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La farsa del 26 de julio y lo que debió haber sido la Revolución

Cuando era pequeña descubrí en el clóset de mis abuelos una caja que atesoraba fotos viejas, estampillas, medallas y recortes de periódicos de los años 50. Como una reliquia invaluable, yacía en el fondo de la caja un brazalete del movimiento 26 de julio.

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Este artículo es de hace 8 años

Cuando era pequeña descubrí en el clóset de mis abuelos una caja que atesoraba fotos viejas, estampillas, medallas y recortes de periódicos de los años 50. Como una reliquia invaluable, yacía en el fondo de la caja un brazalete del movimiento 26 de julio.

Recuerdo que mi abuela se sentó a mi lado y me contó sobre cómo ella junto a otros muchachitos muy jóvenes, arriesgaban su vida todos los días para devolverle a Cuba la democracia que perdió con el golpe de estado Fulgencio Batista en 1952.

Me habló de cómo mi abuelo fue dado por muerto después de participar en un tiroteo contra la policía y cómo, aunque él había logrado escapar, el resto de sus compañeros fueron masacrados en la calle. También recordó cómo casi pierde su primer hijo por una golpiza recibida durante una marcha a la que asistió con sus amigos.

Mis abuelos, en aquel entonces, vivían cada día como si fuera el último porque la dictadura batistiana no necesitaba muchas excusas para entrar en tu casa, llevarte preso, torturarte y finalmente arrojar tu cuerpo sin vida en cualquier fosa común.

Fue una época muy dolorosa para los cubanos, ya casi se desvanece la generación que fue testigo de tantas atrocidades. El recordatorio de esos días ha quedado sujeto a la manipulación y tergiversación constante que padece el pueblo cubano por parte del gobierno actual.

La historia del asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, resurge año tras año por estas fechas como un mito revolucionario. Sin embargo, al repasarla encontramos nichos turbios que hacen del relato algo incomprensible.

Para comenzar, su líder y organizador, Fidel Castro, desestimó la gran desventaja numérica y en armamento del grupo asaltante en relación a las tropas de Batista que aguardaban en el cuartel. Uno de los grupos –el que portaba las mejores armas- se perdió inexplicablemente antes de llegar al Moncada, en una ciudad que no conocían.

Castro –quien salió airoso de todo sin disparar un tiro- era consciente de que detrás de la evidente derrota militar existía una victoria política, una vía para llegar al reconocimiento en territorio tanto nacional como internacional, asegurando que el resto de los grupos opositores lo siguieran bajo su mando.

Gracias a dicha estrategia de auto-complacencia, numerosos jóvenes fueron ciegamente enviados a la muerte, algunos acribillados a balazos en el acto y otros tantos apresados y posteriormente torturados.

Miles de cubanos, durante los años que duró el gobierno de Batista, acabaron sus vidas de forma precipitada en aras de reconquistar la libertad de la isla según los preceptos de José Martí y la democracia expresada en la Constitución del 40 que Batista echó por tierra.

Desdichadamente los sueños de aquellos valientes muchachos nunca llegaron a concretarse. La Revolución triunfó, eso sí, pero los avances que ella debió acarrear en términos de democracia y libertades sucumbieron ante el totalitarismo y la adoración absurda a la imagen de un solo individuo.

Hoy mis abuelos, héroes –por qué no- de la Revolución, se sustentan exclusivamente gracias a las remesas de sus hijos en el extranjero. Llegan a fin de mes “contando los quilos” y ya dejaron de hablar de política porque la tristeza de una esperanza perdida los venció hace muchos años. Son testigos diarios de cómo la Cuba prometida por Fidel nunca llegó.

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