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Memoria del Exilio: "Fer o el vuelo de la mirada"

Entrega 12 de la serie 'Memorias del Exilio', del realizador cubano Juan Carlos Cremata.

Fernando Birri filmando Nada. © Juan Carlos Cremata Malberti.
Fernando Birri filmando Nada. Foto © Juan Carlos Cremata Malberti.

Este artículo es de hace 6 años

Nunca supe quién era antes de la primera vez que le vi.

Estaba sentado, en primera fila, durante un evento Caracol de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en el cine La Rampa.

Y cuando anunciaron el premio al conjunto de toda nuestra obra en televisión para niños - por ese entonces - saltó de su silla, incluso antes que yo. Y empezó a aplaudir y a brincar de alegría, como todo un desenfrenado.

- ¡Qué loco! – pensé de camino al escenario y en busca de la recompensa- ¿Quién es ese que disfruta de mi galardón mucho más y mejor que yo?

Luego me dijeron quién era el tan estrafalario personaje de barba larga, poncho de invierno – en pleno eterno verano cubano- y un sombrero alón de fieltro oscuro.

Las inscripciones para ingresar en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños se habían agotado. Una antigua amiga - que luego se convirtió más en mi madrina afectiva, que folclórica - había arrancado, de un mural del ICAIC, la única que quedaba disponible. Y esa fue la que pude y me tocó llenar. Incluso, tenía hasta los huequitos de las tachuelas en las puntas de las hojas.

La contienda estaba difícil. Se presentaban candidatos con mucho más curriculums y palancas que yo.

Para sólo cuatro plazas.

Y según lo “políticamente correcto”, al menos una de ellas, tenía que ser para una mujer. Y la otra, para un “prieto” – mal pensaba yo entonces de la incierta justicia- Así que había poco que hacer. Incluso en el primer pase de lista de aprobados, a mí me había tocado el puesto seis en el escalafón. O sea, qué en el caso hipotético de ampliarse a una plaza más, ni pastelito cogía.

Pero no fue así. Parece que aquel brinco inicial durante la premiación, contribuyó además a la inolvidable y bendita suerte, de haber sido elegido para fundar la EICTV.

Y ser parte de su histórica Primera Generación de estudiantes.

Lo que cambió mi vida para siempre.

Fue empezar a ver cine, oír cine, estudiar cine, leer cine, fiestear cine, comer cine, beber cine, templar cine, y adornar cada instante de mi existencia, incorporando a todo rincón de mí sensibilidad, un sentido – por sentido - cinematográfico.

Como vivir eternamente en una película, vaya.

Y él, fue – primero - el director de todo aquel enorme delirio. Que empezó a construirse sobre la marcha. Y a un ritmo super acelerado de acontecimientos.

Recuerdo, en una reunión inicial - me da por pensar que fue la más temprana, o al menos así me lo rememora mi, ya cada vez más, escasa memoria - dónde se discutía, que era un 'mennage a trois', verlo salir al paso, rápido, liderando aquella estrambótica asamblea - internacionalmente erótica - con la simpar respuesta: “No es ni una cosa, ni la otra, sino todo lo contrario”

Silencio inmediato y fin de la disputa.

En otras palabras “calabaza, calabaza, cada uno para su casa” y “cada cual hace de su vida un tambor para que lo toque quién le parezca”.

En ese preciso instante, Fernando Birri dejó de ser - para mí - el gerente máximo de aquel sueño, y se convirtió en un maestro.

En todas y en cada una de sus alucinaciones me perdí.

Todo dislate se me hizo familiar.

Me había hechizado.

Casi empezando el último año - antes de graduarnos - se suscitó un problema que todos conocieron como “la mata de Cremata”. Él, que era el máximo responsable de todo aquello, me llamó a su oficina. Y sin decir mucho, me dejó saber de todo su apoyo y protección, ante lo que se anunciaba como el final de mis días en ese lugar. Evitando también, por otro lado, un escándalo aún mayor. Por supuesto que le estaré, por ello, perpetuamente agradecido.

En ese momento conocí a su hermana Mirka. Que también me hizo sentir como de la misma lunática cofradía. Sin dejar de ser ácida, desplegaba una ternura típica de las viejecitas de los cuentos infantiles.

Y hablando de edades, yo siempre pensé en Birri, como un señor mucho más viejo de lo que era. Es decir, nunca lo vi envejecer, porque desde que lo conocí ya era antiguo. Incluso, olía a guardado. Aunque al mismo tiempo, fresco, con mucha colonia encima.

Juntos, fuimos en una delegación al Festival Internacional de Cine de Oberhausen, en Alemania. Donde me quedé a vivir, luego, dos largos años más.

Mucho después - ya viviendo en Italia y sabiéndolo un morador enamorado y empedernido de Roma - fue a recogerme a Frascati, donde yo habitaba. En un simpático carrito rojo, medio destartalado. Jamás pensé que un ser tan loco como él, pudiera manejar un auto. Fernando, además, nunca escuchó muy bien del oído derecho. Y para entenderme más claramente, viraba la cara en contra del tráfico. Fue una odisea peligrosa. Pero simpática e inolvidable en la que opté por tratar de no hablarle mucho para llegar vivos a nuestro destino final.

Tengo una reminiscencia vaga de haber seguido luego en un largo viaje con él, en tren, hacia otro festival. No sé con exactitud dónde. Tomando té y conversando durante todo el recorrido. Ahí me contó todas sus peripecias, con esa inigualable película experimental suya, titulada ORG. Que me había desordenado el cerebro, durante la época de estudiante. Y de su batalla legal – perdida - por mostrar la película, contra Terence Stamp, el protagonista. Mucho más joven, más atrevido y por ende, desinhibido a mostrar su cuerpo encueros al filmarla. Pero luego, convertido ya en estrella, negado a enseñarse desnudo en la gran pantalla. ¡Qué desperdicio! ¡Con tan lindo trasero!

Fue en esa travesía que pasó a ser entonces, mi amigo.

Y mucho que nos escribimos por largo tiempo.

De hecho, junto a Gabriel García Márquez y otros dos reconocidos profesionales, fueron el imprescindible aval, para obtener la prestigiosa Beca John Simon Guggenheim, en Estados Unidos, durante 1996.

Cuando regresé a Cuba y pude finalmente filmar mi primer largometraje Nada, coincidió con que estaba de visita en la Isla. Y me visitó a la locación donde rodábamos. Fue como una bendición. Ya vestía totalmente de claro y se rapaba la cabeza. Mientras yo me hacía “el rubio”.

Hizo y cantó la claqueta de un plano. Y nos tiramos la foto que acompaña a esta crónica.

Ya hace mucho tiempo de eso.

Algún que otro correo, después, nos mandamos.

Pero ya no lo volví a verlo más.

Nunca, jamás, hablamos de política.

¿Quién lo hace delirando?

Lo evocaré, por consiguiente, como le conocí.

Vivo, soñando y volando.

Como recuerdo a todos los seres queridos que, de una u otra manera, no están.

Y, sin embargo, quedan.

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Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.

Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.


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Juan Carlos Cremata Malberti

Director de cine y guionista cubano. Se graduó en 1986 de Teatrología y Dramaturgia, en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, posteriormente cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños graduándose en 1990.