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Con el teléfono pinchado

Se dice que Cuba tiene departamentos enteros dedicados al "estudio de las mentes enemigas".

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Este artículo es de hace 6 años

El régimen de La Habana siempre acusa de espionaje a Estados Unidos, mientras gasta lo que tiene y lo que no tiene en adquirir aparatos que, a la vez que tornen invisible al controlador, resulten efectivos en la invasión de los espacios privados. De hecho, las normativas tipificadas sostienen que más de una veintena de personas debe pedir permiso para reunirse, también entregar un resumen de antemano de lo que se va a decir. Con esta medida, propia de los estados de excepción, el dañino sistema de chivatones se ahorra tiempo y trabajo.

Una de las formas de estar en todas partes es la extensión de la telefonía tanto fija, como móvil, a través de ambas suelen ubicar paraderos, conocer sicologías, anticiparse a acciones y realizar perfiles profundos de ciudadanos selectivamente. Quizá el aparato de vigilancia y paranoia del régimen sea lo único que funcione de veras en el país, pues se cuenta que tienen departamentos enteros a temas tan metafísicos como "el estudio de las mentes enemigas". Ahí está la sección dedicada al monitoreo de blogs personales, perfiles de Facebook, cuentas de correos. Una palabra tan simple, como caballo, se filtra una y mil veces hasta dar con algún potencial transgresor de lo establecido.

En la película Minority Report, basada en el clásico de Phillip K. Dick, se descubrían los posibles asesinatos a través de una especie de bola de cristal compuesta por hermanos del mismo parto puestos en una piscina electrizada. Se pensó siempre que el sistema predictivo era irrompible, hasta que se demuestra la falibilidad del mismo y por tanto la inocencia de tantos acusados sin haber cometido delito. En cuba, sin ciencia ficción ni computadoras avanzadas, el reporte de la minoría (nuestro Minority Report) se realiza a diario y avanza desde los más aislados pueblos hasta la mesa en el despacho dictatorial, olimpo saturniano que a cada rato entrega sus propios reportes sobre quiénes son traidores por beber las mieles del poder.

Pincharte el celular o el teléfono fijo es lo más elemental, de hecho, ninguna llamada se borra, porque ETECSA entrega todo al reporte de la minoría. Las acusaciones a Estados Unidos por espiar a sus ciudadanos, sobre todo a aquellos desafectos al sistema, se caen por su peso cuando se sabe que el Gobierno de La Habana conoce vida, obra y zozobras de esa oposición a la que se le intenta acallar o que funcione como cajón de resonancia del régimen. Si usted levanta un teléfono y habla lo que le dé la gana, ello podría tener graves consecuencias, como no dejarlo salir de Cuba por ejemplo. Poco importa lo que diga la Carta de Derechos Humanos, pues para esta gente, como los argentinos para Videla, los cubanos somos "humanos y derechos".

Si Cuba acusa a Facebook de pasarle todo a la inteligencia secreta, si se habla de Chelsea Mannin como una heroína de la libertad de expresión y contra la mordaza, nada de ello atormenta al Gobierno isleño a la hora de aplicar la misma picota a sus ciudadanos. Internamente ellos dirán: "Si lo hacen los americanos, nosotros también". Snowden es héroe, al igual que Jullian Assange porque publican cables contra Estados Unidos y sus aliados o venden esos cables a los enemigos de dichas potencias; pero a cualquier periodista oficial que se quiera salir un poco de la línea triunfalista se le marginará de los medios, con el consecuente cartel de "traidor que debemos vigilar".

Cuando la Dra. Hilda Molina quiso abandonar el país, dueña ella de algunos secretos inconfesables, la retranca gubernamental cubana se le atravesó con fervor. Su prisión en el Archipiélago (sí, como el Gulag) era preventiva, formaba parte del Minority Report de Saturno. Finalmente se fue a la Argentina, donde vive muy callada. Nada diferencia a Molina del caso Assange, salvo que el segundo sí maneja información secreta y sensible acerca de la seguridad de un Estado y su ciudadanía, mientras que la Dra., al parecer, encierra tan sólo verdades gubernamentales muy incómodas.

A tal punto llega el ansia de pinchar teléfonos, vidas, almas, que se habla con sigilo del caso Ana Belén Montes, la llamada Reina de Cuba en el Pentágono, una espía al servicio del régimen de La Habana en el seno del mismo Ministerio de Defensa de los Estados Unidos. Todos sabemos que la información es poder, así que un cable sobre cualquier aspecto del US Army debió venderlo Cuba a cambio de millones ya sabrá usted a qué tipo de postores. Montes está presa y estará, es norteamericana y se le acusa del delito de alta traición a la patria. El sigilo con que más bien se silencia este topo del Pentágono demuestra la falta de lealtad de la dictadura hacia los suyos.

Las dificultades que atraviesan los extranjeros para comunicarse con los cubanos, el valladar que se establece entre ambos grupos, la lejanía de los hoteles. El control por parte de los paramilitares retirados de las cadenas turísticas. Todas estas formas de espionaje, que intervienen lo interno y lo externo, tributan a la misma fuente rectora de la información, la cual elabora la figura legal de la peligrosidad predelictiva para la coartada de meter presos a cualquiera en el momento que sea, sin medir razones. Parecen decir: "Sabemos cómo piensas. No nos gusta. Te frenamos antes que actúes".

Luego muchos en América Latina, este continente lastrado por el romanticismo de la revolución y bajo la tormenta de los caudillos, dicen que no entienden por qué, si el régimen de la Habana es tan malo, dura tanto y no hay grandes protestas. Ingenuidades de quien no sabe cuán temible es la mirada constante del Dios-Estado.

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