|
23/11/2008 - 12:52pm (GMT-4)
Tan típica como el tabaco, la Guayabita
del Pinar distingue al extremo occidental cubano con sus aires de
exclusividad y prestigio centenario.
Una frutilla, abundante en las colinas y arroyos de la zona,
da vida a la peculiar bebida, que se abrazó al incipiente cultivo
tabacalero en los umbrales del siglo XVI.
Los inicios de la historia se pierden entre las vegas de la
entonces Vuelta Abajo, donde los labriegos acostumbraban a beber algún
licor espiritoso para entrar al surco en las mañanas de invierno.
Cuentan historiadores que era una tradicional manera de
"entrar en calor" cuando la recolección de la hoja mojaba las ropas y
la frialdad salpicaba las manos y el cuerpo.
En los alrededores, a la sombra de los pinares, crece
silvestre la especie psidium salutare,(bautizada como guayabita por su
diminuta talla) endémica de esta región.
Como un hecho casi fortuito, la pequeña fruta se fundió con
el alcohol y el azúcar, para regalarnos el apetecido preparado, añejado
en enormes toneles de cedro.
La llegada a la Isla de Lucio Garay, proveniente de las
tierras de Vizcaya, propició la fundación en 1892 de un establecimiento
para la producción artesanal del licor, reservado por las familias para
los visitantes ilustres.
La añosa fábrica, actualmente en reparación, elabora dos
variedades de la insigne bebida: seca y dulce, con destino al mercado
nacional y foráneo.
Centenares de personas visitan cada día una de las
manufacturas licoreras más pequeñas del mundo para reverenciar el
tradicional rito con el sabor de la campiña.
Incrementar las poblaciones de la peculiar especie es afán
de científicos locales que apelan a las técnicas de la biotecnología
vegetal con el fin de propagar su cultivo.
Mientras, en los guateques campesinos evocan la fama de la
guayabita como trago emblemático de esta demarcación, entre sorbos de
café y la inseparable compañía de los puros cubanos.
Fuente: Prensa Latina