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Fidel también era mortal

Los cubanos conocemos y nos interesan muchas cosas de Cuba además de Fidel; pero Fidel era la prioritaria: con su cremación cambiarán de ciclo muchas de esas cosas sobre Cuba que tanto conocemos y nos movilizan.

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Este artículo es de hace 7 años

Era la noticia con la que desde hace años se frotaban las manos periódicos y medios informativos desde que la enfermedad lo apartó del poder allá por el 2006.

Hoy ya es una realidad.

Pero esa realidad aún tiene un raro sabor.

Fidel se hizo de rogar, como el bicho malo o la hierba mala.

Tan deseada y temida a la vez, su muerte se postergó tanto en el tiempo que nos llevó a muchos a dudar incluso si sucedería de veras, que hasta imaginamos que Fidel se saldría con la suya y que encontraría la fórmula de la vida eterna instalado en el poder eterno y la riqueza eterna; que se clonaría, que no saldría de la cámara hiperbárica, que se regeneraría tejidos con medicinas milagrosas, cosas así.

Es lo que tiene el deseo y el miedo cuando se juntan ―como el hambre y las ganas de comer― que hacen desvariar, que se conciben las fantasías más absurdas que nos apartan de la fórmula más elemental que reza en los manuales de lógica más elementales:

“Sócrates es un hombre, el hombre es mortal, ergo, Sócrates es mortal”.

Pues resulta que Fidel también lo era.

Pero solo nos lo confirmó su muerte. Tantas décadas de impunidad vital y poder absoluto desmentía día a día esta verdad tan elemental.

Seguro que murió con el orgullo personal de haber enterrado antes prácticamente a todas las figuras mundiales más relevantes contemporáneas suyas e incluso más jóvenes, que desearon su muerte o no: presidentes, dictadores, líderes políticos, papas, intelectuales, artistas, premios nobeles, amigos, enemigos, medioamigos y medioenemigos.

Mandela, Chávez, Kennedy, García Márquez, Juan Pablo Segundo, Teresa de Calcuta, Jruschov, Bin Laden, Franco, Videla, Pinochet, Allende, Gadafi, Arafat, Mao, Ché, Diana de Gales, Freddy Mercury, Lezama, Virgilio, Carpentier, Arenas…

La lista podría ser extenderse hasta límites insospechados, alegres, dolorosos.

Las emociones se agolpan en todos los sentidos y en todas las orillas del mundo.

Internacionalmente muchos lo único que conocen de Cuba es Fidel Castro; y en un segundo lugar, quizás, al Chan Chan de Compay Segundo y el Buena Vista Social Club.

Pero por mucho que nos cueste reconocerlo, para los cubanos también es un poco así. Los cubanos conocemos y nos interesan muchas cosas de Cuba además de Fidel; pero Fidel era la prioritaria: con su cremación cambiarán de ciclo muchas de esas cosas sobre Cuba que tanto conocemos y nos movilizan.

El poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente; y las cenizas del poder absoluto y absolutista de Fidel se esparcirán y modificarán absolutamente consigo un paisaje tal y como lo habíamos visto y conocido hasta el día de su muerte, es decir, hoy.

Pero no todo morirá con él.

Con la muerte de Hitler no desapareció el fascismo. Los ideólogos mueren, pero no las ideologías.

Fidel Castro ha muerto, pero no el castrismo.

Castro fue el ideólogo del castrismo, cierto, pero no su ejecutor.

El castrismo y los castristas sobrevivirán a la mortalidad de Fidel.

Y no me refiero a una cúpula política dominante en Cuba, ni a Raúl, que también, sino al lugar donde el castrismo anidó y cundió de veras y será su verdadero panteón: el pueblo de Cuba.

Fueron y son los cubanos, dentro o fuera de Cuba hoy, los que abarrotaron las plazas los primeros de mayo y las tribunas antimperialistas, los que acometían los actos de repudios golpeando, insultando, escupiendo; los que denunciaban a vecinos, compañeros de trabajo; los que aplaudían y vociferaban consignas; los que asistían a votar en las ‘elecciones’ cubanas o convocaban a reuniones cederistas; los que prohibían, censuraban, y estigmatizaban; los que reprimían, perseguían y encarcelaban.

En ninguno de estos eventos que a lo largo de la geografía cubana se reproducían 24 veces por segundo Fidel estuvo presente.

Fidel Castro ha muerto, pero los castristas seguirán vivos mucho tiempo, en Cuba, en Miami, dondequiera.

Está bien alegrarse de la muerte de alguien como Fidel. Pero ¿cuándo los cubanos empezaremos un examen de conciencia y una reflexión profunda sobre nuestra responsabilidad en torno al castrista que todos y cada uno de nosotros fuimos y somos, aun a nuestro pesar?

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