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Holguín: Matthew no es Ike

A Holguín, como le sucediera a Santiago de Cuba y Granma, la desviación hacia el este que tuvo Matthew tras azolar Haití lo sacó del medio del ojo. La percepción de su gente también está mediada por un hecho concreto: en Holguín, como en el resto de Oriente, no murió nadie esa noche por el huracán.

 © Mónica Baró
Foto © Mónica Baró

Este artículo es de hace 7 años

Cuando en Holguín se menciona un huracán, la gente piensa en Ike. Desde 2008 esa es la referencia directa. Incluso, si este 6 de octubre se le preguntara a los habitantes del norte de la provincia cómo vivieron el reciente paso del Matthew, no responderían con una descripción: su primera opción se basaría en compararlo con lo sucedido hace ocho años. En ese contrapunteo, a la gente de Holguín, a Nancy, Neuris y Elva, el huracán Matthew no les pareció gran cosa.

En esta ocasión, los sitios más próximos a la costa se llevaron la peor parte. No tanto por los vientos, como por las penetraciones del mar. En realidad, la provincia y su gente se prepararon para estar en el centro de la trayectoria. Pero solo recibieron el viento de la zona izquierda del ciclón mientras este se alejaba. Allí el huracán no hizo estragos. Ni siquiera las lluvias fueron importantes: apenas 205 milímetros en 48 horas, registrados en Moa, aseguró Abel Salas, vicepresidente primero del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos.

A Holguín, como le sucediera a Santiago de Cuba y Granma, la desviación hacia el este que tuvo Matthew tras azolar Haití lo sacó del medio del ojo. La percepción de su gente también está mediada por un hecho concreto: en Holguín, como en el resto de Oriente, no murió nadie esa noche por el huracán.

Sin embargo, Matthew pasó cerca. Y se sintió.

En Gibara, un poblado de pescadores y fachadas blancas, el pronóstico hizo que los vecinos se replegaran a centros de evacuación o casas mejor construidas. Gibara no es un pueblo demasiado significativo para el país. La villa apenas tiene 39.000 habitantes en zona urbana, y decir zona urbana allí es decir el pueblo. Más allá del Festival de Cine Pobre, Gibara tiene un malecón y el mar. Vivir cerca de las olas ha enseñado, también, a temerles.

Nancy Pérez Pozo no ve el malecón desde su casa en el centro de Gibara, pero cuenta que desde el martes en la noche parecía que el mar quería tragarse el muro.

El día 5, en la mañana, le dijeron que había olas hasta de cinco metros de altura, sobre todo cerca del reparto El Güirito. En Gibara, El Güirito es una de las zonas predilectas por los ciclones para desmantelar: está pegada a la playa. Nancy asegura también que la playa Caletones estaba incomunicada: uno de sus primos no pudo atravesar el terraplén que llega hasta allá porque “el mar lo afectó bastante”.

Otra cara de la moneda es Moa. Quizás no sea estrictamente el único municipio minero de la Isla, pero será el único que venga a la mente si se tuviera que conjugar en una oración las palabras minería, industria, níquel y Cuba. A diferencia de Gibara, Moa solo tiene una cosa: su metal. A ello han subordinado todo, desde la calidad de su aire hasta los proyectos de vida de su gente. Contrario a Gibara, Moa es un municipio trascendental para este país.

Neuris Cedeño Espinisa es el pastor de la Iglesia de Dios Ortodoxa en Moa. Relata que el martes, sobre la medianoche, comenzaron a sentirse rachas fuertes de viento huracanado. Además, las lluvias habían comenzado desde antes, sobre todo en la zona montañosa. El mar, en Moa, también se desbordó, pero sin consecuencias graves.

En la mañana, cuando Matthew seguía rumbo al norte, el pastor Cedeño salió a la calle. En su recorrido por la ciudad minera vio “el paso obstruido por árboles caídos, algunas viviendas y centros estatales sin techo. Pero, gracias a Dios, hasta donde yo sé no hay personas heridas ni muertas. Un hermano de la iglesia me comentó que en las cercanías a la carretera que comunica a Moa con Baracoa, no hay posibilidad de tránsito, sobre todo para la parte más pegada a Baracoa”.

El huracán en realidad se ensañó con Baracoa. No contento con desparramar por el suelo media villa, también cortó su comunicación por tierra: mientras se alejaba rumbo a las Bahamas, la carretera de la Farola y la de Moa (las dos principales vías de acceso a Baracoa) estaban fuera de servicio.

Después del recorrido del pastor Cedeño, y mientras aún llovía a intervalos, pasaron “unos compañeros investigando sobre los daños provocados por el huracán en las viviendas”. Él cree que la recuperación empezará una vez se cuantifiquen los destrozos. “Estamos esperando que se restablezca el fluido eléctrico, algunas zonas tienen y otras no, eso se debe a que los vientos derribaron algún poste”.

En Holguín la gente sabe que tuvieron suerte esta vez. En barrio Trece de Cañada Honda vive Elva Rosa González, quien en la noche del día 4 convirtió su casa en refugio para “alrededor de 80 vecinos, familias completas, niños, personas mayores. Además, aquí se pusieron a resguardo colchones y refrigeradores, televisores de la gente y de la escuela. Aquí estuvimos constantemente viendo la televisión”.

En el barrio Trece hubo lluvias intermitentes y vientos que no arrancaron ningún árbol, apenas algunas ramas. “Fíjese que la gente estaba jugando dominó en mi placa. Muchos de los que estaban evacuados en mi casa regresaron a la suya a eso de las cuatro de la mañana”, cuenta con total tranquilidad. A esa hora Matthew estaba a 30 kilómetros de la costa norte de Oriente.

La casa de Elva queda relativamente cerca del faro de Punta de Lucrecia, el lugar por donde entró Ike en 2008 y por donde casi salió Matthew ocho años después. Cuando en la mañana escucharon que el huracán estaba cerca del sitio, Elva y sus vecinos solo podían recordar: “hasta una pequeña lluvia nos los recuerda. Más que hablar de este que nos estaba pasando, más bien pensábamos en Ike, eso fue terrible, para nosotros que fuimos los primeros impactados, no hay comparación mayor aún”.

Contrario a lo que esperaban en el barrio Trece, las lluvias no fueron tan intensas. Más bien, “han sido como cuando llueve en tiempos normales”. Allá no hubo daños graves, dice Elva. Ahora todo lo que deben hacer es quitar la madera que pusieron en ventanas y puertas, y limpiar un poco las calles.

La tranquilidad de esta ocasión le permite a Elva Rosa González pensar en otros. Aunque lejos de Baracoa, ella “quisiera hacer llegar desde aquí nuestra solidaridad con las personas que viven en Baracoa, nos imaginamos lo que están pasando porque nosotros vivimos eso cuando Ike. Es muy doloroso, pero bueno, de todo se sale. Ellos, como nosotros lo hicimos poco a poco, se van a recuperar”.

La diferencia es que en Baracoa no quedaron ni las tablas que pusieron en puertas y ventanas.

*En este reportaje colaboró José Pantoja.

Publicado originalmente en Periodismo de Barrio por Julio Batista Rodríguez

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