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La tormenta del Caribe no se detiene (Entrevista)

Corriendo impulsándose con un solo brazo, la Quirot enseñó al mundo que cuando se quiere se puede y que siempre hay una razón para luchar y vencer.

 © Granma/ Nuria Barbosa León
Foto © Granma/ Nuria Barbosa León

Este artículo es de hace 6 años

Con el paso de los años, las personas van cambiando. Convertida en una señora de su casa, hija devota; madre abnegada, esposa cabal, hermana a cualquier hora, y amiga, para las buenas y las malas, además de dirigente del atletismo cubano; Ana Fidelia Quirot Moré ya no es aquella muchacha sobre lo gordita que corría y corría tratando de alcanzar un sueño, hecho realidad no sin una cuota inmensa de esfuerzo y dolor.

Desde los Juegos Panamericanos de San Juan 79 se escuchaba el nombre de la Quirot (ahora resulta que es Quirós pero voy a proseguir con su anterior forma de escribir su apellido que es mucho más cercano a mí), pero fue a partir de la cita continental de Indianápolis 87, que la santiaguera se convierte en una estrella de las pistas en el universo.

Sobre esa fecha, más menos, se me ocurre a mí hacer una crónica sobre el Día de los Enamorados, con los deportistas que eran pareja en el Centro Nacional de Entrenamiento Cerro Pelado, y por supuesto, el matrimonio ideal era el formado por Fidelia y el luchador Raúl Cascaret, por entonces campeón del mundo.

Para no hacerles larga la historia, Ana Fidelia se me escondió, horas esperándola y nada, jamás aparecer. A la hora de recoger trípode, cámara, micrófono, baterías, cassettes, la veo saliendo subrepticiamente por una puerta lateral. Le caí detrás y la bronca fue tal que aún en el Cerro Pelado se comenta aquello.

Pues bien, ahí mismo nació nuestra amistad que va más allá del tiempo y del espacio; ahí nos convertimos en hermanas, en madre e hija; sencillamente, en amigas para siempre.

Para mí es un verdadero placer conversar para CiberCuba con la mejor corredora cubana de todos los tiempos, la sin par Tormenta del Caribe.

“Nací en Palma Soriano, Santiago de Cuba, el 23 de marzo de 1963. En la pista del complejo deportivo del CVD (Complejo Voluntario Deportivo) Cauto me vio correr quien fue mi primer entrenador Juan Heredia Salazar. Pasé al área especial de atletismo.

“Yo siempre corría, jugaba con mis hermanos al 'pegao', a los 'cogíos'; jamás podían ganarme, ni hembras ni varones. Nada, que nací para correr.

“Fui a la EIDE (Escuela de Iniciación Deportiva) Orestes Acosta de Santiago, y de ahí a la ESPA (Escuela de Perfeccionamiento Atlético) Giraldo Córdova Cardín que por esos años estaba en el municipio capitalino de Playa. Ahí me entrenaba Rodobaldo Díaz.

“En un abrir y cerrar de ojos integré la selección nacional y gano mi primer metal en Juegos Centramericanos y del Caribe en Medellín 78, como parte de la posta del 4x400 metros. Sin embargo, en lugar de servirme de punto de partida ese triunfo, comencé a descender en mi rendimiento y me dieron la baja en 1980.”

El golpe de verse alejada del equipo grande la hizo meditar. Se entregó en cuerpo y alma a la preparación en su natal Palma, su mente se disciplinó y regresa con nuevos bríos a La Habana, esta vez bajo la égida del que más que entrenador fue su consejero, su padre, su guía, el profesor Blas Beato.

“Blas lo fue todo para mí. Me educó, me enseñó lo bueno y lo malo de este mundo. No era solo lo deportivo, para nada. Era una educación integral, y no conmigo nada más, no; con todos sus discípulos”.

Con Beato, Ana Fidelia Quirot ya convertida en la Tormenta del Caribe impone su aciclonado andar por las pistas del mundo. Aquellos 5 Gran Prix consecutivos (lo que hoy es la prestigiosa Liga del Diamante), en 400 y 800 metros indistintamente la convertían en la super favorita para ganar las dos distancias en los Juegos Olímpicos de Seúl 88, a donde Cuba no asistió por solidaridad con la República Popular y Democrática de Corea (Corea del Norte).

“Yo iba por mis dos medallas; sobre todo en los 800 no tenía rival y en los 400 tenían que luchar conmigo También en Los Ángeles 84, que tampoco asistimos, podía haber subido al podio. Después gané dos preseas olímpicas (bronce y plata), pero no es lo mismo. No soy campeona olímpica.”

Ana Fidelia, no obstante, no se lamenta en demasía. Ella es una mujer fiel a su país y a su política. Pero, comentario aparte, sería bueno recordar que muchos atletas perdieron su momento por la inasistencia a esos Juegos: los púgiles Teófilo Stevenson y Félix Savón y las chicas del voly pudieran haber sido tetramonarcas olímpicos sin contar que Javier Sotomayor en el 88 dominaba el planeta, y Casimiro Suárez podía haber sido el primer gimnasta cubano en ganar una medalla en esas magnas citas.

La Tormenta del Caribe toma parte en cuatro Juegos Panamericanos desde San Juan, Puerto Rico en 1979 hasta La Habana 91, con saldo de 7 medallas, 4 de ellas de oro.

“En San Juan debuté con un bronce en el relevo largo; en Caracas obtuve la plata en 400; en Indianápolis ya yo era Ana Fidelia Quirot y logré ganar en los 400 y 800 (distancias disímiles que solamente Alberto Juantorena las había podido compartir con sus sendos cetros olímpicos en Montreal) y en La Habana también alcancé lo más alto del podio en las dos especialidades y plata en el 4x400.

“De ellas, por supuesto, que la más emocionante resultó correr en mi país. Aquel estadio repleto, gritando; las banderas cubanas por doquier ¡Era mi casa! Di lo mejor de mí y fui muy feliz. Al concluir esos Juegos nos trasladamos a Tokío, Japón, a competir en el Mundial, donde yo era favorita pero la rusa Nurutdinova me ganó en el estambre”.

Lo que Fidelia no cuenta es que con la diferencia horaria entre La Habana y Tokío, el cambio de aviones y el normal agotamiento, no se puede ir a un certamen “llegando y llegando”. Tanto ella como Javier Sotomayor, por mucho favoritos, perdieron sus medallas de oro en esa cita del orbe.

En una época en que el doping se adueñaba de las pistas del mundo, la cubana cronometraba sus mejores tiempos sin utilizar ninguna sustancia prohibida: 49 segundos 61 centésimas en 400 metros en La Habana 91, y 1 minuto 54 segundos 44 centésimas en la Copa del Mundo de Barcelona 89. Marcas que hoy día siguen siendo extraordinarias.

En 1992, semanas antes de los Juegos de Barcelona, Blas Beato fallecía y Fidelia sigue siendo atendida por varios preparadores hasta que el prestigioso Leandro Civil la toma de su mano. Con él, la Quirot comenzaría un nuevo período de su carrera deportiva, tras la cita estival catalana, sin imaginarse la tragedia que sobre ella se cernía. En su primera incursión olímpica (tras haberse perdido Los Ángeles y Seúl), Ana Fidelia queda tercera en el podio, sin saber que estaba embarazada.

Feliz estaba la santiaguera esperando su primer hijo. No obstante, una muy mala pasada le jugó la vida y a principios de 1993 un accidente casero le cortó de polvo y porrazo sus caros anhelos de abrazar a su bebé y la situó al borde de la muerte.

“Yo miraba a todo el mundo a mi alrededor y sabía que estaba mal; pero entonces, empecé a recibir cartas de aliento de las más disímiles partes del mundo, de los más intrínsecos lugares de la geografía cubana: niños, jóvenes, personas mayores me daban aliento. La presencia de Fidel era diaria, y todo eso, junto a la Medicina Cubana me devolvieron mi vida, mis ansias de regresar a las pistas”.

Así sale del Hospital Hermanos Amejeiras y comienza a entrenar en el estadio universitario Juan Abrantes, en el Panamericano, en la altura de Topes de Collantes, en la ibérica Jerez de la Frontera con la mirada.

Su equipo de psicólogo y médico, Eloy y Pérez Dueñas, respectivamente, así como el ya fallecido Mario Granda, entonces director de Medicina Deportiva, la ex corredora Mercedes Álvarez, amiga personal de Ana Fidelia (que le servía de apoyo en su entrenamiento) y Leandro, su entrenador, la respaldaban en su afán de volver a las pistas.

Y después de meses de agónico tratamiento para sanar la piel dañada por el fuego; después de semanas por rescatar su forma física, ante el asombro del mundo, la Tormenta del Caribe decide tomar parte en los Centrocaribes de Ponce 93.

Para muchos, una locura, para otros, la demostración de una voluntad a prueba de acero. Lo cierto es que Ana Fidelia Quirot tomó la partida en la final de 800 en la justa boricua y solo fue superada por la ranqueada surinamesa Lititia Vresde, quien se vio sola al llegar a la meta porque toda la prensa acreditada le fue encima a la santiaguera. Todos querían la impronta de la Tormenta del Caribe.

Corriendo impulsándose con un solo brazo, la Quirot enseñó al mundo que cuando se quiere se puede y que siempre hay una razón para luchar y vencer.

Pasarían dos años. El tratamiento de la piel de Ana Fidelia fue, poco a poco, recogiendo frutos. La mejoría era notable y de nuevo la cubana volvió a soñar en grande. Recuperado el movimiento de su brazo dañado, los tiempos conseguidos en los entrenamientos la respaldaban.

“Sin embargo, tuve gran oposición por algunos que decían que yo iba a hacer un papelazo en el Mundial. Después, ante la insistencia de mi entrenador y yo, sugirieron que corriera el relevo. Pero yo quería más. Yo merecía más.

“Ahí entraste tú [que siempre confié en ella] a desempeñar tu papel en la tele con tus reportajes, amén del apoyo recibido por otros que nunca dudaron de mí, entre ellos el doctor Mayito Granda y Jesús Molina, veterano dirigente del campo y pista cubano, recientemente fallecido.

“Y al fin pude correr en el Grand Prix de Mónaco el 25 de julio de 1995, a menos de un mes del Mundial de Gotemburgo, y fui segunda, detrás de la mozambicana María de Lourdes Mutola, cronometrando un espectacular tiempo (para mí tras mi accidente) de un minuto 57 segundos 58 centésimas, que me dio el boleto a la cita germana, ante la aún mirada dubitativa de algunos incrédulos.”

Y quién les dice que Ana Fidelia Quirot Moré, el 23 de agosto de ese 1995, le calló la boca a los que no creían en su grandeza, nos dio la razón a los que nunca dudamos de la misma y se coronó campeona del mundo por primera vez en su vida superando a las mejores figuras del momento: la francesa Patricia Yateux, la surinamesa Letitia Vresde, la estadounidense Mary Rayner y la británica Kelly Holmes (la Mutola había quedado eliminada en semi finales por pisar la línea de la pista).

“Cuando me vi en lo más alto del podio, lloré, lloré mucho. Era el premio a mi esfuerzo, a mi voluntad y a la ayuda de mucha gente, de mucha. Era el regalo en el cumpleaños de Fidel que siempre había estado junto a mí.

“Regresar a casa ha sido lo más emocionante que me ha pasado. Desde el aeropuerto hasta el Vedado, todo el pueblo, los carros, los 'camellos' [rastras utilizadas en pleno período especial como transporte masivo] sonaban el claxon, se formó una cadena de bicicletas, de motos...”

Muchos pensaron que era la despedida por todo lo alto de una grandísima atleta, pero no fue así: Ana Fidelia tenía para más. Así continuó con sus competencias hasta que dos años más tarde tuvo ante sí un nuevo reto: el Campeonato Mundial de Atenas 97.

“Dios me dio otra vez la oportunidad de correr con las mejores del planeta, rusas, norteamericana, francesa, británica y ¡la Mutola!, que para toda la prensa acreditada en la justa helénica era la favorita y yo había ganado en Gotemburgo por su descalificación.”

Recuerdo que en una entrevista realizada en la capital griega, Fidelia me dijo que eso era una espina clavada en su corazón y que ahora tenía la oportunidad de sacársela ¡y así fue!

Yo estaba allí y les digo que mi emoción fue tal que me abalancé por encima de la cerca que delimita la zona mixta (área utilizada por la prensa para realizar las entrevistas una vez concluido el evento) y abracé a mi amiga como si la medalla de oro la hubiese ganado yo. El mito Mutola no fue jamás mencionado. El nombre de Ana Fidelia Quirot adquirió ribetes inconmensurables.

“Quiero decirte que la Mutola y yo siempre nos hemos llevado muy bien, somos amigas. Ella y la Holmes fundaron un centro para el desarrollo del atletismo entre niños africanos. Hacen una labor altruista digna de admirar. Tienen el apoyo de los atletas, además de haber sido ambas excelentes corredoras.”

Para mí, ahí, en Atenas, tenía que haber concluido la carrera de la Quirot, pero la comisión de atletismo le pidió un esfuerzo más, y, a pesar de haber estado enferma en un período previo a los Juegos Cetrocaribeños de Maracaibo 98, compitió y quedó cuarta, primera ocasión en 7 competencias regionales que se iba sin alcanzar el podio.

“Sabes que siempre te he dicho que yo no estaba en condiciones de ir a Maracaibo; con el nombre no se ganan las carreras. Ahí decidí retirarme de las pistas, y fue cuando vi por primera vez a mi actual esposo, mi amado Ricardo Rolle, un comerciante italiano de redes hidráulicas, que conocí en Europa, y con el que tengo dos hijos. Estamos juntos desde 1998.

Cortesía de la entrevistada

“Mis vidas, mis corazones, mi razón de ser: Carla Fidelia, 17 años, estudiante del último año de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso y Alberto Alejandro, 16, quien está en el preuniversitario tras alejarse del atletismo y el fútbol, deportes que practicó indistintamente desde pequeñito. Vivo con mi mamá, quien estuvo a mi lado siempre y me ha ayudado a criar a los niños.”

Ana Fidelia Quirot, embellecida por la vida, siempre con la sonrisa en su rostro, amable y cordial, labora en el departamento de Relaciones Públicas de la comisión nacional de campo y pista y se alista en cuanto curso haya; ahora mismo está con el dibujante y caricaturista Cecilio Avilés en uno de manualidades y tejido. Siempre luchadora, siempre crecida, siempre bondadosa. Tesón, energía, pasión, voluntad. ¡Esa es la Tormenta del Caribe!

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Julita Osendi

Graduada de Periodismo en la Universidad de La Habana 1977. Periodista, comentarista deportiva, locutora y realizadora de más de 80 documentales y reportajes especiales. Entre mis coberturas periodísticas más relevantes se hallan 6 Juegos Olímpicos, 6 Campeonatos Mundiales de Atletismo, 3 Clásicos


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Julita Osendi

Graduada de Periodismo en la Universidad de La Habana 1977. Periodista, comentarista deportiva, locutora y realizadora de más de 80 documentales y reportajes especiales. Entre mis coberturas periodísticas más relevantes se hallan 6 Juegos Olímpicos, 6 Campeonatos Mundiales de Atletismo, 3 Clásicos