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Baracoa: “El agua que trajo Matthew a las lomas no era de lluvia. ¡Era de mar!”

En el campo, Matthew no tuvo piedad con las viviendas de madera, ni con la naturaleza. La flora de Baracoa quedó hecha un amasijo lastimoso de palos mustios y hojas secas.

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Este artículo es de hace 7 años

Ella tiene once años y va a limpiar su bicicleta al Duaba; sabe que no son tiempos para malgastar el agua potable. Enjuaga un pequeño trapito, exprime, quita el polvo de las ruedas y repite la acción. Su tío la acompaña porque, aunque viven en una pequeña casa a la orilla del río, a las corrientes del mismo se les conoce por traicioneras.

A unos diez metros de la niña, una veintena de personas han caminado más de un kilómetro en el sol para lavar la ropa bajo el puente. Todos son vecinos de Alto del Pino, una loma muy conocida en Baracoa, a todos el huracán Matthew les arrebató los techos de sus hogares en la madrugada del pasado 4 de octubre.

El grupo está bien organizado: varias mujeres enjabonan y palean la ropa para que desprenda todo el polvo rojizo de la montaña, los hombres enjuagan y exprimen, y una muchacha joven atraviesa las corrientes semiprofundas con un jabuco a tope de prendas limpias que extenderá y pondrá a secar sobre las piedras de la orilla.

Vecinos de Alto del Pino lavando bajo el Puente, río Duaba

“El agua se fue tan pronto pasó el huracán, luego volvió y no hubo problemas, pero ya llevamos varios días sin ella de nuevo”, explica a CiberCuba Lorenzo Mirabal, de 58 años, residente en Alto del Pino. “Ahora dependemos de las pipas, si pasan…”

Lorenzo vive solo y trabaja como custodio en el almacén de conservas de Mabujabo, fue allí precisamente donde se resguardó de Matthew, según nos comenta, porque le tocaba laborar ese día y porque sentía que estaba más seguro allá que en su casa. No se equivocó.

“Este ha sido el ciclón más fuerte que ha pasado por aquí, para colmo estuvo más de seis horas sin moverse. De milagro no hubo ningún muerto, cuando yo estaba en el almacén sentía los trozos de tejas golpeando fuertemente la puerta, eso te coge y, a esa velocidad, te mata”, relató.

“Todo el mundo salió con linternas a ver qué había quedado en pie, la gente no se daba cuenta que estaban en el ojo, que en veinte minutos todo iba a ser peor que antes"

De acuerdo con Mirabal, muchos pobladores de Baracoa salieron cerca de la una de la madrugada, cuando gran parte del territorio se encontraba bajo el ojo del huracán, para comprobar con sus propios ojos el desastre dejado por el fenómeno. “Todo el mundo salió con linternas a ver qué había quedado en pie, la gente no se daba cuenta que estaban en el ojo, que en veinte minutos todo iba a ser peor que antes", dijo.

En la ciudad, Matthew levantó casas e inmuebles patrimoniales desde la raíz, dejó el área litoral como salida de una realidad distópica, de un desastre nuclear o una zona de guerra. En el campo, no tuvo piedad con las viviendas de madera, ni con la naturaleza. La flora de Baracoa quedó hecha un amasijo lastimoso de palos mustios y hojas secas.

Destrozos de Matthew en la vegetación de Baracoa

“El agua que trajo el ciclón a las lomas no era de lluvia ¡Era de mar!”

“El agua que trajo el ciclón a las lomas no era de lluvia ¡Era de mar!”, añade Lorenzo. “Eso fue peor porque el agua salada es muy corrosiva, se comió la vegetación entera, y mira cuántas palmas están en el piso y, las que no, desmochadas”.

“Acabó con la fauna también, con los pájaros y otros animales. Las abejas al día siguiente se atrincheraron en el Almacén de la 614, donde se guarda el azúcar y el arroz. No sobrevivieron ni las flores”, acotó.

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