APP GRATIS

A propósito de un aniversario (y algunas aclaraciones)

Sistemáticamente los representantes públicos y visibles del Ministerio del Interior en el ICRT se acercaban al grupo de presentadores de Para Bailar para saludarnos, interesarse en cómo iban nuestros estudios, cómo estaban nuestras familias. Era su manera de “atendernos” y de hacernos saber de su presencia.

 © Cortesía Armando León Viera
Foto © Cortesía Armando León Viera

Este artículo es de hace 6 años

Recientemente publiqué en Facebook, como hago cada 10 de junio, una breve reseña para celebrar el 39no aniversario de la salida al aire del programa Para Bailar, que entre 1978 y 1983 marcó una época y un modo de hacer sin precedentes en la televisión cubana y que más adelante dio paso a intentos de versiones similares, que no se acercaron a los niveles de audiencia de aquel proyecto creado y dirigido por Eduardo Cáceres Manso, al frente de un entusiasta equipo de realización.

También como en los últimos tres años, CiberCuba, conocedor de lo que Para Bailar representó para nuestra cultura y todavía significa, en términos emocionales, para varias generaciones de cubanas y cubanos sin importar dónde vivamos nuestra isla, se sumó a la celebración de la efemérides, lo cual mucho agradezco.

De más está decir que ha habido un verdadero aluvión de reacciones, comentarios, “me gusta” y que muchísimas personas han compartido la publicación original, como sucede cada año. Y también, nuevamente, me han llegado muchas solicitudes de amistad en esa red social, que se ha convertido en mi tribuna para publicar las cosas que me motivan y expresar mis puntos de vista cuando quiero pronunciarme sobre algún tema.

Esta vez, sin embargo, en mi muro aparecieron algunos comentarios que me resultaron chocantes. Entre las fotos con que acompañé la publicación, hay varias de los nueve presentadores fundadores del espacio y otras de años posteriores, donde figura otro de nuestros compañeros de entonces que se sumó al colectivo en 1979, luego de que circunstancias desagradables, injustas y dolorosas condujeran a la salida casi simultánea de dos de los presentadores, coincidiendo con la decisión de Albertico Pujol Acosta, una vez graduado de la Escuela Nacional de Arte, de irse a las montañas del Escambray a continuar su formación actoral en el grupo teatral que allí dirigía Sergio Corrieri.

Estos comentarios, que también fueron apareciendo en algunas de las reproducciones de la original, acusan de algo muy feo a uno de mis compañeros de entonces, hoy radicado en Miami, como la mayoría de los presentadores de Para Bailar. La etiqueta o Sambenito que le endilgan es nada menos que la de “chivato” o “chivatón”, el clásico mote criollo que se aplica a todo deleznable delator.

Pocas cosas pueden insultar y herir tanto a alguien nacido en Cuba como ese término que implica el escalón más bajo de la especie humana. Leerlo en mi publicación y sus réplicas me ha motivado, por respeto a aquella audiencia masiva que nos arropó y apoyó incondicionalmente, al equipo de trabajo que con tanta pasión y profesionalidad se entregó parar llevar sano entretenimiento a nuestro pueblo y, por lealtad a mis compañeros de labor y a mí mismo, a explicar algunas cosas que no han sido suficientemente divulgadas y que permiten comprender mejor algunas aristas menos conocidas de lo que fue, sin dudas, un exitazo televisivo y un fenómeno de comunicación del que, casi cuarenta años después, se sigue hablando y debatiendo.

El Instituto Cubano de Radio y Televisión, ICRT, como monopolio de los medios de comunicación radial y televisiva, era - y sigue siendo, por supuesto - supervisado estrechamente por el Comité Central del Partido Comunista y por los diferentes órganos de la Seguridad del Estado, que tenía allí, como en cualquier otra institución cubana durante los últimos 58 años, sus representantes públicos e identificados, además de muchos otros con apariencia y funciones civiles y la conocida y extensa red de informantes “voluntarios”.

En el caso concreto de los presentadores de Para Bailar, dado el nivel de impacto que nuestro trabajo tuvo en las masas y la extraordinaria simpatía que nos profesaban, nos convertimos, sin que fuera nuestra intención, en un espejo en el que supuestamente se veían reflejados millones de niños, niñas y jóvenes, así como en ejemplos a imitar, de acuerdo con las reglas de juego que regían y todavía rigen a la sociedad cubana.

Cortesía Armando León Viera

Este hecho puso sobre nuestros hombros una responsabilidad adicional, porque dondequiera que fuéramos, en cualquier lugar que estuviéramos, se sabía, se tomaba nota, se comentaba y, por supuesto, se informaba.

Un comentario desafortunado, una palabra no reflexionada o una actitud que no estuviera a la altura de lo esperado, tenía inmediata repercusión y, desde luego, consecuencias.

Lo que en cualquier joven de nuestra edad era normal, lógico y tolerable, en nuestro caso adquiría otra dimensión, una connotación proporcional al nivel de exposición pública y al comportamiento responsable que de cada uno de nosotros se esperaba.

Quiero dejar meridianamente claro que no es que nos volviésemos paranoicos, ni nos creyésemos el ombligo de la sociedad cubana, ni tampoco que se nos persiguiera y vigilara.

No, es tan simple como que cualquier lugar que visitara alguno de los presentadores de Para Bailar, se supiera de inmediato y se convirtiera en objeto de comentarios públicos, que, por supuesto, llegaban por mil vías a quienes se dedicaban a vigilar, controlar, supervisar y decidir, como un omnipresente Gran Hermano.

Con todo esto quiero decir que cada uno de nosotros perdió, si no absolutamente sí en un alto grado, la privacidad personal. Es un precio que se paga por ser figura pública, en cualquier sociedad del mundo e, incluso, en una tan peculiar e incomparable como ha sido y sigue siendo la cubana.

Cortesía Armando León Viera

Y debo añadir que sistemáticamente los representantes públicos y visibles del Ministerio del Interior en el ICRT se nos acercaban al grupo de presentadores o a cada uno por separado para saludarnos, interesarse en cómo iban nuestros estudios, cómo estaban nuestras familias, como si ellos no lo supieran perfectamente. Era su manera de “atendernos” y de hacernos saber de su presencia.

También nos orientaban que si nos veíamos inmersos en alguna situación difícil o fuera de lo común, no dudáramos en comunicárselo, para ayudarnos a solucionar cualquier tipo de problema.

Me consta que cuando alguno de mis compañeros no se comportaba exactamente como se suponía que debíamos, aquellos mismos representantes de la Seguridad del Estado se le acercaban, le “halaban la oreja”, le leían la cartilla y le “aconsejaban”. Era un comportamiento paternalista y una advertencia, que no siempre fue tomada en serio por alguno de mis colegas, como si tuviéramos crédito abierto y aquello no fuese jamás a pasar de un “haloncito de oreja”.

Y pregunto: teniendo en consideración semejante nivel de exposición pública, de referencias cruzadas sobre cada uno de los movimientos, relaciones personales, apariciones en cualquier calle y momento de nuestra ciudad, ¿era mínimamente necesario para quienes ejercían el poder, que los propios presentadores se convirtieran en informantes o “chivatos”? ¿Además de nuestro ritmo de estudios, trabajo y escaso tiempo para la vida familiar, se supone que también nos dedicásemos a vigilarnos, informar y “chivatear”?

Cortesía Armando León Viera

Debo señalar, con total honestidad, que no todos mis colegas fueron mis amigos, ni entonces, ni después. Las relaciones interpersonales son complejas, la diversidad de intereses, gustos y hábitos conduce por caminos diferentes.

Algunos nos centrábamos más en nuestros estudios y obligaciones; otros se relajaban en ese sentido y dedicaban más tiempo a la diversión, a la vida nocturna habanera, a cultivar relaciones más o menos estrechas con ciertos estratos sociales,que ostentaban posibilidades materiales muy por encima de las que teníamos los ciudadanos de a pie. Y eso, también, tiene un precio, porque para tales estratos sociales existe otro tipo de vigilancia y supervisión con sus propias normas y reglas de juego.

Caption

Y debo añadir un elemento sencillo, pero importante: no todos asumimos de la misma manera las consecuencias de nuestras actuaciones, actitudes, comportamientos y errores. Hay quien siempre va a necesitar culpar a otros por los infortunios y por las desgracias personales. Es más fácil y más cómodo.

Reitero que no todos mis colegas fueron mis amigos y amigas entonces ni después. Con algunos y algunas tenía una mayor identificación e intereses comunes, pero con todos y todas, sin excepción, mantuve siempre relaciones cordiales y cálidas y para cada uno guardo afecto, respeto, consideración y muy agradables recuerdos.

Hoy, que Facebook y otras redes sociales nos permiten comunicarnos a distancia, cruzo saludos y cariño con algunos y algunas de ellos, aunque también hay otros que me ignoran y, como se dice en España, “pasan de mí”.

No conozco los detalles de lo vivido a través de los años por cada uno de mis colegas de Para Bailar. No sé cuántas dificultades han debido enfrentar, cuánto les ha costado cada uno de sus éxitos, cuántas imposiciones de la vida habrán tenido que asimilar o cuántas concesiones habrán tenido que hacer.

Soy individualmente responsable por lo que he vivido y hecho yo, que asumo con humildad y coherencia con la educación recibida, los valores heredados y las decisiones tomadas.

No obstante, de mis compañeros en la radio y la televisión cubanas y, específicamente, de mis compañeros presentadores y presentadoras de Para Bailar, así como del equipo de realización, de los asesores y colaboradores y de los concursantes, guardo los recuerdos más nobles y agradables y les profeso, sin excepción, gratitud y cariño.

No tengo todos los elementos para valorar ni opinar sobre los caminos personales elegidos por cada uno de nosotros en estos casi cuarenta años, ni conozco las actuaciones y actitudes en otras geografías de quienes fueron mis colegas y compañeros de equipo, pero no puedo evitar molestarme cuando presencio una acusación tan grave contra alguno de ellos, basada, sobre todo, en testimonios más o menos cuestionables, pero sin que conste hasta hoy una prueba documental aceptable por un tribunal de este planeta o cualquier persona decente con un mínimo de sentido común.

De existir tal evidencia y dadas las expresiones de rabia e intolerancia que leo y escucho, supongo que ya a ese colega lo habrían linchado en una plaza pública.

A quienes todavía nos manifiestan cariño y admiración por nuestro trabajo en aquel programa memorable, mi gratitud eterna. A mis colegas y cómplices de tantos esfuerzos y alegrías, mi abrazo entrañable.

¿Qué opinas?

COMENTAR

Archivado en:

Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Armando León Viera

Escritor, periodista y traductor, nacido en La Habana el 21 de junio de 1962, trabajó como presentador y comentarista en la radio y la televisión cubanas. Inició en 2014 un periplo europeo que lo ha llevado a Holanda, Suecia, Francia y España, donde reside, en Palma de Mallorca, Islas Baleares.


¿Tienes algo que reportar?
Escribe a CiberCuba:

editores@cibercuba.com

 +1 786 3965 689


Armando León Viera

Escritor, periodista y traductor, nacido en La Habana el 21 de junio de 1962, trabajó como presentador y comentarista en la radio y la televisión cubanas. Inició en 2014 un periplo europeo que lo ha llevado a Holanda, Suecia, Francia y España, donde reside, en Palma de Mallorca, Islas Baleares.