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Llega el sábado en Santiago de Cuba: el día de la feria

Divide las opiniones entre quienes agradecen contar con un espacio así y los vecinos de la zona que han sentido violentada su tranquilidad, la higiene del barrio y hasta su descanso.

Personas acuden a la Feria Comercial en Santiago de Cuba © CiberCuba/José Roberto Loo Vázquez
Personas acuden a la Feria Comercial en Santiago de Cuba Foto © CiberCuba/José Roberto Loo Vázquez

Este artículo es de hace 6 años

Era el sábado y parecía que las peores pesadillas de Nilda salían a la calle ese día. Aunque en realidad el mal sueño iniciaba días antes.

Cuando empezaban a montar las carpas a Nilda se le crispan los nervios. Eso sucedía cada jueves en la noche, en la santiaguera Avenida de Céspedes, como preludio de un día siguiente de mayor ajetreo: llegaban mesas, sillas, estantes, camiones cargados con comida, la bulla de arrastrar los objetos se enseñoreaba, en especial en el amanecer, justo en el instante en que los gritos iban y venían, traspasaban las paredes, rebotaban… Antes que eso pasara los fines de semana, Nilda creía que el estridente sonido de los gorriones era su mayor problema para mantener el sueño.

CiberCuba/José Roberto Loo Vázquez

Por eso en la primera que tuvo la oportunidad permutó su casa y se fue del reparto Sueño. No era lo que deseaba, pues demoró 16 años en construir la vivienda, de placa y de dos pisos, y vivía orgullosa de estar en la antigua comunidad de la mediana burguesía, “pero no había quien se adaptara a tanto churre, escándalos, trabajé más de 40 años para poder disfrutar de mi vejez en paz, y no era precisamente así como lo había imaginado… el carnaval ya es habitual que tome la zona donde vivía en el mes de julio, pero ¿había que sumar ahora que todos los sábados se repitiera la misma historia con una feria comercial? Y menos mal que no me cogió ahí la feria de fin de año, que duró creo que más de un mes… al final me fui de ahí”, asegura.

CiberCuba/José Roberto Loo Vázquez

Nilda afirma que su vida se convirtió en un infierno sabatino con las ferias comerciales que hacen en la Avenida de Céspedes, “porque en la noche eso parecía un carnaval, y no había llegado el mes de julio”, pero también reconoce que es el día perfecto para pertrecharse de todos los alimentos necesarios para la semana, y de otros productos que normalmente no aparecen. Ella es de las primeras que, aun viviendo lejos, en la actualidad recorre de un extremo a otro la Avenida de Céspedes todos los sábados.

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“Porque se venden muchos productos industriales que se pierden de las tiendas porque parece que los guardan para las ferias del sábado, y ni hablar de las piezas de repuesto de los equipos de la Revolución Energética, las que nunca encuentras en los talleres, aquí están a veces en grandes cantidades, eso es algo que no entiendo, pero bueno hay que aprovechar…” Asegura Nilda.

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Las ferias comerciales llegaron un día sin previo aviso. Las personas las acogieron con placer pues realmente significaban poder acceder a productos que se encontraban a precios altísimos, estaban en manos de los llamados «merolicos», otros ni se conocía que existieran o simplemente no se les veía.

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Sin embargo, la realidad es totalmente diferente para aquellos que viven en el reparto Sueño. Ellos simplemente vieron violentada su cotidianidad, con espacios públicos tomados sin previa consulta y aún hoy aseguran que sus súplicas caen en saco con hueco.

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Un lado de la moneda

Fabián espera el sábado como el mejor día de la semana. Él tortura a sus padres para que lo lleven a saltar en la cama elástica y tomarse fotos con los «chaguitos». Siempre es la misma rutina.

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“Es una manera de sacar a pasear a mi hijo, barata por decirlo de alguna manera. Es un ambiente bastante seguro, aunque en no pocas ocasiones justo donde están los «chaguitos» y el «chaguito» gigante inflable, han vendido cervezas, cosa que veo muy mal por donde quiera que se mire, y que deben analizar quienes diseñan las ferias y la ubicación de los espacios”, asegura Mariana.

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A Jorge le gusta empezar el sábado bien temprano en la calle. Si alguien sabe exactamente qué venderán y dónde es él. El día antes, el viernes en la noche, recorre toda la avenida viendo las mercancías que descargan, el ir y venir de los camiones, los merolicos o vendedores informales haciendo de las suyas y trazando una estrategia en red colaborativa… pero aun así logra hacerse de algunas cosas.

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“¿Te acuerdas cuando hicieron la feria comercial el fin de año? Yo me hice amigo de algunas personas, como vivía cerca les daba agua, les prestaba el baño, y en agradecimiento me avisan y me guardan algunas mercancías… me gusta mucho la parte de los productos industriales, es fácil comprar varias piezas de plomería, bombillos, para la feria de fin de año vendieron balances, tanques plásticos”, detalla.

Si una iniciativa agradecen los asiduos a este espacio es la inserción de varias empresas de los municipios de Santiago de Cuba, cada una de ellas con producciones que no son habituales en las tiendas de la urbe “me gusta mucho el quiosco donde venden productos hechos con madera”, comenta Elías y añade “yo he ahorrado dinero y me puse de acuerdo con esa gente y he comprado varias cosas, por ejemplo en un viaje compré cuatro marcos de puerta y una mesa para el televisor… eso mismo con un particular me hubiese salido carísimo”.

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A Elena María lo que más le impresiona es que mantengan surtida la feria todos los sábados, incluso después de la que hicieron para fin de año cuando por más de un mes estuvo funcionando “ya me hice el hábito, por ejemplo, de comprar en ella los huevos sin cola casi y la carne ahumada, porque se supone que viene de un lugar confiable y no hay maraña y eso es importante con la comida, con un particular a veces uno nunca sabe. Eso sí, ni intento comprar refresco ni galletas, es demasiada la matazón”.

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Las ferias comerciales de los sábados son sin dudas un aire fresco a los siempre tensos y ajustados bolsillos del cubano de a pie. En su sano juicio, nadie negaría esa realidad cuando es una iniciativa tan abrazada popularmente hablando, entonces ¿cuál es el problema? El otro lado de la moneda tiene que ver con el uso del espacio público.

Cuando de espacios públicos se habla…

“¿Si existe en la cuadra un CDR y un Delegado de Circunscripción, por qué jamás se nos dijo que se iban a hacer estas ferias? ¿Por qué nadie nos preguntó qué queríamos, qué sugeríamos o qué nos molestaba?” se pregunta Alfredo, y son justas sus palabras, y hasta más incisivas cuando reflexiona “¿Quién me va a exigir a mí que mantenga una conducta adecuada, por ejemplo en la noche, si a cada rato tengo que llamar a cuanto puesto de mando me pase por la mano quejándome de la bulla, de los ruidos, de la falta de respeto? Nadie me puede decir a mí absolutamente nada”.

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Uno de los últimos esfuerzos que hizo Nilda por proteger su privacidad y de alguna manera intentar mantener un orden fue «blindar» su jardín. Construyó a su alrededor una especie de pequeña cerca con la esperanza de que mantuviera a las personas afuera… pero fue inútil, “en las noches, con varias cervezas encima, eso no detiene las indisciplinas. Una vez intenté sembrar plantas exóticas, que no interfirieran con el paso de las personas ni obstaculizaran la vía… pero luego de un carnaval vi como quedó y me decepcioné mucho. Es inútil. Dejé que las malas hierbas hicieran lo que quisieran”.

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Pedro vive en la misma Avenida de Céspedes y explica que “tuve que poner rejas, ventanas fuertes, seguras, pero no bastó, también coloqué unas cortinas que ayudan a mitigar el ruido exterior, me las trajeron de Panamá y bien caras que costaron, pero ciertamente ayudan”.

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“Si me preguntaran, creo que hoy sería necesario preguntarles a las personas que vivimos aquí qué nos parece la feria y qué podría hacerse para mejorarla”, añade Pedro y sentencia “yo diría que bien podrían poner los quiscos en el medio de la calle y detener el tránsito, porque recargan una sola vía y sufren más los jardines y la pintura de las fachadas”.

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Para Jorge lo importante es que existan reglamentaciones y que se cumplan. “¿Cuáles son los derechos que tenemos como clientes, dónde podemos, por ejemplo, verificar el peso de lo que compramos, a quién podemos acudir cuando tenemos una queja, quiénes son los inspectores y cómo podemos identificarlos? Son algunas preguntas que haría, y también diría ¿por qué los trabajadores no tienen baños? A veces los he visto orinar en la misma calle y ¿dónde se lavan las manos antes de seguir la venta? En ningún lugar”.

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“Yo creo que hay que ser más exigente con la higiene, la limpieza, con la organización y sobre todo, no olvidarse que Sueño es un reparto netamente residencial” detalla Alberto y acota “no entenderé por qué esta feria no la realizan en lugares con menos viviendas, como la zona del estadio Guillermón Moncada, o en la Avenida Las Américas, pasando la Universidad de Oriente, en vez de hacerlas en Sueño donde son casas nada más. Pero bueno, si se va a hacer aquí, y no hay marcha atrás, mira lo que deben hacer es respetar a las personas, la pintura de las viviendas ninguna sirve, y los jardines ni se diga, y la descarga de cosas, ¿tiene que ser en la madrugada y con tanto escándalo?, ¿y por qué no hacerlas solo una por fechas significativas como por ejemplo día del amor, de las madres, de los padres, de la mujer, de los trabajadores…?”

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En 2016, la intelectual cubana Graziella Pogolotti publicaba un interesante artículo sobre la anarquía sonora en los espacios públicos de Cuba y en él advertía “La anarquía sonora del ambiente irrita y favorece actitudes violentas. (…) Muchos consideran que, al ser de todos, el espacio público no es de nadie. En verdad, sucede lo contrario. Por ser de todos, el espacio público pertenece a cada uno de nosotros, responsable por ello de su preservación, del respeto a las normas de convivencia que tanto favorecen el buen vivir de cada cual”.

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En el mismo escrito también acotó “el entorno físico en el espacio público ejerce una saludable influencia educativa. La limpieza del entorno y la atmósfera apacible imponen respeto, atenúan la agresividad, la violencia y el afán depredador. Lo hermoso no requiere ostentación. Nace de la armonía entre lo humano y cuanto lo rodea. Produce el bienestar de los más pequeños que juegan en un parque bien cuidado y se reproduce en los ancianos que los contemplan al atardecer, sentados en un banco. Los espacios públicos son las calles, y las plazas, los ómnibus y las cafeterías, todos los lugares compartidos por todos y por cada uno.”

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En relación a las indisciplinas sociales, señaló “Para afrontar el problema, hay que apelar a la familia y la escuela. El discurso verbal es insuficiente cuando falta la práctica concreta. Tienen que socializarse las regulaciones establecidas a nivel municipal, en los medios de transporte y aplicar las medidas que corresponden a cada nivel. Debemos hacerlo uniendo en una voluntad común todos los factores que intervienen en la sociedad, para defender los paradigmas éticos que nos definen como pueblo.”

La tranquilidad de los vecinos del reparto Sueño, en Santiago de Cuba, fue violentada. Y lo peor, sin ningún tipo de consulta, al igual que la de otras personas que viven en otras áreas de la ciudad donde se montan carpas todos los fines de semana. Y lo peor, irrita más cuando en la televisión nacional se transmiten spots que convidan a mantener la disciplina y el respeto entre vecinos, por ejemplo, y existe una Ley de Medioambiente que regula precisamente algunas actividades como la cantidad de decibeles que es permitido en la música.

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¿Es buena la feria? Realmente lo es. Sin embargo, mucho hay que negociar con las personas, con la ciudadanía, para que una idea sea abrazada del todo y causar la menor molestia posible, y para que realmente el espacio público sea de todos.

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Una sociedad es grande, en parte, por el respeto que tenga de los espacios públicos, de los usos que haga de estos y la manera en que sea capaz de cuidarlos, preservarlos y legarlos al futuro. Esta actitud de conservación parte, sin dudas, de la casa, de la familia, y también de instituciones como la escuela, pero el Estado, en su más amplia extensión, tiene que ser el primero en dar ele ejemplo.

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José Roberto Loo Vázquez

Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.


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José Roberto Loo Vázquez

Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.