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Los cubanos de Trump

Solo aman algo más que al propio Trump: tener la razón.

Cubanos de Trump. © Cubanet.
Cubanos de Trump. Foto © Cubanet.

Este artículo es de hace 6 años

Son la guardia pretoriana que nadie paga pero todos sienten. Encontraron por fin su hombre y no lo ocultan.

Su hombre. Su líder fuerte. Otro mandamás alto, grueso, corpulento, de verbo encendido, de ceño fruncido. Otro hombre que contraataca como defensa, que sabe vociferar mejor que hablar, mejor palmotear que escribir, mejor twittear que administrar. Digo otro, porque antes, en otras épocas tuvieron uno similar. No seré yo quien lo evoque: está en tu mente ahora mismo, querido lector, sabes de quién hablo, seas o no seas un cubano de Trump.

Los cubanos de Trump han terminado por convertirse, en este recién cumplido año de Presidencia, en un ejército de cruzados infatigables. No comen, no duermen, no pestañean: allí donde haya una red social donde reivindicar a su Mesías rubio, allí estarán ellos prestos a partir lanzas, blandir azagayas, echarse la piel de león encima y salir a cazar infieles. O lo que es lo mismo para la religión trumpista: cazar desafectos.

Twittean, postean, crean memes, citan fuentes propias, redactan a duras penas, traducen a peores penas: ¡todo por la causa! Que duerma tranquilo el gran líder Donald, que ellos no dejarán ofensa sin castigo, cuestionamiento sin contraataque.

Porque uno de los rasgos de los cubanos de Trump es justamente el de la adhesión sin límites. No boundaries. Han pasado poco más de 365 días de Presidencia arlequinesca, divertida o bochornosa, excesiva o estúpida, disfuncional o matonesca, ¡algo debió despertarles resquemor! No sé, un episodio de singular racismo, un tweet de inaguantable xenofobia o indelicados errores ortográficos, un disparate diplomático, una orden ejecutiva arbitraria, algo. ¡Vaya si ha habido de dónde escoger!

Pero no. Porque ese rasgo es inviolable, el 'sancta sanctorum' de trumpismo exige una fidelidad absoluta, irreductible. Lo plasmó en mármol el todavía candidato Donald Trump cuando en uno de aquellos actos de campaña para la historia de la infamia bramó: “Tengo los votantes más fieles del mundo, yo podría salir y disparar a alguien en la 5ta avenida y ni así perdería sus votos”. Tenía razón.

Los cubanos de Trump le darían sus votos. El presidente ha medido esa lealtad a prueba de plomo durante todo un año: ellos han cumplido.

No importa si antes de Trump, a los cubanos de Trump se les hinchaba una vena en el centro de la frente cada vez que Barack Obama se iba a jugar golf. Según Politifact, Barack tocó un palo de golf 29 veces durante su primer año de mandato. Donald Trump, exactamente 15 veces más. Repentinamente, a los cubanos de Trump dejó de importarles que un presidente juegue frecuentemente al golf.

Los cubanos de Trump no se dejaron vestidura por rasgar ante la eliminación de Pies secos, Pies mojados. Los pobres cubanos, decían. Ahora les será muy difícil reunirse con sus familiares en tierras de libertad, decían. Miserable Barack Hussein, decían, con énfasis en el Hussein. Pero cuando la administración Trump sopló hasta Bogotá los trámites de cuanto cubano quisiera pisar esa misma tierra de libertad, encareciendo un 300% el costo burocrático y, en la práctica, reduciendo al mínimo esa misma reunificación familiar, los cubanos de Trump dejaron de interesarse tanto por los cubanos de la Isla, aquellos pobrecitos.

Los cubanos de Trump saben mucho del comunismo. Es uno de sus dos o tres vocablos predilectos. En todas sus variantes. Aprendieron a teclear "comunista", y "comunistoide", y derivados con ton o sin son, y encantados los incorporaron a sus léxicos de cuarenta o cincuenta palabras en total, a todo meter.

Los cubanos de Trump saben mucho del comunismo. Es uno de sus dos o tres vocablos predilectos. En todas sus variantes. Aprendieron a teclear "comunista", y "comunistoide", y derivados con ton o sin son, y encantados los incorporaron a sus léxicos de cuarenta o cincuenta palabras en total, a todo meter. Son cubanos discretos en el arte de incorporar el saber.

Para un cubano de Trump ha quedado prohibido, bajo pena de escarnio secreto, que pase un día sin acusar de comunista a alguien. Da igual si es un cantante, un reparador de tendido eléctrico, una entusiasta ama de casa que ventila sus pasiones novelescas en Facebook, o un activista pro derechos humanos que en Cuba cumplió cárcel por oponerse al comunismo. La ecuación es simple: si estás contra Trump, eres comunista.

Porque los cubanos de Trump identifican a la patria estadounidense con Donald Trump. Una unidad indivisible, vaya usted a saber por qué. Me pregunto dónde lo aprendieron.

Los cubanos de Trump detestan los hechos. No son los medios de comunicación el verdadero enemigo. Ese es solo el enemigo frontal, visual, la punta del iceberg. El enemigo en la sombra tiene un nombrecillo altisonante y breve: fact.

Allí donde haya un fact no faltará un cubano de Trump dispuesto a entregar su sangre de teclado con tal de desproveerlo de sentido. Digamos: le muestras a un cubano de Trump las fotos de Trump abrazando a Hillary Clinton, sonriendo junto a Bill, en aquellas cenas de recaudación demócrata en las que el magnate era asiduo y figura. Les muestras sus ingentes contribuciones al Partido Demócrata. Les muestras, ¡colmo de colmos!, los videos de Donald Trump admitiendo en entrevistas de hace diez años que él se considera a sí mismo mucho más afín a los demócratas que a los republicanos.

Te dirán que son fake news y acabará toda negociación con la lógica. Fin de la historia.

Porque los cubanos de Trump solo aman algo más que al propio Trump: tener la razón. No va en sus ADNs aquello de reconocer los errores. En consecuencia, los cubanos de Trump son incapaces de admitir que eligieron a un presidente inculto, charlatán, de inteligencia mediocre y maneras matonescas. Es su hombre, y su hombre no se toca. Son incapaces de admitir que un hombre que se enzarza en una peleílla de tweets sobre bombas nucleares con un dictador de la Corea distante no debería dirigir ni la asociación de vecinos de su edificio. Ya me dirás tú a la primera potencia mundial.

Son incapaces de admitir que un hombre que se enzarza en una peleílla de tweets sobre bombas nucleares con un dictador de la Corea distante no debería dirigir ni la asociación de vecinos de su edificio. Ya me dirás tú a la primera potencia mundial.

Los cubanos de Trump aplauden que su hombre fuerte llame países de mierda a naciones pobres, inestables, disfuncionales. No entienden, o no quieren entender, que un estadista grande es justamente aquel que ayuda a consolidar el liderazgo de su nación extendiendo la mano a esos países desfavorecidos, generando simpatías y compromiso a nombre de la nación poderosa que, sin embargo, necesita de amigos. Como todos.

Porque los cubanos de Trump creen que ellos, los de La Lisa, o Vertientes, o Sagua la Grande o Morón, no vienen de un país de mierda y los hijos de Puerto Príncipe o Nairobi sí. Son muy divertidos y peculiares los cubanos de Trump.

Ahora mismo, mientras escribo este intento de radiografía ideológica, alguien me comenta, en un perturbador mensaje privado, que entre ciertos cubanos de Trump en Miami toma cuerpo la idea de que los conservadores deberían imponer hoy un estado de excepción temporal, a contrapelo de votaciones futuras y de posibles victorias demócratas, con la intención de salvar al país. Una dictadura republicana que arreglara todo, y que nos mantuviera a salvo de Kim Jong Un, Raúl Castro, pero sobre todo de Hillary Clinton y Chuck Schumer.

Que nadie se ría esta vez. Los cubanos de Trump pueden estar hablando muy en serio.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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