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La Rampa: el Paseo de las luces

Mi cielo, hazme el favorcito de quedarte que detrás de ti hay un policía, disimula aquí conmigo. Pretendió enseñarme una aplicación en su móvil por unos segundos y luego se despidió de mí como si fuésemos amigas de toda la vida.

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Este artículo es de hace 8 años

El sábado en la noche salí de casa dispuesta a encontrarme con unos amigos en el café “Mama Inés” del Vedado, un lugar acogedor y rústico en el corazón de La Habana, devenido rincón para adoradores de la michelada bien fría.

Desde donde vivo, llegar al Mamá Inés es cuestión de caminar unas pocas cuadras entre el tramo principal de La Rampa y la zona de los boteros frente a la famosa heladería Coppelia. Al subir por la avenida 23 siempre me tropiezo con alguna que otra familia proveniente del interior del país, parejas adolescentes de la mano, unos cuantos extranjeros desorientados tomando fotografías y turbas de jóvenes buscando algo que hacer; todos siguiendo instintivamente el olor a sal y el azul lejano que los orienta rumbo al Malecón habanero.

No obstante, esa noche era diferente. Los personajes eran los mismos, eso sí, pero no caminaban hacia el mar como de costumbre, esta noche permanecían estáticos, con los rostros iluminados no por una verdad divina, sino por sus teléfonos móviles.

Son 24 los años que llevo viviendo en la zona más céntrica de la capital de todos los cubanos y hasta el momento nunca había presenciado una afluencia tal en un espacio tan reducido como el que es capaz de contener cuatro o cinco cuadras.

Desde la calle L hasta N, (radio que ocupa la nueva zona wifi) cada pequeño muro, escalón o barandal de La Rampa se habían convertido en asientos provisionales para disfrutar de un limitado tiempo de conexión a la red de redes.

Mami, tengo tarjeta de Internet a 3 cuc la hora. Me dice, en un tono casi imperceptible, una muchacha que está sentada sobre las jardineras del Habana Libre. Casi no la distingo entre la multitud pues también sostenía un celular en la mano simulando estar conectada, después entendí que era para despistar.

Me dio curiosidad, volví en mis pasos para acercarme a la muchacha y conocer mis opciones de precios “por la izquierda”. Tengo media hora en 1.50 y una hora en 3.00 cuc. Ah ya, bueno, gracias. Decliné la oferta a pesar de que varios amigos me advirtieron sobre el rápido agotamiento de las tarjetas en los puntos de ETECSA, prefiero esperar y comprarlas a 2 cuc. No me gusta hacerles el juego a los revendedores. Traté de continuar mi recorrido cuando sentí que la muchacha me agarraba por el brazo.

Mi cielo, hazme el favorcito de quedarte que detrás de ti hay un policía, disimula aquí conmigo. Pretendió enseñarme una aplicación en su móvil por unos segundos y luego se despidió de mí como si fuésemos amigas de toda la vida.

Efectivamente, en el tramo wifi hacían su recorrido más de media docena de policías -asumo- protegiendo a los internautas de arrebatadores atraídos por el nuevo destello tecnológico que adornaba la acera.

Tan rápido como me lo permitieron la muchedumbre, los policías, los revendedores y los autos, me alejé dejando atrás un bulto que se hacía más denso con el paso del tiempo. En la distancia, las pequeñas lucecillas de los artefactos móviles simulaban un paisaje urbano nocturno, una ciudad miniatura erigida sobre la esperanza de un mejor futuro.

Me demoré un poco más de lo común en llegar al café. Finalmente me encuentro con mis amigos que no entienden la razón de mi demora. No me digan nada, comencé, ¿a que no saben a cuánto está el Internet en la calle?

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