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50 años con La muerte de un burócrata

Este año se cumplen cinco décadas del estreno de uno de los grandes clásicos del cine cubano: La muerte de un burócrata,  dirigida por Tomás Gutiérrez Alea e interpretada magistralmente por Salvador Wood en el rol protagónico

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Este artículo es de hace 7 años

Este año se cumplen cinco décadas del estreno de uno de los grandes clásicos del cine cubano: La muerte de un burócrata, dirigida por Tomás Gutiérrez Alea e interpretada magistralmente por Salvador Wood en el rol protagónico. No se pueden contar con los dedos de las manos los filmes que han mantenido su vigencia de una manera sorprendente con el paso del tiempo. Pero esta obra, como ninguna, parece todavía conservar el olor del estreno, de la ovación y del estrepitoso estruendo de los aplausos del primer día. Como si se acabara de poner por primera vez en los cines cubanos.

El hecho es que La muerte… celebra su aniversario en medio de un contexto que no ha variado demasiado desde que vio la luz. Cuba, como hace exactamente 50 años, continúa bajo el aguijón de la burocracia, ese lastre que condena Alea en esta sátira con un agudo humor y mordaz ironía y que contribuye a inmovilizar el desarrollo de la economía y la sociedad. Incluso la burocracia, que no pocas veces se cubre bajo el manto de la desidia, la corrupción y el desinterés, ha sido condenada fuertemente por el propio gobierno de la nación caribeña, que la reconoce como un obstáculo para estimular a fondo una economía en dificultades por diversos factores, desde la propias posturas de los burócratas, el bloqueo estadounidense, el contexto económico internacional, hasta la aplicación de medidas que a la larga no han dado resultado, como sucede habitualmente en la construcción de los procesos de cualquier país.

Y las personas obviamente sienten en la espalda como un látigo los golpes de ese mal concurrente que nos acompaña y que habita sobre todo en las instituciones instaladas en un lugar intermedio entre la cadena del sistema económico social del cambiante archipiélago.

Por ejemplo, han sido muy resonantes los casos de los que han tratado de dilucidar un sencillo problema en las oficinas de vivienda y han demorado meses en tener en sus manos la solución del conflicto, lo que les ha granjeado un alto grado de molestias, sacrificios y pérdida de un tiempo precioso que podrían haberlo empleado en solventar otros problemas de la vida diaria.

De ahí la vigencia de La muerte de un burócrata, que finalmente es la película que nos ocupa por constituir uno de los filmes más significativos de la filmografía de Alea, con el simbolismo de una trama que acecha al presente de Cuba a pesar de las guerra que se le ha declarado públicamente desde, digamos, todos los frentes. Pero no pensamos que la burocracia es un fenómeno endémico de este país. Para no ir más lejos, hace pocos días salió publicado en el propio sitio CiberCuba un video sobre un cubano que no pudo viajar desde Miami a su país natal porque le faltaba un cuño en no sé cuál documento. Increíble, ¿no?

La muerte de un burócrata, estrenada en 1966, es un retrato nítido del absurdo que recorre los infaustos trámites de un obrero cubano para enterrar dignamente a su tío, un trabajador destacado de una fábrica dedicada a la reproducción en serie de bustos del héroe nacional José Martí.

El caso es que El tío Paco, como lo llamaban, murió al caer por accidente en la máquina que reproducía la imagen de Martí. Lo deciden enterrar entonces con su carnet laboral para demostrar, ya saben, su compromiso con la clase obrera y su ejemplar actitud ante el proletariado.

El asunto de marras se complica cuando el documento con que fue hacia el más allá era imprescindible para obtener la pensión de la viuda y solucionar otros trámites, y su sobrino, Juanchín, hace hasta lo imposible para exhumar el cadáver y obtener el preciado carnet. Así la cinta pasa por una serie de macabros enredos con los que Alea aprovecha para dedicarle guiños a la filmografía de otros iconos del cine como el español Luis Buñuel y el sueco Ingmar Bergman.

Es difícil que los cubanos con una mínima cultura cinematográfica no se hayan hundido en el sofá a carcajadas con los hilarantes y atónitos desenlaces del filme que retrata sin piedad la burocracia que se iba instalado en la Cuba revolucionaria. Por otro lado, Alea juega con los símbolos de la época de una manera extraordinaria, como nos tienen acostumbrados sus diferentes obras. Si bien el uso del valor de los símbolos para elaborar un cuadro al calco de la sociedad cubana alcanzó una dimensión espectacular en La muerte de un burócrata, esta práctica tocó su cúspide en Memorias del Subdesarrollo, otro estandarte de su trayectoria que igualmente conserva la misma fuerza intrínseca de sus primeros años.

Se puede hablar, además, de la cruzada que emprendió el cineasta cubano con La muerte de un burócrata contra los anodinos empleados de turno que laceraban la naciente sociedad revolucionaria, contra los propios cineastas que se trasformaban en funcionarios dejando a un lado su función social, es decir ahondar sin tapujos en lo que pasaba antes sus ojos, o sencillamente contra el uso de lemas o consignas desmedidas para impulsar la próxima tarea designada, que, al fin y el cabo, se quedaba a medio camino, lanzando al vacío los presupuesto previstos —por demás escasos— y el tiempo de los trabajadores implicados.

Pero no hay mejor forma para resumir el propósito de de la cinta que las palabras de Alea en una de las entrevistas que ofreció sobre La muerte… “Decidí hacer la película a partir de una experiencia personal. Puede sucederle a cualquiera. Me vi de pronto atrapado en los laberintos de la burocracia a partir de unos problemas muy simples y elementales que quise resolver. Perdí mucho tiempo en eso y decidí hacer justicia por mis propias manos. … De esa resolución salió una comedia, porque ¿no es ese el tono más apropiado para expresar el carácter absurdo que adquieren las deformaciones burocráticas, los formalismos y los formulismos vacíos que no tienen nada que ver con la práctica revolucionaria? […] El efecto positivo del filme está en que brinda apoyo moral a las víctimas del burocratismo”.

Quizás algunos de ustedes, los que han encontrado en el cine un destino para afianzar certezas y apaciguar demonios, hoy le rindan su propio tributo al genio de Tomas Gutiérrez Alea. Y como yo hagan rodar una copia de la película en la computadora o el dvd para recordar que la burocracia debiera ser un lugar que ya no existe.

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