Hace unos días apareció este libro, ubicado en esta tendencia a colocar la obra del escritor en el sitio que le corresponde. Se trata de Onelio Jorge Cardoso: la opinión del otro, una compilación de ensayos realizada por Denia García Ronda, con el sello de Ediciones Unión.
Nacido en Calabazar de Sagua, en 1914, y fallecido en La Habana, en 1986, por lo que en este año se conmemora el aniversario treinta de su deceso, Onelio es autor de célebres relatos cortos tan populares y reconocidos como Francisca y la Muerte, Mi hermana Visia, Taita, diga usted cómo, Los tres pichones y El cuentero, entre muchos otros.
Después de terminar el bachillerato en Santa Clara, no pudo ir a la universidad, pobre él también, al igual que sus protagonistas. Trabajó en un estudio fotográfico, como viajante de comercio, maestro rural, guionista de cine y de radio. Redactaba noticieros en la emisora Mil Diez, del Partido Socialista Popular, y realizó novelas para CMQ y RHC Cadena Azul.
Pero su destino literario había comenzado antes, cuando en 1936 la revista Social premiara en concurso su relato El milagro. Dicen que escribía durante los escasos ratos libres que le dejaban las circunstancias económicas, poco o nada inspiradoras. Porque en él estaba la moraleja de El caballo de coral, eso de que el hombre siempre tiene dos hambres: la que tira de la panza, y otra, hambre de poesía, sueños, belleza.
Según Madeleine Sautié, en el periódico Granma, “a 30 años de su fallecimiento su ideario narrativo y su obra misma conservan su brillo propio, como sucede a las obras maestras”. A propósito de recordarlo el espacio Sábado del Libro, en la capitalina Plaza de Armas presentó el libro Onelio Jorge Cardoso: la opinión del otro, que intenta contribuir a saldar la deuda que existe con la obra excepcional de Onelio, sobre todo por parte de las nuevas hornadas de críticos y estudiosos.
Para tres o cuatro generaciones de cubanos Onelio devino un autor esencial en tanto todos teníamos una abuela, tía o madre que nos recordaba el personaje de Francisca y la Muerte, una ancianita tan laboriosa que se ganaba constantes prórrogas de La Muerte, quien nunca podía alcanzarla.
Llamado el “cronista de almas” por ese otro enorme cuentista que fue Mario Benedetti, Onelio fue el mejor observador de las costumbres cubanas en el mundo rural, el hábitat de pescadores, carboneros y campesinos, que no tenían nada más que su miseria, su inteligencia y su dignidad.
Los amigos de Onelio coinciden en describirlo como un hombre llano, bondadoso, sensible. Salvador Bueno decía que era común escucharlo en algún grupo enhebrando “anécdotas, sucesos curiosos o pícaros, y su interlocutor podía sospechar que era uno de esos cubanos fantasiosos que siempre tienen un cuento en la punta de la lengua”, como su célebre personaje de El cuentero, aquel que animaba con su imaginación desbordada las noches de los toscos jornaleros. Porque este relato, al igual que muchos otros de los que escribió, resultaba un canto a la imaginación, la belleza y la libertad.
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