Ya todos sabemos que el mundo envejece. En solo cuatro años, en el 2020, por primera vez en la historia, los mayores de 60 años superarán a los menores de 5.
La tendencia se refleja en los consultorios médicos, donde ya es habitual atender a personas nonagenarias, y nada raro que se haya incrementado el número de centenarios. Sin embargo, los mayores no siempre reciben el tratamiento adecuado.
Así lo señala el primer Informe mundial sobre salud y envejecimiento, publicado recientemente por la Organización Mundial de la Salud. Entre las causas de la mala asistencia está el racionamiento de la asistencia sanitaria basado en la edad y la mala formación de los profesionales en la especialidad de geriatría en la enseñanza de la medicina.
Hay falta formación; un médico puede acabar la residencia sin nociones de geriatría, aunque luego el grueso de sus pacientes tengan edad avanzada. Y sin la formación, la asistencia se resiente. Muchos profesionales de la salud ni siquiera saben lo que es la fragilidad, evento muy común entre los ancianos.
Este concepto se refiere al deterioro fisiológico progresivo, que hace que disminuyan las reservas de capacidad intrínseca del ser humano haciendolo más vulnerable ante la enfermedad. A partir de los 65 años, un 10 % de las personas presentan fragilidad, pero la cifra asciende al 25 % en los mayores de 75.
La fragilidad es la antesala de la dependencia.
Para enfrentar este fenómeno un primer paso es reconocer las características del anciano. Por ejemplo, en la prevención de la enfermedad cardiovascular (ECV), el tratamiento de los factores de riesgo vascular en pacientes mayores de 80 años resulta de vital importancia.
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