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El Rey (desnudo) de La Pequeña Habana

¿Cancelado el acuerdo con Cuba? ¿Revertida la pútrida política de Obama? Yo sigo desorientado.

Donald Trump © REUTERS/Carlos Barria
Donald Trump Foto © REUTERS/Carlos Barria

Este artículo es de hace 6 años

Cuando se apagaron las luces y las cámaras los coreógrafos del acto respiraron aliviados. Mario y Marco, ambos de ascendencia cubana, se fundieron en un abrazo.

No apareció el niño que diera la voz de alarma: “¡El rey está desnudo!”. Esta vez, habría sido el Presidente –al que tanto le gustaría ser rey- el humillado.

Pero el escenario, una Pequeña Habana de arterias estranguladas por cierres, tranques, autos con luces policiales, cintas amarillas, polvaredas y vapores de mierda de perro, no se prestaba para niños osados y honestos.

Promedio de edad del quórum del Presidente-rey: 900 años.

Rasgo adscrito a todos: un antiobamismo equiparable en ferocidad solo a su anticastrismo, razón de peso para esperar al Presidente-rey como un Mesías neoyorkino que venía, de una jodida vez por todas, a dar el manotazo sobre el buró. Se acabaron los mangos bajitos, que le dicen.

Detrás del púlpito del Presidente-rey se agruparon las huestes más pretorianas, como mejor pudieron, para lograr los mejores planos de cámara. Hombre, faltaba más: era el día soñado. El desmontaje de una política iniciada treinta meses atrás por Barack Obama, y a la que en esta Pequeña Habana habían identificado como alfa y omega de todos los males posibles: más represión en Cuba (sin cifras probatorias), más pobreza para los cubanos (a pesar de que AirBnb diga lo contrario), más calor, más plagas de gorriones, más ampollas en los pies de los campesinos. Lo que fuera.

Y el Presidente-rey no les defraudó. ¡Vaya que no!

Aunque algunos, automarginados de la comparsa, sigamos sin entender del todo bien por qué no les defraudó. Sospechando que nos están pasando gato por liebre. Que algo nos ocultan. Algo así como “Y de repente estallarán todos en una ira colectiva donde le dirán al Presidente-rey: ¡esto es una farsa!”.

El chiquillo irreverente que se atreverá a gritarle al Presidente-rey que su orden ejecutiva, su revisión de política, su informe sobre Cuba… que todo ese papeleo estaba desnudo.

La burla es macabra. No para mí. Me he curado en cinismos. Lo es para el anciano de fe genuina, que desde un apartamento de bajos recursos en Hialeah todavía sueña con que le hagan justicia a su padre fusilado, a su madre apedreada.

La burla es mordaz por un motivo como un templo: porque utiliza el hartazgo contra una dictadura familiar como pólvora para ganar súbditos y adeptos. Pero esta vez ¡sin siquiera aparentar que se pelea contra esa misma dictadura!

“Efectivo ahora mismo, yo cancelo unilateralmente el acuerdo de la Administración anterior con el gobierno de Cuba”, salió de la boca oracular del Presidente-rey, y la sala, criticada por el propio monarca por su angosto espacio y su calor medieval, estalló en aplausos.

Desde alguna esquina del escenario los estrategas sonreían. A saber: Marco Rubio, Mario Díaz-Balart. Los hombres que supieron vender al Presidente-rey la esencia de lo que debía hacer para ganar feligreses ciegos, sordos, pero muy parlanchines en este Miami huérfano de sentido común. Solo había que simular un cambio.

No era necesario que el Presidente-rey bailara. Con que les dijera “Miradme bailar este mambo”, inmóvil desde su tribuna, todos le verían guarachar.

¿Cancelado el acuerdo con Cuba? ¿Revertida la pútrida política de Obama?

Yo sigo desorientado.

Los cruceros seguirán atracando en los puertos cubanos. American Airlines, Jet Blue, Southwest Airlines, seguirán aterrizando de San Antonio a Maisí. Los cubanoamericanos no tendrán restricciones en cantidad de visitas al año o cantidad de remesas al año, como en la -¡esa sí!- era de mano dura de George W. Bush. Las embajadas seguirán, ambas, en su sitio. El diálogo diplomático seguirá en pie. La política “Pies Secos/Pies Mojados” seguirá como reminiscencia del pasado. No volverá Cuba al listado de países patrocinadores del terrorismo.

Una a una, sin excepción: todas las señas de la Era Obama en cuanto a Cuba. Intocadas. Intactas. Los iconos del obamismo tropical, inamovibles.

“Pero para decir que usted baila el mambo, Presidente, deberá sonar alguna música”, le dijeron. Y entonces al compás del peor violinista que jamás aporreó una cuerda en la Pequeña Habana, el Presidente-rey dijo que no se podrá comerciar con los militares, y que los gringos deberán cumplir las 12 categorías ya establecidas para viajar a la Isla. (¡No se molestaron siquiera en quitar una que otra categoría, hacerlo más difícil, menos amplio, que el boleto les fuera más esquivo!)

No hacía falta. Ya el objetivo estaba logrado: hechizar a la plebe sedienta de magia, de trucos, de ilusión.

Antes de terminar el acto, el Presidente-rey para el que Cuba es solo una referencia del sitio donde en 1995 quiso plantar otro de sus faraónicos hoteles, se permitió una licencia propia: elogiar el vecindario. “¡Qué magnífico lugar esta Pequeña Habana!”, dijo. “A que ninguno de ustedes se quisiera mudar de aquí para Palm Beach”, dijo.

Y todos rieron, complacidos.

Todo bien, salvo el detalle de que el 99.99% del divertido auditorio no vive en la Pequeña Habana, una de las localidades más empobrecidas, violentas, sucias, olvidadas del Miami metropolitano, y donde ahora mismo hay cada vez menos cubanos –esos se mudan a Hialeah- y cada vez más centroamericanos. Vaya, una comunidad de “bad hombres”, según el peculiar reduccionismo con copyright del Presidente-rey.

Miami asistió este viernes al teatro bufo. A la barbarie de la risotada política donde siempre gana el que deslumbra y suma al más tonto. La comunidad exiliada de Miami, a la que pertenezco, sigue siendo el niño tonto de la clase.

Pero uno que no se atreve siquiera a gritarle al Rey que se le olvidó ponerse ropas.

Que vino desnudo.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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