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Rodolfo, el médico olvidado

Decidí colocar mi foto en el face para que me llamaran de donde fuera. Sé que puedo ser útil en situaciones extremas. Tengo la preparación y el sentimiento de humanidad que nos enseñaron.

Rodolfo Navarros, médico cubano en Ecuador © Rodolfo Navarros, médico cubano en Ecuador
Rodolfo Navarros, médico cubano en Ecuador Foto © Rodolfo Navarros, médico cubano en Ecuador

Este artículo es de hace 7 años

Publicado originalmente en El Estornudo: "Navarro, el ortopédico" por Carlos Manuel Álvarez

Durante la tarde noche del 16 de abril, Rodolfo Navarro y su esposa Masy Acanda sintieron en su casa de Puyo, Pastaza, en la amazonia ecuatoriana, unos fuertes temblores de tierra que en principio les despertaron curiosidad.

–Es que los cubanos no estamos acostumbrados –dice Navarro.

Al otro extremo del país, sin embargo, el terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter se estaba cobrando las primeras víctimas de los centenares de muertos y miles de heridos que apenas dos días después ya se reportan a lo largo de la costa Pacífica de Ecuador.

Inmediatamente, en cuanto los noticiarios echaron a andar, la curiosidad de Navarro y Acanda, como era de suponer, se trocó por horror. Y luego –Navarro es médico ortopédico– por deber.

En este caso, a la cuota de consternación que desde la distancia provocan las imágenes icónicas de los terremotos –las profundas cicatrices en el asfalto; los edificios destruidos, que parecían de cemento y resultaron ser de cobarde cartón; el tintineo de las luces en los establecimientos públicos, como si alguien jugara a apagar y encender el interruptor del mundo; y luego los cuerpos mutilados, aplastados, o nunca más vueltos a ver–, para los cubanos habría que sumar que miles de cubanos viven en Ecuador, lo cual acera el desastre, lo vigoriza.

Pasados pocos minutos del sacudón, ya uno podía encontrar en las redes sociales las primeras señales de cubanos pidiéndole a amigos o familiares que se reportaran, y amigos y familiares reportándose. O no.

En medio de una hiperestesia manifestada de muy distintas maneras –sea a través del susto, de la desesperación, del lamento, del desasosiego, o del amplio abanico discursivo de la solidaridad–, pocas líneas de Facebook impactaron tanto a la comunidad cubana como las que Rodolfo Navarro publicó en su timelines al mediodía del domingo 17 de abril:

“Listo con mi mochila a disposición del ministerio de salud para dar mi aporte en este difícil momento, ecuador los medicos cubanos estamos contigo.”

Debajo, una foto suya, en la que Navarro se muestra, justamente, listo.

Alto y pelado al rape. Pulóver ajustado, jeans claro de mezclilla, una mochila al hombro y unas gafas sujetas en la mano izquierda. El rostro de Navarro posee la misma concentrada imperturbabilidad de su mensaje, como quien no quiere embarrar su altruismo con un gesto de más; a quien el altruismo le es tan consustancial que no tiene otra manera de expresarlo que de la manera que es. Sin alharacas ni pirotecnias.

Eso nos hace pensar que en algún momento, tal vez, la solidaridad cubana fue así. No de mirarse al ombligo. No de autorreferenciarse. No de decir todo el tiempo: miren cuán internacionalistas somos, cuán humanos, cuán distintos, cuán cuán cuán.

Es difícil poner el ojo crítico sobre un acto de solidaridad, porque siempre es mejor algún tipo de solidaridad que ninguna. Pero, entre todas las solidaridades posibles, la solidaridad bulliciosa del estado cubano no es ni de lejos todo lo elegante que podría ser: se vuelve tan empalagosa que uno solo la perdona por lo que es. Porque termina salvando vidas, haciéndole la cuesta un poco más llevadera a miles de pobres y enfermos.

Pero es que, en general, el estado cubano ya es empalagoso para todo. Cutre, vulgar. No se expresa bien. Escupe partículas en la mesa. Habla con la boca llena. Y la solidaridad es un cubierto de plata fina, probablemente la única pieza más o menos de valor que le quede en la vajilla. De puertas para adentro, todo el mundo sabe que el estado cubano come o bien empinándose al plato o bien con las manos embarradas, como una bestia atragantada que involucionó.

Si Rodolfo Navarro lee esto, no va a estar de acuerdo con casi nada.

Rodolfo Navarro tiene ya cincuenta años, y cuando en la mañana del domingo se presentó con su mochila de campaña en el ministerio de salud y lo remitieron al hospital de su ciudad, supo que lo estaba haciendo porque un día la Revolución le había inculcado que eso era lo correcto. En el hospital de Puyo le dijeron que si necesitaban sus servicios lo iban a llamar. Navarro volvió a su casa y entonces posteó lo que posteó.

–Realmente me sentí decepcionado, porque en este momento todos somos importantes. Decidí colocar mi foto en el face para que me llamaran de donde fuera. Sé que puedo ser útil en situaciones extremas. Tengo la preparación y el sentimiento de humanidad que nos enseñaron.

El tema de los médicos internacionalistas refleja como pocos la caricatura a la que Cuba ha terminado reducida.

Los medios oficiales, a través de una demencial maquinaria de legitimación, glorifican a clínicos y cardiólogos como soldados del altruismo socialista, meras piezas moldeadas con fuego ideológico en la inagotable y gozosa fábrica de solidaridad que es la Revolución.

Los medios anticastristas, a su vez, queriendo enfrentar al gobierno, lo reproducen en lo único que no debieran reproducirlo, las maneras, y presentan a los médicos y personal de salud también como piezas, también como peones, pero del férreo y truculento estado totalitario.

En ambos casos, son respuestas que se pretenden definitivas. El oficialismo olvida mencionar que los médicos reciben solo una ínfima parte de las ganancias por las que son contratados. Y los opositores obvian que esos médicos, después de todo, están salvando vidas. Que no se puede hablar de exportación de médicos como si se tratara de maquiladoras o drones.

Oriundo de Matanzas, Navarro se graduó a fines de los ochenta en el Instituto de Medicina Militar Dr. Luis Díaz Soto, al Este de La Habana. Cumplió misión internacionalista en Angola, alcanzó grados de Mayor de Servicios Médicos, y después de entregarle veinticinco años de su vida a las Fuerzas Armadas, la cual reconoce como su gran escuela, decidió licenciarse.

–Como el Che, quise conocer la realidad de otros pueblos –dice.

A través del Ministerio de Salud Pública, Navarro cumplió cuatro años de misión en Venezuela, aunque Navarro no dice Venezuela, sino “República Bolivariana de Venezuela”.

–Gracias a lo aprendido, realicé mi gran sueño de ayudar a los más necesitados. Trabajé de traumatólogo con muy buenos resultados y llegué a sentir a Venezuela como mi segunda patria. Esta misión, aunque bella, fue difícil, pues al ser contratados por nuestro ministerio, estábamos sujetos a un estricto reglamento, por demás necesario, que nos limitaba conocer todo aquello que de historia, geografía, cultura, nos tiene reservado ese bello país.

“Gracias a lo aprendido.”

“Nuestro ministerio.”

“Estricto reglamento, por demás necesario.”

Navarro sería incapaz de confesarlo, pero amigos cercanos dicen que después de su regreso a Cuba, en 2014, comenzó a cansarse un poco, por llamarlo de alguna manera. Estimulado por el programa Ecuador saludable, “que se encargaba de contratar médicos de todos los países”, llegó a Quito en septiembre de ese año, junto a su esposa.

–Los primeros tiempos fueron bien difíciles, pues se imponía la legalización de los títulos, la cedulación y luego encontrar trabajo, pero para entonces el plan de contratación ya no estaba a disposición de nosotros, y con muy bellas palabras nos plancharon, como se dice en buen cubano.

Una vez cumplidos los trámites, la pareja decidió instalarse en Puyo, provincia Pastaza. Navarro buscó contratos en hospitales públicos, pero nunca respondieron. A pesar de ello, dice no haber sentido en carne propia la xenofobia de la que otros cubanos emigrantes suelen quejarse cada vez con mayor frecuencia.

–Finalmente comencé a trabajar en el sector privado, pero no era mi objetivo, porque los médicos cubanos no estamos adaptados a cobrar las consultas. Comencé en una clínica de la iglesia cristiana que es de ayuda social. Eso me ha puesto en contacto con las comunidades indígenas de la región, de las que guardo experiencias increíbles.

Cada vez que alguien entrevistó a un médico cubano, o bien porque hubiese regresado a la Patria, o bien porque se hubiera fugado de su misión, lo hizo con el fin de que le dijeran lo que le convenía escuchar. Como yo.

Con Navarro me interesaba explotar la idea del médico que ya no trabaja para el estado pero sigue llevando en sí los valores que, como él mismo reconoce, ese estado alguna vez le enseñó, y cómo, por el solo hecho de que hoy no trabaje bajo sus órdenes, el estado ya nunca lo va a poner de ejemplo ni le va a dedicar un reportaje en el noticiero estelar. Cómo, en definitiva, el gobierno cubano premia más la obediencia que las mismas virtudes que dice promulgar.

Pero yo me esperaba un médico, si no resentido, sí distanciado, no tan estrechamente soldado al lenguaje y la mística de lo que Navarro todavía se empeña en llamar la Revolución. Sin embargo, no iba a ser yo quien menospreciara su espíritu genuinamente solidario –que es, a fin de cuentas, lo verdaderamente trascendental– solo porque no me dijera las cosas del gobierno que yo quería escuchar.

Uno es también, casi siempre, su propio dictador.

Es posible que muy pronto, siendo lo suficientemente anfibio como para escapar de las compresas ideológicas, Navarro se vaya a Manabí o Manta –ciudades que al día de hoy son la quintaesencia de la desolación– a salvar a ecuatorianos rotos por la debacle, y ese simple acto va a seguir superando por KO cualquier explicación que queramos darle desde afuera.

Si finalmente no sucede, no importa. Navarro, después de cumplir semanalmente con sus deberes en la clínica privada de Puyo, seguirá marchándose durante los fines de semana con un amigo chileno a las comunidades indígenas cercanas –como los arajunos–, para ofrecerles consultas gratuitas, llevarles medicamentos y aprender de sus costumbres.

Le pregunto si estaría dispuesto a cumplir una nueva misión del estado cubano y me dice que sí, con seguridad sí. Le pregunto, indirectamente, por su gesto de solidaridad en Facebook y no sabe responder. Lo que es consustancial no sabría explicarse.

Oriundo de Matanzas, ortopédico y traumatólogo, a sus cincuenta años este médico aún lleva una mochila al hombro. Incluso en algún momento, como quien se disculpa por no poder ofrecer lo que no es, Navarro llega a decirme:

–Tal vez, amigo, todo esto te parezca romántico, pero es mi realidad.

Por Carlos Manuel Álvarez en El Estornudo

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