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Cuando los santiagueros despierten, no conocerán su ciudad

Quizás, cuando los santiagueros despierten, no conocerán su ciudad, otra vez, y otra vez a reconstruir. Mientras, la espera se hace insoportable. La cotidianidad hace mellas. Ya se desea que acabe de pasar lo que vaya a suceder. Espanta, pero es así.

Inminente paso de Huracán Matthew por Cuba © CiberCuba/Gumersindo Sandó
Inminente paso de Huracán Matthew por Cuba Foto © CiberCuba/Gumersindo Sandó

Este artículo es de hace 7 años

Más o menos así dijo Carlos Sanabia, corresponsal de Radio Rebelde en Santiago de Cuba, a pocos minutos del paso del huracán Sandy por esta ciudad, en el año 2012, u horas después, quizás en el justo momento cuando los árboles caían y los techos volaban… no recuerdo muy bien, tampoco es importante.

Él nunca imaginó que sus palabras quedarían prendidas en la memoria de miles de personas. No podía ser más aterrador; tampoco podía ser más acertado. Daba rabia escucharlo. Dolía.

Los recuerdos que muchos creían haber olvidado, enterrado en lo más profundo de su memoria, vuelven con una fuerza descomunal. Imagínese usted, Sandy era categoría 3 y Matthew se mantiene como un 4.

Los nervios se crispan, se desbordan, las personan entran en la fase de histeria ciclónica...

“En mis 70 años solo viví dos ciclones fuertes, el Flora y el Sandy. Así que ya no me toca ver otro”, me asegura jocosamente Armandito, un amigo albañil, quien a duras penas maquilla con una sonrisa los nervios. “Rubiera está perdido”, dice con tono esperanzador mientras lleva en sus manos dos paquetes de galletas, cuatro latas de sardinas y un cartón de huevos en una bolsa plástica.

Lo miro y me responde: “por si las moscas”

En la calle todo es algarabía. Aún no llueve, las personas aprovechan la calma antes de la tormenta y llevan a sus casas todo aquello que necesitarán, y hasta lo que no usarán. El ir y venir de tiendas, mercados estatales e informales se vuelve tedioso, pero necesario. Hay que pertrecharse de velas, galletas (si las encuentras), fósforos, baterías, tejas de zinc, pedazos de zinc, cualquier cosa sirve, o al menos da una minúscula sensación de alivio, de proteger las cosas.

En la calle todo es algarabía. Aún no llueve, las personas aprovechan la calma antes de la tormenta y llevan a sus casas todo aquello que necesitarán, y hasta lo que no usarán

Ahora es que uno se da cuenta de lo que es realmente significativo como el aire, el agua, la familia...

Lo más importante es la vida, hay que resguardarse, así lo ha dicho Lázaro Expósito Canto, presidente del Consejo de Defensa Provincial, más bien lo ha exigido, y sus palabras son un bálsamo al oído, son reconfortantes y dan confianza, él ya ha estado al lado del pueblo santiaguero hace cuatro años y se conocen, saben de qué madera están hechos… pero aún las huellas del llamado “leñador”, el de 2012, están presentes en el corazón de cada familia, también en su economía, por eso todos cargan con televisores, ventiladores, computadoras… dejar algo atrás, junto con los recuerdos y los sueños, a la merced de los vientos, no es nada fácil.

Se vuelve a desarticular la tranquilidad de los hogares; las casas adquieren la fisionomía de emergencia. Colchones amontonados, nylon por doquier, ventanas aseguradas, palos de escobas que se convierten en la última defensa contra el viento, y con cada nueva medida hogareña el suspiro, los sollozos

Se vuelve a desarticular la tranquilidad de los hogares; las casas adquieren la fisionomía de emergencia

Santiago es Santiago, lo es y lo seguirá siendo. Pero el santiaguero, valiente como pocos enfrenta esta y cualquier otra adversidad, ¡qué remedio!… y lo hace con arrojo, pero en sus nervios se sienten la marca de dos huracanes en menos de un lustro.

Quizás, cuando los santiagueros despierten, no conocerán su ciudad, otra vez, y otra vez a reconstruir.

Mientras, la espera se hace insoportable. La cotidianidad hace mellas. Ya se desea que acabe de pasar lo que vaya a suceder. Espanta, pero es así.

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