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Mi vacuna contra el sida y un Pérez que no es cualquiera

Soy Paquito, el de CUBA; martiano y periodista; comunista y gay; ateo convencido y supersticioso ocasional; padre de un hijo varón a quien adoro y pareja desde hace siete años de un hombre seronegativo que me ama; paciente de SIDA desde el 2003 y sobreviviente por más de cinco años a un linfoma no Hodgkin; profesor universitario y alumno de la vida

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Este artículo es de hace 13 años

Soy Paquito, el de CUBA; martiano y periodista; comunista y gay; ateo convencido y supersticioso ocasional; padre de un hijo varón a quien adoro y pareja desde hace siete años de un hombre seronegativo que me ama; paciente de SIDA desde el 2003 y sobreviviente por más de cinco años a un linfoma no Hodgkin; profesor universitario y alumno de la vida; seguidor de los temas económicos cubanos y apasionado devorador de literatura universal; opinático incontinente y beligerante mesurado; amigo de mis amigos y compasivo con mis enemigos; equivocado muchas veces y arrepentido nunca; optimista empedernido y entusiasta eterno; vivito y coleando; en fin, otro tipo normal y corriente, que quiere compartir contigo su historia, opiniones y anhelos. Al final quién sabe si tal vez los lectores de esta bitácora y yo hagamos juntos un aporte a la ciencia mundial, al descubrir que las polémicas en los blog y las redes sociales suben los CD4 y debilitan al VIH. Lo digo porque acabo de venir de una consulta rutinaria en el IPK, y les tengo buenas noticias, no solo sobre mi salud, sino también sobre un Pérez que — en contra de la frase popular que hace notar lo común de ese apellido en Cuba — definitivamente no es cualquiera. Como ustedes conocen de historias anteriores, acudo a mis chequeos médicos trimestrales con el doctor N con puntualidad y sin ninguna prisa. Una medida preventiva para mejorar la salud —o al menos no empeorarla— de cuya efectividad tengo pruebas, es no ir a los hospitales con apuro. El día de la consulta es sagrado, y asumir con buen ánimo ese compromiso ineludible es parte esencial del tratamiento. Si hay muchos pacientes con turno y tardas horas en ver a tu médico, pero estás feliz —recomiendo un libro para la espera— y los resultados de los análisis son positivos, sales de todos modos contento. Si las noticias no fueran tan buenas, ya al saberlo lo que menos te preocupará será la demora previa, y estarás en mejores condiciones para asimilar el trago amargo. Pero si además da la casualidad —como en esta ocasión— que los exámenes clínicos dan excelente (588 linfocitos T CD4 al 30%, lo cual expresa que las defensas del organismo funcionan razonablemente bien) y que además sales rápido, entonces serás feliz por partida doble, y hasta podrás percatarte de que la enfermera K desde hace un tiempo para acá sonríe de manera sorprendentemente amigable. Luego de esta digresión terapéutica para pacientes impacientes, les cuento que durante esta mañana en cuestión, luego de tomar mi número en la cola, pesarme en la báscula — sigo igual de flaco — y detallar casi imprudentemente al muchacho que me precedía en el orden — no porque me gustara, es que soy muy mal fisonomista y me pierdo cuando las personas no permanecen en fila una detrás de la otra — pasé por la oficina del doctor Jorge Pérez, entre otros motivos para saludar a sus dos afables y siempre colaboradoras asistentas (el periodismo te enseña que quien no sabe conquistar, agradecer y considerar a las secretarias, pasa doble trabajo para acceder a los jefes). Por pura coincidencia, el doctor Jorge Pérez, hasta este momento subdirector de atención médica del Instituto o director del hospital del IPK — como también lo nombraban en ocasiones — estaba sentado en unos butacones frente a su oficina en animada charla con una visitante, y enseguida que me vio interrumpió para saludarme, con esa jovialidad y sencillez que le caracteriza. Repartí besos a las muchachas de la oficina y luego me incorporé a la conversación que sostenía el “profe” con la doctora responsable del programa de prevención de ITS/VIH/sida en la capital cubana. Me salto aquí los prolegómenos de cortesía y el breve intercambio con la especialista, quien ya casi iba de salida, para contarles sobre lo que al doctor Jorge Pérez siempre le apasiona compartir conmigo cuando hablamos. Porque este es un galeno muy peculiar: tiene dentro un artista. Me volvió a preguntar si ya había visto la película Boleto al paraíso, que estrenaron en el más reciente Festival Internacional de Cine Latinoamericano y ahora está en exhibición en el circuito de salas de estreno del país. Uno de los periodistas, blogueros y personas más coherentes que he conocido El guión del filme —como tal vez muchos sabrán— recrea y mezcla dos desgarradoras historias del libro Sida: confesiones a un médico, del doctor Jorge Pérez, quien además fungió como asesor del largometraje. Entusiasta e hiperactivo, él olvidaba que en mi anterior visita a su oficina hasta llamó por teléfono a la casa de Gerardo Chijona, director de la cinta, solo para presentármelo. Entonces me adelantó otra primicia: que ya tiene en imprenta un segundo título, Sida: nuevas confesiones a un médico, continuación del texto inspirador de la película de Chijona, el cual — para conocimiento de quienes no lo leyeron — recorría las dos primeras décadas del enfrentamiento al VIH/sida en Cuba desde que aparecieron los casos iniciales entre militares y colaboradores internacionalistas cubanos que regresaron de África. El doctor Jorge Pérez refiere que, como en su libro precedente, nos develará mediante breves crónicas y testimonios, detalles de la vida de pacientes suyos que accedieron a esta noble “intrusión” literaria, para que entendamos mejor la evolución, el drama y las complejidades de la propagación y prevención de la epidemia en la actualidad. Su lanzamiento — si la editorial hace lo suyo — está previsto como parte de la Jornada Cubana de Lucha contra la Homofobia en este 2011, y debe ser uno de los principales atractivos de las actividades centrales que tendrán por sede a la ciudad de Santiago de Cuba el 16 y 17 de mayo próximo. Este médico devenido escritor, poeta ocasional, desprejuiciado defensor del amor y del derecho a disfrutar del sexo en todas sus variantes y por todas las personas, sin importar si viven o no con el VIH, jura y perjura que no puede vivir sin su consulta semanal cada miércoles en la tarde. Casualmente, mientras me actualizaba de tales novedades — debo agregar como otro adelanto adicional que el cantautor Amaury Pérez lo acaba de entrevistar también para el estelar programa televisivo Con dos que se quieran, el cual debe salir en abril —, el doctor Jorge Pérez recordó una idea que debía añadir a un documento y le pidió a la secretaria que tecleara rápidamente la oración en la computadora. ¡Y sorpresa! El texto en cuestión era —nada más y nada menos— que la intervención o breve discurso que debía pronunciar en la tarde de este jueves, durante un acto donde el doctor Jorge Pérez asumiría como Director General del IPK, en justo y lógico relevo del doctor Gustavo Kourí, quien concluiría así con merecidos honores su extensa trayectoria al frente de este centro científico que fundara su padre Pedro Kourí en 1937, fuera reinaugurado por él en 1975 y ampliado por la Revolución en 1993. ¿Persecución de homosexuales en Cuba? No jodas más, chico Me quedé perplejo; alegre y triste a la vez. Entendí enseguida que tal promoción es un reconocimiento y la consecuencia natural de su prestigio y autoridad como científico y directivo, pero lo primero que atiné a decirle fue ¡y ahora, qué nos hacemos! Debo aclarar que mi aprecio hacia el doctor Jorge Pérez no es muy diferente del que le profesan en Cuba cientos, quizás miles de personas que viven con VIH y sus familiares. Quien haya estado ingresado en el hospital del IPK o lo visite asiduamente, sabe que allí casi todos invocan su nombre cual si fuera un santo protector. “¡Se lo voy a decir al doctor Jorge Pérez!”, esa es la frase que esgrimen como arma los pacientes descontentos o sus acompañantes cuando están inconformes con algo, amenaza que algunos más conflictivos o de menor nivel cultural a veces llegan a vociferar en salas o pasillos, con justa o incorrecta exaltación, hasta que él aparece y los apacigua con su sola presencia, además de ajustarles las cuentas a los responsables de la incomodidad del enfermo, reconvenir si es preciso a quien se quejó de modo descompuesto y montar en cólera si de verdad hubo cualquier descuido, negligencia o incumplimiento de normas hospitalarias o del servicio de salud. Por eso mi primera reacción — como estoy seguro les ocurrirá a muchos otros pacientes cuando lo sepan — fue de preocupación y temor ante la posibilidad real de que desde sus nuevas funciones al frente de todo el IPK, lo cual incluye también la parte de investigaciones científicas, docencia, administración y quién sabe cuántas otras responsabilidades, el doctor Jorge Pérez ya no pueda dedicar el mismo tiempo al área de atención médica, una labor que no abandonó ni siquiera durante los once años (1989—2000) en que de forma simultánea dirigió y humanizó en lo posible aquel primer y controvertido sanatorio para pacientes de VIH/sida, en Santiago de las Vegas. Por supuesto, el doctor Jorge Pérez se apresuró a tranquilizarme, al insistir en aquella filosofía que confesó cuando lo entrevisté para el periódico Trabajadores en enero del 2007: “a mí me gusta ‘jugar’ a los doctores, no a los subdirectores ni a los directores”, dijo en esa ocasión. Ahora me reiteró que estará al tanto del servicio médico y no abandonará su consulta, pues esa es la condición que siempre les plantea a sus superiores, pero lo cierto es que ya, al instante de saberle más tiempo lejos de los pasillos y salas del hospital, lo comenzamos a extrañar. Fuente: CubaInformacion. Tomado Blog Paquito, el de Cuba - http://paquitoeldecuba.wordpress.com

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