entero de la literatura cubana, prolongado ahora con sus
libros póstumos. El primero, La ninfa inconstante, demuestra que siempre se puede más con Guillermo Cabrera Infante y la fiesta de su literatura deslumbrante.
Fuente: El Nuevo Herald